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No pienses en un oso blanco

El experimento es conocido. Consiste en juntar un grupo de personas e invitarlas a pensar en cualquier cosa salvo en un oso blanco, para comprobar que justamente la intención de evitar un determinado pensamiento lo vuelve ineludible. Puedes no pensar en un oso blanco, salvo si te piden que no lo hagas. El martes, el Barça de Ronald Koeman vivió el experimento en sus carnes. El conjunto azulgrana regresaba a la Champions League con un aspecto renovado. Todavía precario en lo futbolístico, pero habiendo dado muestras, incluso en las derrotas, de una energía diferente. Más sana. Jugando bien, jugando mal, ganando o perdiendo, tanto su forma como su contenido habían cambiado tras años de pesado letargo. Por eso, más que el resultado de su primer duelo contra el PSG, un 1-4 como local que prácticamente sentencia el pase a cuartos, la nota más dolorosa para los culés fue recibirlo del mismo modo que recibió sus anteriores traspiés en Europa. La Champions le tendió una trampa al Barça: decirle que no pensara en la Roma, en el Liverpool o en el Bayern de Múnich. Justamente por pedírselo, lo hizo inevitable. 

Ya desde el comienzo del encuentro, el cuadro local no fue ni quiso ser el que venía siendo. Tanto sus últimas victorias como las derrotas más recientes habían seguido un mismo patrón, decidido por el acierto y la calidad de unos y otros a la hora de llevar a cabo el plan, pero definido por ideas e intenciones similares. El regreso a la Copa de Europa, sin embargo, se levantó como un paréntesis. Entre la opción de aterrizar en la Champions de 2021 como el Barça de 2021 o como el Barça de la Champions, los catalanes fueron lo segundo. Un equipo con intención de protegerse en un ritmo de juego muy bajo, tomando precauciones en todas las cuestiones que pudieran definir su juego. Sin arriesgar con el balón para no comprometer la pérdida, sin agresividad al espacio para no abrir la disputa y conteniendo el ánimo atacante de varios de sus protagonistas para no perder efectivos atrás. Ocurre que la Champions League hace tiempo que ya no atiende a este tipo de súplica. En la era de las presiones, de la agresividad con y sin la pelota y del ritmo feroz, no su puede templar el ánimo del contrario. Se puede esquivar, dominar o castigarlo, pero no templarlo. El rival no escucha, y una canción de cuna para dormir el partido causa mayor efecto en quien la canta que en quien se espera que la escuche.

Así ocurrió hasta el empate a uno. Con un Barça conservador con y sin la pelota, temeroso en el regate, cauto a la hora de proyectar a los laterales, ahogado en la derecha por el dos contra uno del PSG ante Dembélé, y utilizando a Griezmann más como un elemento de apoyo que como una arma para golpear a la defensa rival. Como sólo Pedri, por dentro, ofrecía una posibilidad para profundizar, en líneas generales el ataque barcelonista tuvo lugar desde posiciones muy retrasadas, sin posibilidad de instalar el bloque en las inmediaciones del área rival y de trabajar las diferentes fases del juego a muchos metros de Ter Stegen. Los de Koeman atacaban y defendían lejos de Keylor Navas. Todo lo contrario que los hombres de Mauricio Pochettino, que sin presión sobre los primeros pases y ganando metros desde la izquierda dotaron a sus ataques de mucha altura con facilidad. Encontrando libre a Kurzawa en la banda, situado entre la marca de Dest a Mbappé, la tendencia de Dembélé de saltar a defender a Kimpembe, y las atracciones que movilizaba Verratti hacia el centro. El lateral era una puerta permanentemente abierta para situar al PSG arriba.

Para instalarse en campo rival, apretar la construcción del juego culé sin sentir amenazada su espalda, llegar de lado a lado con Verratti y Paredes, y aproximando a su futbolista más determinante al gol. El Barça se defendió donde peor se defiende, donde cada error tenía un enemigo cerca y sin tiempo de reacción. Situó su punto más vulnerable en el corazón del área, e invitó a la versión más desatada de Mbappé a infringirle un daño inmediato. Con el primer gol del crack francés llegaron al Camp Nou los fantasmas de las navidades pasadas. Kylian se convirtió en Dzeko, Manolas, Origi, Wijnaldum, Müller y Lewandowski, todos en el cuerpo de un futbolista llegado del futuro. El gol del empate del PSG fue la suma del segundo tanto de Coutinho en Lisboa, del doblete de Origi en Anfield y del testarazo de Kostas Manolas en Roma. Fue un gigantesco y feroz oso blanco que, en Europa, el Barça no puede apartar de su mente. La historia de miedo que los más mayores del lugar empiezan a contar a los jóvenes.

– Foto: David Ramos/Getty Images

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