Lo más difícil del día después es encontrarle un sentido. Sobre todo cuando se sabe que nada de lo que venga será tan bueno como lo que se ha ido. Quien ha dicho adiós sabe que las despedidas esconden una doble crueldad. La primera, la evidente. La directa. La más escandalosa. La que nace en el dolor de separarse. En el abandono. En la distancia. La que habla de no tener y de no tenerse. De no seguir juntos. También de extrañar por anticipado. La segunda viene después. Escondida. Silenciosa. Sibilina. De puntillas, como un remedio envenenado contra el peso del nunca más. No de un hasta pronto, de un hasta la próxima o de un hasta ya veremos cuando, sino de un nunca más. De que ya no existe ni existirá. De que ya no volverá a pasar. La crueldad de la nostalgia, como el reflejo de un mundo paralelo en el que nada ha cambiado. En el que todo sigue igual. Un mundo de lo imaginado, un refugio de lo soñado. Una realidad que vivir incompleta y con los ojos cerrados, sobre el borde de una página que nunca termina de doblar la esquina. Un tiempo sostenido. Un presente que no avanza, prisionero de un pasado capturado. La crueldad de vivir a destiempo, con un pie en la vida que es y el otro en la vida que podría haber sido. Entre la vida que es sin ti y la que estaría siendo contigo.
El Fútbol Club Barcelona conoce bien el sentimiento, pues en parte lo viene experimentando desde 2012, cuando Pep Guardiola abandonó el banquillo culé. Un adiós que fue origen de una realidad simultánea a la que semana tras semana vivía el equipo, y a la que el aficionado podía recurrir para imaginarse de nuevo cada episodio pero, en este caso, siendo protagonizado por el técnico de Santpedor. Dos caminos entrelazados que desde ahora serán tres: el del conjunto catalán, el de Pep y el de Messi. Un Barça que ya no es. Ni será. Que ya no volverá a pasar. Nunca más.
La salida del argentino obliga a una refundación, al menos futbolística, profunda del equipo. Una que probablemente ya necesitase desde hacía tiempo, pero que la propia presencia de Messi permitía aplazar. Contar con Leo invita a ver el fútbol como una frenética cuenta atrás, como la necesidad de amasar cuantas recompensas estén al alcance durante el tiempo que dure el embrujo. A avanzar sabiendo que a las doce en punto de la noche la carroza vuelve a ser calabaza. Hay que ganar hoy, porque mañana, si no está Messi, va a ser más difícil conseguirlo. Por eso, sin Messi el Barça tiene menos excusa que nunca para poner el foco más allá del presente inmediato. Para poner bases e intenciones a un equipo o a un proyecto con vocación de futuro. Se le ha arrebatado el comodín del tiempo, ese que en la bota izquierda de su eterno número 10 lograba efectos de inmediatez en procesos para los que los demás necesitaban invertir semanas o meses. Messi era el atajo. Messi era la trampa. Para ganar mientras se construía. Para construir sin los materiales adecuados. O para vestir de adecuados aquellos que no lo eran.
Sin Leo, los éxitos que pueda alcanzar el Barça forzosamente responderan a caminos más equiparables a los del resto. Sin un Deus ex machina que ilumine el final, el camino deberá marcarse desde el principio. Ya no tiene excusa para no hacerlo. Ya no tiene opción de no hacerlo. En este sentido, pese a tratarse de una pérdida cuyo eco retumbará para siempre en cada aliento de la institución, si el equipo logra esquivar el trauma e ignora el gigantesco cráter sobre el que desde ahora se levanta el Camp Nou, junto al sinfín de castigos que le traerá la partida de su amor, el 10 le habrá dejado dos oportunidades para volver a empezar. Las dos oportunidades que, para bien o para mal, marcaran el curso azulgrana. Una tendrá que ver con la exigencia, pues despedido el jugador que siempre permite creer y asumidos los efectos sobre la plantilla de la precaria situación del club, debe esperarse un planteamiento menos cortoplacista de los diferentes estamentos que orbitan alrededor del equipo. Si al Barça de Messi se le acababa el tiempo, al de Ansu o Pedri el tiempo todavía le está por llegar.
La segunda de las oportunidades será la de reiniciar el proyecto con menos ataduras tácticas de partida. Leo, como todos los héroes de su condición, son piezas especiales en el encaje, que requieren comportamientos particulares a su alrededor para que la pizarra no termine poniendo barreras a un caudal futbolístico llamado a superarla con creces. La oportunidad de un nuevo Barça en el que, sin poder hablar por boca de Messi, quede sin dueño un tiempo de palabra a la medida y a la disposición de los demás. Un nuevo Barça nacido en una tristeza que hoy no se siente que pueda acabar. En la tristeza que deja el vacío del día después. En su sinsentido. Un Barça víctima y espectador del fin del mundo. Un Barça sin Leo Messi.
«Ahora yo no sé si vas a poder leer esta carta, pero igual siento como una necesidad de decirte que yo contigo he sido más feliz de lo que los libros dicen que se puede.«
Eduardo Galeano, La canción de nosotros.
– Foto: Alejandro Garcia GRAFCAT

