
Tchouaméni y la irreductible aldea gala
Entre finales de los noventa y principios de los dos mil, el fútbol europeo entendió el equilibrio como un juego de compensaciones. Como un reparto de tareas compartimentado, en el cual la suma de perfiles diferentes le permitía al equipo abarcar toda la paleta de colores del juego. Si un lateral subía al ataque, el otro tenía que quedarse. Si un central sacaba el balón jugado desde atrás, el otro tenía que marcar al delantero. Si un centrocampista dirigía el juego de su equipo, el otro tenía que destruir el del rival. Fueron años de dobles pivotes con funciones claramente diferenciadas, de Pirlo escoltado por Gattuso y Ambrosini, o de Makélélé cubriendo la espalda de Los Galácticos. Dependiendo de la fase del juego que tuviera lugar en cada momento, se activaban unos futbolistas u otros. “Antes de llegar al Barcelona -rememoraba Javier Mascherano-, mi función pasaba por ser el mediocampista defensivo y resaltaba cuando el equipo no tenía el balón. Pero no cuando lo tenía“.
Después vendría la influencia del Barça de Guardiola y de la selección española, dos conjuntos que junto a sus victorias propusieron una concepción del equilibrio diferente y basada en la suma de iguales. “Luis Aragonés huyó del fifty-fifty, de esa teoría de poner a uno que desequilibre y otro que recupere, porque al final no haces ni una cosa ni otra. Renunció a centímetros y se decidió por jugadores de características similares, con complicidades que convirtieron a España en un equipo indescifrable. Y es que si Iniesta se la entrega a un especialista en destrucción, la pelota no vuelve. Por lo tanto, es mentira que se reparta el juego, no se reparte nada“, explicaba al respecto Jorge Valdano tras la victoria del combinado nacional en la Eurocopa de 2008. La idea, en este caso, ya no pretendía cubrir los diferentes escenarios utilizando a unos futbolistas u otros según el momento del juego, sino movilizarlos a todos en una misma y única dirección. No se buscaba la paleta entera, bastaba con un solo color.
Actualmente, la tendencia general también parece haberse apartado de aquella línea, y es mucho más habitual encontrar equipos adaptables a multitud de escenarios y situaciones de juego, pero que, a diferencia de lo que ocurría dos décadas atrás, no lo hacen dividiendo a sus futbolistas por bloques, sino reclamándoles a todos ellos perfiles muy amplios y completos que les permitan funcionar como una única unidad en todos los contextos. Durante la mayor parte de este tiempo, sin embargo, el Real Madrid se ha mantenido más o menos ajeno a las tendencias, conservando un modelo de equilibrio, especialmente en su mediocampo, muy vinculado a la suma de perfiles complementarios que protagonizaba el cambio de siglo. Casemiro, el mediocentro de las cinco Champions, lo ha sido cubriendo las espaldas de Modric y Kroos. Apareciendo donde ellos dos no lo hacían y manteniéndose en segundo plano cuando sus socios pedían la voz. Un equilibrio perfecto que, no por nada, ha pasado por las manos de Rafa Benítez, Zinedine Zidane y Carlo Ancelotti. Del técnico que con Albelda, Baraja, Xabi Alonso y Mascherano diseñó sendos dobles pivotes en los que uno de los miembros de la pareja se encargaba de la construcción y el otro del robo. Del que, como jugador, vio a Claude Makélélé multiplicarse para compensar la creatividad atacante de Los Galácticos. Y del que convirtió a Andrea Pirlo en un regalo para el fútbol redescubriéndolo como mediocentro al lado de los gladiadores.
Casemiro, Modric y Kroos son el mediocampo que mayor dominio ha tenido en la Copa de Europa en los últimos años. Su éxito más reciente, sin embargo, apuntó algún síntoma de desgaste en el triángulo que conforman el brasileño, el croata y el alemán. El histórico triunfo madridista en la pasada edición de la Champions tuvo la remontada como hilo conductor, y las intervenciones de Ancelotti sobre la medular madridista como inesquivables puntos de inflexión. Tanto contra el PSG como contra el Chelsea o el Manchester City, los blancos le dieron la vuelta al marcador después de que el técnico modificara el mediocampo titular. Contra los parisinos la remontada llegó con Kroos fuera del partido, ante los de Tuchel sin el alemán ni Casemiro, y frente al Manchester City ya con los tres titulares en el banquillo, con Fede Valverde como fijo en el papel de cuarto centrocampista y Camavinga comandando la reacción. Con este contexto como telón de fondo ha incorporado al Real Madrid a Aurélien Tchouaméni, uno de los centrocampistas más prometedores del panorama europeo y el futbolista llamado a reemplazar a Casemiro en el pivote merengue.
En el funcionamiento del equipo de Ancelotti, el mediocentro no es una pieza más, sino parte fundamental de una estructura especialmente diseñada para potenciar a una de las individualidades más decisivas del curso pasado: Thibaut Courtois. Así pudo verse en la final contra el Liverpool, en la que Casemiro disputó uno de sus mejores partidos del curso y que entronizó al portero belga como hombre más importante del triunfo madridista. Una de las claves del escenario de juego que le proporciona el Madrid a su guardameta es el dominio del carril central. El triángulo formado por Militao, Alaba y el pivote debe encargarse de cerrar el acceso frontal al área para que el radio de actuación del meta se reduzca y el rival se vea obligado a llevar el ataque hacia las bandas. Especialmente cuando éste se vuelca sobre el lado de Mendy, la autoridad del francés en el uno contra uno a menudo no le deja más opción al adversario que culminar la ofensiva con un centro al área, un tipo de acción sobre la que Courtois no solo demuestra un enorme dominio, sino que además el belga suele aprovechar para activar contraataques gracias a su saque con la mano. No parece casual que, una vez frustrada la incorporación de Kylian Mbappé, el verano del Real Madrid haya querido reforzar la parte central de su sistema defensivo con las llegadas de Rüdiger y Tchouaméni.
Curiosamente, por el centrocampista francés compitieron después de la final de Champions el Madrid y el Liverpool, dos equipos con maneras de defender muy diferentes pero que en ambos casos vieron en el ex del Mónaco una pieza susceptible de encajar y mejorar su plan. Que tanto el conjunto red, caracterizado por su intensa presión y por buscar el robo cerca de la portería contraria, como un Madrid más tendente a juntarse abajo para salir al contraataque, lanzaran sus redes sobre Tchouaméni se explica, además de por el prometedor porvenir del futbolista, por el hecho de que las grandes certezas del galo son todavía más individuales que colectivas. Sus batallas no nacen del contexto, sino del duelo particular. Por su juventud, Aurélien no es hoy una computadora programada con los secretos tácticos de su demarcación, sino una suma de virtudes tanto físicas como técnicas muy autosuficientes. Ganador en el juego aéreo y el tackle, se trata de un especialista recuperando balones y imponiéndose en los duelos individuales, capaz de cubrir mucho campo y de solventar situaciones defensivas tácticamente desfavorables.
También con la pelota en los pies se tarta de un futbolista que agradece no tener grilletes, pues si bien no es un director del juego alrededor del cual estructurar los ataques, sí es un centrocampista que busca participar de la acción y que no duda en desplazarse por la zona ancha sin ataduras para acercarse a la pelota. Preferiblemente recibiendo el esférico de cara hacia la portería rival y con más problemas cuando debe hacerlo de espaldas y con la obligación de girarse, Tchouaméni sabe sortear presiones, abrir el juego a las bandas, filtrar en vertical y llegar desde la segunda línea. No se trata de un centrocampista atado a la posición, sino uno al que le gusta descolgarse para asomarse a las inmediaciones del área con intención de amenazar con el tiro lejano, y que por ello suele estar más cómodo al lado de un socio que pueda cubrirle las escapadas. Un futbolista que se ve favorecido en la medida que puede ir desde atrás hacia adelante, tanto cuando tiene el balón como cuando trata de arrebatárselo al adversario. Que crece cuando puede moverse.
Al respecto, la hoja de ruta de Carlo Ancelotti debe ser una puerta de entrada amable al equipo. El italiano no es un técnico que demande una obediencia muy pronunciada a la pizarra, sino que, especialmente cuando el equipo tiene el esférico, concede un alto grado de libertad e iniciativa individual a sus futbolistas: “Esta dinámica de Casemiro Kroos y Modric me sorprende, porque hacen cosas que yo no les pido, sino que les salen de forma natural“. Aurélien atemperará su fútbol como otros tantos mediocampistas han hecho al dictado del italiano, pero lo hará en un contexto de juego que no le impondrá cadenas y que él mismo puede potenciar. Y es que, como él, tampoco el resto de piezas del Madrid debe obedecer rutas y patrones fijos cuando el equipo se despliega en ataque. Se trata de una libertad que a cambio de oxigenar el talento y la valentía de los jugadores asume el riesgo de que el equipo no siempre esté bien organizado en el momento de perder el balón. Que su sistema se pueda desequilibrar o exponer de más determinadas zonas del campo. El tipo de riesgo que lo es menos cuando por detrás aguarda un futbolista con la capacidad en la corrección, la cobertura y los duelos de Aurélien Tchouaméni. Cuando hay alguien que se preocupa por los demás.
– Foto: JAVIER SORIANO/AFP vía Getty Images