Es lógico que la duda esté presente en el análisis de la temporada del Barça. ¿Qué habría sido del equipo de Xavi en Europa de haber podido disputar el doble enfrentamiento contra el Inter de Milán con Koundé, Araújo y Christensen sanos? Por un lado puede pensarse que el impacto físico que la zaga azulgrana muestra en el día a día de la Liga no habría sido el mismo ante delanteros como Lautaro o Dzeko. Por el otro, resulta difícil pasar por alto la extraordinaria influencia que su defensa titular está teniendo no solo en la competitividad del líder de la Liga, sino incluso en la sostenibilidad de su plan de juego. Con Koundé, Araújo y Christensen cerrando atrás, el Barça es otro. Es otro corriendo hacia su portería, corrigiendo a campo abierto situaciones en las que el rival consigue superar la primera presión blaugrana. Y es otro lanzándose a la recuperación, impulsándose sobre la seguridad que proporciona saber que detrás del riesgo hay red de seguridad. Con la espalda protegida, Lewandowski, Gavi, Pedro o De Jong pueden presionar con más decisión, agresividad y determinación. Saberse protegidos en caso de error les facilita errar menos.
Esa autoridad sin balón del Barça marcó la tónica del dominio de los de Xavi en su última victoria, contra el Sevilla, en un duelo que los locales no consiguieron desencallar hasta el segundo tiempo. Antes, sin embargo, y a pesar de encontrar dificultades para romper el muro hispalense, estuvieron muy lejos de sufrir. Ante un Sevilla replegado y con poca velocidad en ataque para amenazar la meta de Ter Stegen arrancando lejos del área, la autoridad defensiva barcelonista fue absoluta, presionando en primera línea, llegando a las coberturas por detrás de la presión, anticipándose desde la zaga a cualquier intento de salida en largo, y anulando corriendo hacia atrás los intentos sevillistas de ganar metros. Cierto es que con la pelota al conjunto catalán le faltó agresividad para responder a la superpobalción que Sampaoli diseñó para el carril central, con tres centrales y hasta cuatro centrocampistas defendiendo por dentro. Por delante de la zaga, los visitantes imitaban la estructura de cuadrado de la medular culer ubicando a Gueye y Jordán en un doble pivote que tenía a Rakitic y Óliver Torres inmediatamente por delante. El resultado fue un cuatro contra cuatro en mediocampo que provocó que las posesiones fueran densas, a cambio de concederle libertad a los centrales del Barça. Especialmente Christensen y Koundé la aprovecharon para ganar metros, establecerse en campo rival y distinguirse como puntos de apoyo en la circulación y barrera infranqueable en las contras.
Buena parte de las dificultades de los de Xavi se debieron a la falta de desborde de los locales. Ni por dentro, donde la acumulación de futbolistas hacía complicadas las conducciones de los centrocampista para atacar a los centrales, ni por fuera, donde las ausencias de Balde y Dembélé no fueron compensadas por Jordi Alba y Raphinha. Al menos durante el primer tiempo. Y es que la segunda mitad fue distinta. Con Pedri definitivamente instalado en la base de la jugada al lado del De Jong más mandón, tras el descanso el Barça tomó dos decisiones. La primera consistió en darle un punto más de verticalidad a su juego ofensivo, atacando más rápido e impidiendo, por lo tanto, que el Sevilla recuperara posiciones defensivas con la misma facilidad. La segunda decisión que tomaron los barcelonistas en la reanudación tuvo que ver con la profundidad. Si hasta el descanso el juego con balón culer había transcurrido de frente a la zaga sevillista, en el segundo tiempo el Barça amenazó mucho más la zona entre la defensa y Yassine Bono. Con Koundé asumiendo más tareas de lateral de banda que de tercer central, y el trío formado por Gavi, Jordi Alba y Raphinha multiplicándose a la hora de lanzar desmarques al espacio.
La sociedad entre los dos primeros fue clave para generar un agujero en el carril derecho sevillista que terminó por engullir a Gonzalo Montiel. Una y otra vez, el lateral argentino era arrastrado por los movimientos de Gavi, lo que abría la llegada de Jordi aprovechando el escaso retorno de un Lamela que no sabía si acudir sobre Christensen o perseguir a Alba. También Raphinha encontró en los desmarques profundos la solución para engancharse al partido. Aprovechando tanto la amplitud de Koundé como la lesión de Acuña para castigar a Rekik al espacio, y alimentando la confianza de cada acción en el éxito de la jugada anterior. Convirtiéndose, con el paso de los minutos, en uno de los dos delanteros que necesita el Barça de los cuatro centrocampistas. Siendo contundente y resolutivo en los metros finales, y generando espacios para el nuevo motor del Barça. Separando al Sevilla bien desde la banda, o bien haciendo correr a la zaga hacia atrás. Pudiendo asumir riesgos porque actualmente, al menos en Liga, con Koundé, Araújo y Christensen el riesgo rara vez se paga.
– Foto: JOSEP LAGO/AFP via Getty Images

