Lamine el recuperador

Lamine el recuperador

En 2006, cuando arrancó el proyecto de En un momento dado, faltaba casi un año para que Lamine Yamal naciera. Sí lo había hecho Leo Messi, que por aquel entonces se preparaba para asentarse, con la fuerza de un ciclón, en un Barça que acababa de ganar su segunda Champions en París. Messi no era todavía el mejor jugador del mundo, estatus que se disputaban Ronaldinho y Thierry Henry. Habría que esperar un poco. De hecho, del argentino en aquellos tiempos se decía que era un atacante con poco gol. Lo que todo el mundo tenía claro, empezando por él mismo, era su idilio con el balón. »Lo quiero tener un rato largo», confesaría en una de sus primeras entrevistas. Leo, en un campo de fútbol, estaba más cómodo, más feliz y más tranquilo si el esférico descansaba en sus pies. Cada segundo que pasaba sin él, anhelaba volver a tenerlo. Pep Guardiola, con quien Messi explotaría definitivamente y se convertiría en el mejor futbolista sobre la Tierra, llegó a los banquillos con un acercamiento parecido a propósito de esta cuestión: »Si se trata del balón, confieso que soy egoísta: Lo quiero para mí. Por eso, si no lo tengo, voy a por él a toda prisa».

Como ellos, Lamine Yamal vive mejor cuando el balón le pertenece. Y como cuando no lo tiene, quiere volver a tenerlo, esto lo está aprovechando Flick para integrar al canterano en la estructura de presión en campo rival que desde el primer día ha buscado implantar en el equipo. Para que su atacante más productivo sea también uno de los pilares en la recuperación, y para diseñar un plan para el robo en el que los extremos asuman un protagonismo más activo que el punta. La fórmula es la siguiente: Cuando el rival inicia con dos centrales, contra ellos se emparejan los extremos culers, al tiempo que Robert desciende para tapar al mediocentro; si en cambio, como el Girona, el oponente sale jugando con una línea de tres, el emparejamiento es con los tres delanteros del Barça. De una u otra forma, el planteamiento asume el mismo riesgo: Que con Raphinha y Lamine defendiendo por dentro a los centrales, los laterales adversarios estén demasiado libres, una situación que los azulgranas suelen evitar permitiendo que Balde y Koundé salten muy lejos para marcar a sus homólogos en el otro bando.

Koundé encargado de marcar a Miguel Gutiérrez en la presión, tanto si el lateral se movía cerca de la cal como si, como ocurrió más a menudo, lo hacía moviéndose por dentro.

Lo tenía claro Míchel, que para que esto no ocurriera le planteó al Barça una línea ofensiva ancha y poblada, de derecha a izquierda, por Bryan Gil, Tsygankov, Abel Ruiz y Danjuma. Cuatro futbolistas para fijar a los cuatro zagueros azulgranas, sujetar a Balde y Koundé más cerca de Cubarsí e Iñigo que de Lamine y Raphinha, y convertir a Miguel Gutiérrez en el verso libre e incontrolable que marcó el doble enfrentamiento entre Barça y Girona la temporada pasada. El eficaz antídoto de Flick al plan de Míchel, sin embargo, pasó por vestir a Marc Casadó de zaguero en su estructura de presión, sumando al canterano entre los centrales para que de este modo sus laterales pudieran adelantarse en la presión sin temer por su espalda. Lo hizo especialmente Koundé, encargado de marcar a Miguel Gutiérrez en estos lances del juego, tanto si el lateral izquierdo local se movía cerca de la cal como si, como ocurrió más a menudo, lo hacía moviéndose por dentro como una suerte de segundo mediocentro (Imágenes arriba). Con Casadó haciendo las veces de central, el lateral derecho del Barça, a la hora de presionar, alcanzó la altura de Pedri.

La presión de los locales, tanto en los instantes posteriores a la pérdida como a la hora de tapar la salida desde atrás de su rival, no sólo fue el camino gracias al cual los de Flick abrieron el marcador, sino que también supuso una de las claves de su dominio en el juego. La otra tuvo que ver con su capacidad para progresar a través del carril central, conectando desde los centrales, desactivando la opción de robo gracias a la habilidad de Pedri para conservar el cuero, permitiendo a Casadó recibir de cara tras descarga de los compañeros más adelantados, y desequilibrando al sistema defensivo del Girona a partir de las recepciones y los giros de Olmo y Lamine a la espalda de los mediocentros. El mediapunta, cuyo inmediato impacto ha subrayado tanto su calidad como su idoneidad en la hoja de ruta del técnico, se convirtió el domingo en un facilitador para Yamal. Recibiendo y prosperando en zona de tres cuartos hacia la frontal para que, ante la amenaza, la defensa rival se juntara dentro permitiendo la aparición de espacios y escenarios de uno contra uno en banda. Fue un Barça que transcurrió desde dentro hacia fuera, bien para que Balde corriera el carril llegando desde atrás a los espacios liberados por Raphinha, o bien para que a Lamine le llegaran balones cerca del área. Para que no pasara mucho tiempo sin tener el esférico en sus botas. Cada segundo que pasa sin él, anhela volver a tenerlo.

 

 

– Foto: David Ramos/Getty Images

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