Brasileño del este
Croacia pasa en mediocampo. En esta línea juegan sus dos mejores futbolistas: Modric, el rey de los centrocampistas, y Rakitic, uno de los indiscutibles nombres propios de la temporada. No en vano, Champions y Europa League han hablado croata. Además de los dos comandantes, Kovac -otro que fue centrocampista- tiene a sus órdenes al jovencísimo Kovacic, ex del Dinamo de Zagreb y ahora en el Inter, que desea ser como Luka. Hoy inauguran el Mundial enfrentándose a Brasil. Ambas quieren el balón, pero lo quieren de forma distinta. La Croacia de Modric ante el Brasil de Neymar. A medio camino de ambas, uno podría rememorar el juego del gran centrocampista croata hasta que llegó el 19 del Madrid, un jugador de técnica y gesto balcánicos, y vicios de favela: Robert Prosinecki. El aprecio desmesurado por el balón, la necesidad de ser omnipresente sobre el campo y la tendencia al regate de más, fueron los defectos de un excelente jugador al que, cuando se le terminó el físico, le quedó poco más que su imperfección.
Robert Prosinecki era un centrocampista de mucha presencia en el juego. La quería recibir abajo, en banda o arriba en la frontal. En definitiva, la quería siempre y en cualquier parte del campo. Y una vez la tenía, la soltaba, pero tardaba un rato. Antes atraía a un par de rivales, avanzaba unos cuantos metros o simplemente esperaba a que el resto ocupara posiciones. Mientras esperaba, sorteaba piernas en una baldosa, y si no las encontraba las buscaba. Y entonces, ya sí, la soltaba para, inmediatamente, volverla a pedir. La entrega iba tanto para un compañero cercano como para uno alejado, porque poseía técnica individual para ponerla donde hiciera falta. También si era a la cruceta tras un lanzamiento directo de falta. Veía el fútbol con facilidad, y si tenía que pasar rápido, también lo hacía, aunque siempre necesitó un segundo y un metro de más. Mientras tuvo físico, su movilidad le permitió encontrarlos.
Al mejor futbolista joven de Europa en 1991 (galardón que antes y después obtuvieron Maldini, Roberto Baggio, Guardiola y Giggs), en España sólo lo disfrutó el Oviedo. Llegó demasiado pronto y las lesiones tardaron poco en abusar de él, pero si su fichaje por el Madrid y los problemas físicos hubieran llegado más tarde, seguramente su suerte no habría sido muy distinta, a tenor de lo que parece era su vida fuera de los terrenos de juego. El mejor Prosinecki se dio antes de aterrizar en la Liga. En las filas del Estrella Roja y con la selección de la antigua Yugoslavia. Con los Zvezda levantó la Copa de Europa en el 91, unos meses después de jugar su primer Mundial, en Italia. En la cita mundialista disputó tres partidos y marcó un gol que a la postre resultaría histórico. Ocho años más tarde, en Francia 98, anotaba el 1-2 en un Jamaica-Croacia y se convertía en el único futbolista hasta la fecha que ha goleado en un Mundial con dos selecciones distintas. El combinado de Prosinecki, Suker, Boban, Jarni, Stanic, Asanovic o Boksic, emulando a la Bulgaria de Stoichkov, Kostadinov, Letchkov, Ivanov o Balakov cuatro años antes, se quedó a las puertas de la final.
Prosinecki acudió al Mundial de Francia ya como jugador del Croacia de Zagreb, después de que su paso por España apenas le reportara alegrías. El Madrid le fichó como hombre importante del proyecto que debía relevar al de la Quinta del Buitre, y Cruyff se lo llevó a Barcelona para hacer lo propio con el Dream Team, después de que la directiva le negara presas más ambiciosas. Una buena temporada como cedido en Oviedo fue su aval. Sin poder acceder a un producto completo, Johan buscó las partes, y el croata tenía técnica, regate y una enorme capacidad para esconder la pelota e impedir que el rival se la quitara. Sin embargo, el Robert Prosinecki que llegó al Barça, ya poco tenía que ver con aquel del Estrella Roja. Lo que otrora fue virtud ahora se convirtió en pecado.