El Touré que no fue en Barcelona
Touré Yaya es un futbolista devastador. Un interior que ahora quiere ser mediapunta y que supo ser mediocentro o central. Con piernas, como salta a la vista, y con pies, como se descubre después. Un año en el Olimpiakos le bastó para dar el salto al Mónaco, y también un año en el principado fue suficiente para que el Barça reparara en él. Los de Rijkaard venían de estrellarse en su primer año post-París, y con la voluntad de renovar a un grupo con signos de estar saciado, a los pocos días de terminar la temporada aterrizaban en Barcelona Milito, Abidal, Henry y Touré Yaya. El marfileño llegaba como mediocentro, aunque no lo era. Tanto en la liga griega como en la francesa, había disfrutado de libertad para explotar una combinación por entonces poco habitual de despliegue físico y nivel técnico. Pero el Barça, que tenía en plantilla a Xavi, Deco e Iniesta, y que había visto descender notablemente el nivel de Edmilson y Motta, necesitaba un pivote. El mercado no ofrecía demasiadas realidades en la posición, así que se optó por un futbolista tan prometedor como poco testado, al que se trataría de reconvertir. Touré aceptó el trato. El primer paso con 24 años era dar el salto a un grande. Ya habría tiempo más tarde para reclamar estatus de estrella.
En un equipo roto y en descomposición, Touré fue junto a Messi, Iniesta y Bojan una de las pocas notas positivas de la temporada. Tanto que cuando en verano Guardiola relevó a Rijkaard en el banquillo del primer equipo, pocos dudaban que el marfileño sería uno de los hombres sobre los que se levantaría el nuevo proyecto. Así fue de inicio, aunque aquella titularidad de un desconocido Sergio Busquets ante el Racing de Santander en la jornada dos, parece que revelaba más de lo que intuimos entonces. Durante los cuatro años en los que dirigió al equipo, el Barça de Guardiola nunca fue igual, por lo que analizarlo siempre desde los mismos parámetros inducirá al error. En su primer año, el Barça de Guardiola todavía no era el de Xavi. Lo sería un año después, cuando Ibra, Iniesta y Henry obligaron a Pep a abrazar la posesión como arma defensiva. Pero el primero que diseñó el de Santpedor era un Barça más vertical que el que vendría después, menos controlado y, por lo tanto, más necesitado del aporte extra para recuperar el esférico. Un equipo en el que coincidían físicos como el de Abidal, Alves, Henry, Eto’o y, sobretodo, Touré Yaya.
Más tarde Xavi se haría con el control del metrónomo, Busquets ganaría peso en el equipo y lo perdería Touré. En el Barça que se estaba gestando, el de Messi, Xavi e Iniesta, su único lugar posible era el de mediocentro, y ahí competía por el puesto con un futbolista mucho más acorde a la idea. Tocaba salir y buscar un lugar donde ser tratado como estrella, y eso pasaría en cualquier equipo que no tuviera a aquellos Xavi, Iniesta y Busquets. Se sumó al ambicioso proyecto del Manchester City y desapareció el mediocentro. Interior y cada vez más mediapunta, con capacidad para, en la mitad del adversario, arrasar con todo lo que se presentara entre el círculo central y el punto de penal. En los espacios que concede la Premier, además, su físico es como el del repetidor que en el partidillo del recreo es superior aún sin ser mejor. En el City él manda, es el crack, y si quiere bajar baja y si no, bajan los demás. Un jugador muy diferente al que se fue de Barcelona y más parecido, si acaso, al que llegó. Huelga decir cuál de las dos versiones veremos con su selección. Si la sacrificada o la potenciada. Touré Yaya es la estrella.
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