El Barça de Pep Guardiola
“Todos los estilos son buenos, todos. Yo intentaré convencer a los jugadores, a toda la gente del vestuario, del estilo que siento. No puedo ganar sin transmitir aquello que siento, y siento lo que siento. Sé que éste es el camino que más nos puede acercar a la victoria“. Así arrancaba el periplo de Pep Guardiola en el banquillo del primer equipo del F.C.Barcelona. Sin más experiencia que un año dirigiendo el filial, pero casi una vida entera como jugador en el núcleo del modelo futbolístico que él también trataría de desarrollar. Protagonista, ofensivo, con el pase y la posición como principales aliados en el viaje, su Barça, el más ganador de la historia, supuso uno de esos hitos que depara el deporte de tanto en cuando, que hace dichosos a sus contemporáneos y se convierte en una invocación constante para los que vienen después. De todos modos, aunque la perspectiva del tiempo invite a acercarse al Barça de Guardiola como si de una foto fija se tratara, lo cierto es que cada año fue distinto. Un modelo en movimiento.
Arrancó la temporada 2008-09 con un esperado 4-3-3 en el que Messi todavía era extremo derecho y en el que, sobre ese sector del campo, movilizaba el Barça la mayor parte de su juego. Con Rafa Márquez como elemento capital en salida de balón, un Dani Alves, por entonces, de juego muy interiorizado, Xavi y el astro argentino, el hipertrofiado perfil derecho del equipo culé monopolizaba el esférico la mayor parte del tiempo. Con la diagonal con balón de Leo Messi como movimiento fundacional para, a partir de él, dejar el balón de cara a Xavi de modo que el cerebro pensara con tiempo y espacios, la compensación en ruptura de Eto’o a la espalda del central izquierdo del rival y de Henry cargando área desde el lado débil, y un Iniesta que aceleraba la jugada desde una capacidad en el desborde poco habitual en un centrocampista, aquel primer Barça de Guardiola tuvo un cariz más vertical que los dos inmediatamente posteriores. Una velocidad en las transiciones que se tradujo también en una capacidad física mayor, encarnada en futbolistas como Eto’o, Henry, Touré, Alves o Abidal que servían para empujar a la presión al resto. También Seydou Keita o Gudjohnsen, muchas veces repartiéndose el interior izquierda hasta que Iniesta dejó de alternar tanto su posición en la media con el rol de cuarto centrocampista que desde el extremo izquierdo tanto gustaba a Guardiola y para el que, entre otras cosas, se había fichado a Hleb.
Y es que la 08-09 no terminó como empezó. La irrupción de Piqué, que primero desplazó a Puyol para formar con Márquez una pareja de salida exquisita y condicionar desde una línea muy adelantada los ataques del rival, o el estallido final de Messi en el centro del ataque, son sólo dos ejemplos de ello. Probado ya en la tercera jornada de Liga en El Molinón, el descubrimiento de Leo como falso nueve a espaldas del mediocampo rival y demasiado lejos de la defensa, sirvió al Barça del Triplete para conquistar el Bernabéu y la primera de las dos Champions del ciclo, con el argentino juntándose con Xavi e Iniesta, indetectable entre líneas mientras Henry y Eto’o rompían al espacio en diagonal desde la orilla.
Aún así, ya con los tres títulos bajo el brazo y pese a la cacareada salida de Samuel Eto’o, el fichaje estrella del verano culé fue un nueve de campanillas como Zlatan Ibrahimovic. El que Guardiola habría soñado unos meses antes. Técnico, asociativo, pivote para servir de cara y un recurso extra en la salida de balón con el que mezclar el inicio en corto y el desplazamiento largo. El 9 de espaldas con el que tan bien se entendió cuando jugaba en el Barça de Van Gaal con Patrick Kluivert, una figura que en el modelo tomaba el relevo del 6 que fue Bakero y que el paso a la defensa de cuarto hombres borró del esquema. Un futbolista que sirviera de cara a los centrocampistas, acelerara el ritmo de la circulación y fuera un apoyo constante para encontrar al tercer hombre. El delantero sueco era todo eso en un futbolista de nivel máximo y con algunas contraindicaciones en el juego que Guardiola confiaba poder compensar. Con más instinto en la frontal que en el área pequeña y poco dado a la profundidad, los problemas de Zlatan los habría borrado de un plumazo el Thierry Henry del año anterior, pero tras la Champions de Roma el francés empezó a irse, y el descubrimiento del sorprendente Pedro no fue suficiente para estabilizar el juego. Las dificultades en la adaptación del fichaje estrella se juntaron con los constantes problemas físicos de Iniesta y el errático regreso de Rafa Márquez de la lesión que le apartaría de las grandes fotos unos meses antes, y obligaron al técnico de Santpedor a modificar el plan trazado de inicio. Si el curso empezó con el 4-3-3, el intento de una salida de balón con Touré Yaya entre centrales y Messi recuperando su originario lugar en la derecha, la temporada se fue reconduciendo hacia un 4-2-1-3 que solventara las trabas en ataque potenciando a un infinito Leo Messi por dentro, y que paulatinamente le fue cediendo todo el control a Xavi. El cambio permitió al equipo ganar profundidad por el exterior, estirar la lona para el 10 y abrazar una posesión defensiva en la que Busquets se hizo fijo junto a Xavi. Sergio era la pareja perfecta para potenciar al 6: desde el mediocentro le cedía gustoso la zona a quien un día fue 4, tocaba rápido y devolvía de primeras.
Así llegó el Barça de Guardiola en su segundo año a la eliminatoria ante el Inter que lo apartaría de la soñada final en Madrid, tras la cual, para que no se escapara también la Liga, el técnico volvió a cambiar. El germen de la temporada 2010-11 se dio en ese final de la 2009-10, ya con Ibrahimovic fuera de plano, de vuelta Messi a la posición de falso nueve y con Bojan y Pedro en el papel que doce meses antes habían representado Thierry Henry y Samuel Eto’o. Así llegó la Liga de los 99 puntos, con el camino al área despejado para Leo Messi y el timón en las manos de un Xavi Hernández que ya no lo soltaría.
El siguiente fue el verano del fichaje de David Villa, delantero del Valencia y la selección que en el Barça iba a jugar en banda izquierda. Abierto al inicio de la jugada, cerrado después, iba a ser junto a Pedro el reverso de Messi. Si Leo, desde el centro, buscaría la cercanía de Xavi e Iniesta, sus acompañantes de línea, desde las bandas, se lanzarían en profundidad a la conquista del área. Aún así, los papeles desarrollados por el canario y el asturiano no eran idénticos. Si en la izquierda El Guaje era el culé más abierto a la hora de atacar, en la derecha Pedro gozaba de mayor libertad para asomarse al balcón del área y, mediapunteando, sumarse al rombo que Xavi, Busquets, Messi e Iniesta formaban para esconder la bola. La diferencia era Dani Alves, utilizado ahora para abrir el campo por banda derecha desde que Xavi se hizo el protagonista de la salida y el dominador absoluto de la base de la jugada. Un dominio que permitió a su equipo la proeza de perder el balón sólo cuando estaba dispuesto a arriesgarlo, mandar en todas las plazas y llevar prácticamente siempre la iniciativa en el juego. Como el Barça defendía con balón, las funciones de los centrales fueron de especialista. Además de lectura, técnica y disposición a la hora de sacar el balón jugado, sin él sus atribuciones se enfocaban a la anticipación, la capacidad de correr hacia atrás y de ganar los duelos individuales. Así se explica que reconversiones como las de Abidal y Mascherano, en una época en que el físico empezaba a abandonar a Puyol, resultaran tan exitosas en ese singular escenario de juego.
El tramo final de la temporada, sin embargo, empezó a insinuar problemáticas que atajar. El cuádruple enfrentamiento contra el Real Madrid de Mourinho apuntó que Xavi iniciaba la inevitable cuesta abajo y que Pedro y Villa eran piezas de caza menor para unos rivales que tenían como objetivo principal anular a Leo Messi. De este modo, a raíz de aquello y hasta el final de temporada en Wembley con otra Champions de por medio, Pep alternó la posición de sus dos extremos para que fueran Pedro y Alves los que sujetaran la amplitud de los ataques y convertir a David Villa, más liberado en la derecha, en una nueva amenaza a controlar en el área.
En la siguiente campaña, la cuarta, la última de Pep en Barcelona, La Liga se inició en el Camp Nou con una alineación que contenía solamente un defensa. Fue la temporada del 3-4-3, con una línea de tres atrás por la que pasaron hombres como Alves, Mascherano, Adriano o Busquets. Un dispositivo táctico con el que Guardiola trataba de actuar sobre los dos problemas insinuados a la conclusión del curso anterior, por un lado abriendo los partidos para encontrar espacios en ataque volviendo a un ritmo alto como el de su primer año, y por el otro sumando una atención más en ataque como en su segundo. Las apariciones de Isaac Cuenca o Cristian Tello, la utilización en determinados momentos de Alexis Sánchez como futbolista más adelantado para alejar de Messi la vigilancia de los centrales, o la presencia próxima al argentino de Cesc Fábregas, son algunas de las formas como se materializaron las alternativas introducidas por el técnico. Para los partidos grandes, no obstante, la mayoría de veces la apuesta fue por una propuesta mixta, que según el momento adoptara forma de 4-3-3 o 3-4-3, con Alves alternando funciones de lateral y extremo, Busquets de mediocentro y central, e Iniesta y Cesc haciendo lo propio entre el mediocampo y la delantera. Siempre le gustó a Guardiola sumar centrocampistas a su equipo, y esta mezcla de dibujos se lo permitía más que otros planteamientos. La final del Mundial de Clubs, por ejemplo, la ganó con cinco (más tarde Mascherano entró por Piqué para que fueran seis), Messi y Dani Alves haciendo las veces de delantero por banda derecha. Aquel día en la izquierda estuvo Thiago, en la posición a la que tantas veces subió Iniesta para reforzar la medular con Keita y formar con un cuarto centrocampista camuflado de delantero en el 4-3-3.
Un camino, el de Guardiola en Barcelona, que se inició en una fase previa de la Champions y terminó en una final de Copa catorce títulos después. Que arrancaba con Eto’o, Henry y Pedro mientras Messi ganaba el oro en Pekín, y que se despedía, los últimos minutos ante el Athletic de Bielsa, con Leo rodeado de Iniesta, Cesc, Thiago, Keita y Busquets. Entre medias pasaron muchas cosas, como en todos los viajes a los que merece la pena regresar de vez en cuando para hacerles justicia más allá de la imagen fija que, a modo de recuerdo, guardamos de ellos en la mesita de noche.
*Artículo publicado originalmente el 9 de abril de 2015 en la web Magiares Mágicos.
Iniesta10 5 mayo, 2015
Aquellas temporadas forman parte de un gran legado. Esas temporadas, especialmente la primera y tercera, son dificilmente igualables. El único mal recuerdo que tendo de aquellas temporadas es el pésimo comportamiento de Mourínho en la tercera temporada de Pep, que termino siendo bastante insoportable. Pep se merecía un rival más elegante, un Anceloti por ejemplo, pero Florentino estaba demasiado desesperado.
Todavía tengo en la retina los gritos de alegría y los botes que daba en el sillón con el gol de Iniesta en Stamford Bridge que suponía la clasificación para la final de Roma. Aquella epoca fué magnífica. Creo que la primera temporada de Pep fué la mejor, al menos la más rompedora.
La segunda temporada se perdió brío, el fichaje de Zlatan fué un error que se pagó caro. No se quería a Eto’o pero no se había atado a ningún otro delantero. Guardiola cometió bastantes errores en materia de fichajes, como fué el no fichaje de Ozil, el mismo fichaje de Ibra.
El cansancio de Pep fué haciendose patente, y Mourinho contribuía mucho a ello. La última temporada de Pep ya no fué igual que la primera y tercera. La pena es que pudimos ganar tres champions seguidas y perdimos la de la segunda temporada. Una lástima porque eramos mejor equipo que el Inter.
Pero eso ya son todo recuerdos. Pep se fué voluntariamente, y ahora está maquinando para vencernos. Un gran cariño y muchísimo respeto, pero mañana el equipo de Pep es el rival a batir.