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Aquel primer verano en Papendal

Aquel primer verano en Papendal

«Es muy difícil llegar a un lugar contracultural, que no es tu casa, e instaurar una cosa que a lo largo de dos décadas todavía perdure (…) No sé si la gente se lo ha preguntado: Si estas dos últimas décadas del Barca, si estos últimos 20 años… si sería lo mismo el Barça sin su llegada. ¿Se lo ha planteado la gente, esto? ¿Nos imaginamos un Barça sin su llegada? ¿Habría sido capaz otra persona de hacer lo que él hizo?«

Josep Guardiola en L’últim partit, 40 anys de Johan Cruyff a Catalunya.

Aquel primer verano en Papendal

Es un nombre que parece el de una ciudad de cuento. El de un lugar donde puede campar libre la fantasía, a origen mágico. Al paisaje perfecto para que suceda lo inesperado, a las mentiras que cuentan los abuelos para endulzarnos la mirada. Pero Papendal existe, existen los dos, el real y el imaginario. Hace ya más de un cuarto de siglo, a escasos ocho kilómetro de la localidad holandesa de Arnhem, en el centro nacional de deportes de Papendal, se empezó a escribir un cuento que todavía hoy pervive. Una historia en la que, de inicio, solamente creyó quien fue capaz de imaginársela, porque no era sencillo hacerlo. Se trata de un cuento que arranca durante la primavera de 1988 en una Barcelona diferente a la de ahora y en un Barça más distinto todavía. La Liga de Venables, la primera en una década, había terminado siendo un oasis y a las órdenes de su sustituto, Luis Aragonés, el equipo marchaba lejos de la cabeza y sin opciones de alcanzar a un Real Madrid intratable. Además, el rival ciudadano lograba clasificarse para la final de la Copa de la UEFA y, para colmo, en el vestuario azulgrana se declaraba una guerra abierta entre la plantilla y la directiva de Josep Lluís Núñez en un episodio que pasó a conocerse como el motín del Hesperia. Todo esto a las puertas de que la junta de entonces encarara su último año de mandato. La situación, salta a la vista, era desesperada.

Por suerte para la directiva, la institución y el equipo, a otro importante e histórico club europeo también se le había generado un incendio. En Ámsterdam, la última Recopa de Europa lograda por el Ajax a las órdenes de un joven Johan Cruyff que empezaba a deslumbrar, no le había servido al técnico para hacerse con todo el poder de decisión que entendía debía serle concedido, y antes de concluir la temporada el entrenador y el presidente Ton Harmsen sellarían el divorcio con la salida de El Flaco. El proyecto, que había trabajado Cruyff desde la base, terminaba antes de concluir su tercer curso. Con apenas 41 años, quien todavía era leyenda en Barcelona por lo que había significado su desembarco como jugador en los setenta, quedaba libre justo cuando a los dirigentes del Barça más les hacía falta un golpe de efecto. Pero aunque el acuerdo pareciera inevitable y ambas partes quisieran empezar a trabajar cuanto antes en el diseño de la siguiente temporada, el entendimiento no fue sencillo. Con el presidente a la cabeza, la opción de decantarse por Javier Clemente era bien vista por un sector de la junta y, a fin de cuentas, si Cruyff se había ido del Ajax por negársele el control total del área deportiva, el holandés no iba a pedir menos en su nuevo destino. Un club que encadenaba ocho técnicos distintos en nueve años no parecía el lugar en el que lograr ese tipo de confianza fácilmente. Pero Johan se sabía casi la última bala en el tambor de una directiva contra las cuerdas, acorralada entre un vestuario amotinado y una afición a la que ya se le habían puesto los dientes largos con el posible retorno de su último gran héroe, de modo que finalmente Josep Lluís Núñez cedió y aceptó las condiciones de Cruyff.

La ilusión y ambición del nuevo técnico, condensadas en un «marcaré una época» a modo de carta de presentación, no podían ser más premonitoriamente necesarias para una institución cabizbaja. A todo esto, la abrupta salida de Cruyff del Ajax y las urgencias de la directiva por calmar a la masa social culé, hicieron que su fichaje como próximo inquilino del banquillo azulgrana se anunciara antes del final de temporada y con Luis Aragonés, todavía técnico del primer equipo, encargado de cerrar el curso mientras su sustituto ya empezaba a preparar el siguiente. Era una situación tensa y compleja que, sin embargo, resultó importantísima porque permitió a Cruyff disponer de un tiempo muy valioso previo a tomar definitivamente las riendas del equipo, que el holandés aprovechó tanto para conocer de primera mano la realidad del equipo como para empezar a diseñar las líneas maestras del plan que, próximamente, pondría en marcha. Recabó cuanta información le fue posible entrevistándose con recientes ex-integrantes del vestuario, viajando por los estadios de la Liga española con su inseparable ojeador Tony Bruins Slot a la captura del talento nacional más apetecible y conociendo in situ el trabajo y la realidad de las categorías inferiores del club, a las cuales no tardaría en marcar la pauta.

Empieza una nueva etapa (…) borrón y cuenta nueva.

«En cuanto supe que nuestro próximo destino sería Barcelona, intensifiqué mi labor de recogida de datos y elaboré informes más exhaustivos referidos a los hombres que pudieran sernos útiles por un motivo u otro. Nos dedicamos a revisar kilómetros de cinta de vídeo, estuvimos revisando notas que describían no sólo los jugadores que militan en la División de Honor, sino también en la de plata, con un seguimiento especial de los miembros de la plantilla del filial azulgrana. Y por si quedaba algún cable suelto, decidimos vigilar a quienes nos gustaban en vivo y en directo» relataba el ojeador y mano derecha de Cruyff. Además, Johan visitó entrenamientos, se reunió con los técnicos y organizó partidillos con futbolistas del Barça Atlètic -nombre que entonces recibía el filial- y el Juvenil para mapear la situación de la cantera. Incluso, sin acceso a un vestuario del primer equipo que todavía conducía Luís Aragonés, el Flaco no pudo contenerse con el fútbol base y ya antes de finalizar la temporada había protagonizado alguna que otra aparición en el despacho del técnico del segundo equipo, Lluís Pujol, para hacerle llegar indicaciones sobre cómo debía jugar su equipo y la pauta que, importando la filosofía de cantera del Ajax, más tarde extendería a todo el fútbol base culé. Por sus pistas, de hecho, fueron los entrenadores de las categorías inferiores los primeros en saber cómo iba a ser el Barça de Cruyff, antes incluso de que el holandés hubiera tomado contacto de primera mano con él.

En realidad de poco le habría servido tenerlo, ya que el pulso entre el vestuario y la directiva se había convertido en el pretexto perfecto para acometer una renovación prácticamente total de la primera plantilla. El plantel, considerablemente envejecido, era una mezcolanza entre el ciclo de Venables, una ristra de canteranos sin posibilidad a demasiados minutos y una cartera de foráneos en la que además de Lineker y Schuster figuraban Mark Hughes y Steve Archibald. Los dos últimos, como en la época solo se permitían dos plazas de extranjero por plantilla, seguían perteneciendo al club pero el año anterior lo habían jugado cedidos en Alemania e Inglaterra respectivamente. Sumaban, en total, prácticamente una treintena de futbolistas de los que sólo un tercio iba a permanecer en el equipo ya que, además de las muchas caras nuevas que iban a incorporarse, Cruyff quería contar con una plantilla corta y de mucha competencia interna en la que todos se sintieran con opciones reales de jugar. La reconstrucción fue profunda y a conciencia, y mientras la directiva solucionaba las salidas y transigía con el deseo del entrenador por mantener en el vestuario a alguno de los que debían ser víctimas políticas de la rebelión, comenzaron a asomar las primeras caras nuevas. «Empieza una nueva etapa (…) borrón y cuenta nueva«, sentenciaría el míster antes de que todo echase a andar.

Se dice que antes de la llegada del holandés el club ya manejaba una lista de peticiones elaborada por Javier Clemente cuando el técnico de Barakaldo era el favorito para suceder a Aragonés, y de hecho Cruyff aterrizó con dos incorporaciones ya cerradas: la del lateral de la Real Sociedad, Luis María López Rekarte, y la de Manolo Hierro, central procedente del Valladolid y que no llegaría a debutar. Sobre el resto, con mayor o menor iniciativa, Johan tuvo poder de decisión y como se ha apuntado más arriba, tanto el técnico como su ayudante Tony Bruins pudieron verles en acción antes del verano. En total, hasta una decena de fichajes realizó el Barça, con un desembolso récord para le época, para certificar el cambio generacional y amoldar la plantilla a las intenciones de su nuevo técnico: Bakero y Begiristain incorporados también desde la Real, Ricardo Serna del Sevilla, Eusebio y Julio Salinas del Atlético de Madrid, Unzué de Osasuna, Valverde y Miquel Soler del Espanyol, además de los citados Rekarte y Hierro. Quedaba por resolver la cuestión del segundo extranjero ya que con Hughes y Archibald no se contaba y Schuster era nuevo jugador del Real Madrid, pero las dificultades a la hora de acceder a las primeras peticiones de Cruyff pospusieron la decisión sobre esta última operación hasta finalizado el stage de pretemporada en Holanda.

Johan Cruyff rodeado de diez de las caras nuevas que presentó el Barça en su primera temporada en el banquillo azulgrana. <strong>Arriba:</strong> López Rekarte, Salinas, Soler, Hierro y Serna. <strong>Abajo:</strong> Bakero, Valverde, Unzué, Eusebio y Begiristain.

Johan Cruyff rodeado de diez de las caras nuevas que presentó el Barça en su primera temporada en el banquillo azulgrana. Arriba: López Rekarte, Salinas, Soler, Hierro y Serna. Abajo: Bakero, Valverde, Unzué, Eusebio y Begiristain.

Papendal sería el laboratorio de Cruyff. Allí, sin directivos, en el complejo deportivo que había hospedado ya a los catalanes en los tiempos en que Rinus Michels fue su entrenador, trabajaría para construir un equipo completamente nuevo. Nuevo tanto en las piezas como en el ideario. El kilómetro cero de su revolución, el punto de partida de lo que ha sido el Barça durante más de 25 años. Antes de Papendal, técnico y jugadores apenas habían compartido una breve toma de contacto en Barcelona que le sirvió a Cruyff de poco más que para marcar territorio («¡Carrasco, o juega de 7… o se va!«) y una accidentada presentación en el Camp Nou que debía contrastar con la tranquilidad y recogimiento que esperaba El Flaco de la estancia del equipo en tierras holandesas. Iban a ser dos semanas de entrenamientos y partidos en las que, a marchas forzadas, inocular una nueva filosofía de juego absolutamente desconocida para un grupo de futbolistas que, además, en su mayoría nunca habían jugado juntos.

«Si un equipo pudiera hacerse en dos semanas, el fútbol sería muy fácil«, diría, y es que Cruyff era consciente de que aquello sólo podía ser el primer paso, pero que era vital que fuera firme, seguro y confiado. No se trataba de una pretemporada más, y en consecuencia la diseñó el técnico, proyectando, además de dos entrenamientos matinales diarios, la disputa de un encuentro amistoso cada tarde para recortar tiempo al tiempo y que el nuevo sistema de juego fuese calando en sus hombres a base de ponerlo en práctica: «En el stage realizaremos un trabajo profundo, pero sobre todo jugaremos al fútbol«. Catorce partidos de preparación en catorce días de stage para un total de veinte en un mes, substitutos de los típicos partidillos de entrenamiento para favorecer una mayor concentración de los jugadores y que el técnico pudiera emplear dos alineaciones distintas en cada una de las partes y, así, el once que permaneciera fuera aprendiera del que estuviese dentro: «Siempre tengo 11 mirando y 11 jugando, y cuando los cambio, lo mismo«.

Desde el primer día, Cruyff tuvo claro que uno de los objetivos que debía perseguir el juego del equipo era volver a contagiar a una afición que había abandonado las gradas del Camp Nou: «Lo más grave es que la afición no va al estadio. El resto es pequeño, como ese enfrentamiento entre directiva y jugadores«. La idea de juego, ofensiva y atractiva, lo sería porque así entendía él el fútbol y el camino más directo a la victoria, pero su singularidad y carácter lúdico debían resultar, al mismo tiempo, el puente perfecto hacia la reconciliación. «Estuve siguiendo los partidos del Barcelona a través de Sky Channel, una cadena de TV que ofrece resúmenes de los partidos de toda Europa, y debo admitir que llegué a dormirme» escribiría el holandés en De Telegraaf sobre el juego del Barça que le precedía. El fútbol del nuevo debería servir para que sobre el césped se cerrasen, en cierto modo, las heridas que durante los últimos meses habían lacerado al club.

La segunda pata de la reconciliación pasaba por una renovada identificación del aficionado con unos jugadores de los que, debido a los acontecimientos, se había distanciado. Entre tanta cara nueva y veterano sospechoso de traición, por lo tanto, resultaría imprescindible la participación de los más jóvenes, que tendrían abierta la puerta del primer equipo y entrenarían regularmente con los mayores. «Tiene un ojo clínico para los jóvenes y una bendita manía: el ataque total«, resumiría sobre el técnico Bruins Slot, y es que a Cruyff el trabajo con los más jóvenes no le venía de nuevo, pues se había volcado en ello en el Ajax descubriendo a algunas de las perlas más importantes en el futuro del club de Ámsterdam y de la selección. Los cambios en la organización de la cantera azulgrana, no sin las previsibles reticencias de buena parte de los técnicos de la casa, iban a suponer que el filial pasase de ser el último paso formativo a convertirse en el primer paso profesional, y al respecto fue toda una declaración de intenciones que el primer y el segundo equipo se presentaran juntos ante la afición.

Así pues, Johan miraría hacia abajo con frecuencia, y de hecho fueron varios los jóvenes canteranos que viajaron con el primer equipo a Papendal. Formaban parte de la llamada Quinta de Guayaquil, que recibió su nombre por un cuadrangular en Ecuador al que estaba comprometido el Barça terminado el anterior curso, y al que viajó bajo la dirección de Charly Rexach operando según las directrices que le había dado Cruyff, que proseguía su trabajo de planificación en Barcelona. El segundo de Johan, no en vano, era quien más y mejor conocía a las promesas del vivero culé, y fueron él y Lluís Pujol, de hecho, quienes más tarde decidieron que los cuatro canteranos que debían integrarse en el stage del primer equipo en Holanda fueran Amor, Milla, Serer y Jordi Roura. Dos centrocampistas de buena técnica y ajustada lectura del juego, un potente central capaz de jugar también en la derecha y un delantero de banda que en principio viajaría como medida de presión para el Lobo Carrasco, quien entonces renegociaba su contrato para adaptarlo al nuevo sistema de primas por objetivos que había definido Cruyff.

«Quiero que mi equipo se parezca al Ajax y a la selección holandesa.«

El auténtico primer contacto de la plantilla con el sistema de juego que pretendía implantar Johan Cruyff en el Barça no se produjo hasta llegar a Papendal. En él, tanto los más veteranos como las caras nuevas compartían casilla de salida ya que resultaría igual de novedoso para todos ellos, como evidencian las palabras de un Zubizarreta que encaraba su tercer verano en el club: «Del Athletic al Barça el cambio desde ese punto de vista no había sido muy grande, pero desde ese Barça al Barça de Cruyff, sí«, unas declaraciones perfectamente intercambiables con otras del entonces recién llegado Ernesto Valverde, cuando el hoy técnico del Athletic Club reconocía que «todo nos viene de nuevo porque cada uno estaba acostumbrado a jugar de una manera determinada y ahora cuesta acoplarse«. La idea de juego y la forma de desarrollarla que les empezó a transmitir su nuevo técnico en Holanda no se parecía a lo que habían conocido hasta entonces, de modo que en un comienzo, quien más quien menos, desconfió de ambas.

Durante los primeros días en Papendal, el de Cruyff era un sistema «en el que prácticamente sólo creía aquella persona que estaba al lado de la pizarra«, contaría más adelante Txiki Begiristain. También Guillermo Amor, en Informe Robinson reconocería las dudas iniciales que generaron las ideas de El Flaco: «La gente aquí se quedó un poco sorprendida, como diciendo: hombre, esto en una liga como la holandesa…pues igual funciona, pero aquí en la española a lo mejor hay dificultades«. Y es que, como resumió Jose Mari Bakero, Johan «tenía una visión del juego diferente a todo lo que habíamos hecho en España, que era más sobre la fuerza, sobre el correr, sobre competir de una manera basada más en el esfuerzo. Él nos enseñó, sobre todo en la primera fase, que el fútbol era más de inteligencia, de tener el balón, más de controlar el juego.«

El punto de partida del 1-3-4-3 de Cruyff era la constatación de que, en aquellos tiempos, la inmensa mayoría de equipos jugaban únicamente con dos delanteros, por lo que el técnico entendía que para hacerles frente bastaba con igualar el número de marcadores y sumar un jugador extra a modo de colchón de seguridad: «Si me habla de los tres defensas y un libre más adelantado, le puedo responder que es normal pensar así cuando la mayoría de equipos juegan sólo con dos puntas«. Ofreciendo siempre imagen de seguridad y confianza en sus ideas, por pantanosas que fueran las zonas en que se adentrasen, Cruyff parecía tenerlo todo claro y bajo control, algo sin duda necesario si en frente su audiencia recibía el mensaje con tanta predisposición como incredulidad: «Con tres arriba sí, porque con tres puntas en la cantera siempre habías jugado, con el 1-4-3-3. Pero jugar con tres defensas siempre…tenías ciertas dudas» asumiría Guillermo Amor.

A los marcadores de banda, que de origen podían ser laterales o centrales dependiendo del perfil de delantero con el que se tuvieran que emparejar, se les encargaría también un papel importante con el balón, tanto en su desarrollo por banda como a la hora de sacarlo jugado. Hasta tal punto que, en pretemporada, Bruins Slot incluso dejó caer la opción de que jugaran ambos a pierna cambiada para facilitar, así, la orientación de un pase que fuera capaz de superar líneas por dentro. Finalmente esta posibilidad no llegó a darse con los dos marcadores de banda al mismo tiempo, pero sí que López Rekarte -diestro- disputó varios encuentros desde el perfil izquierdo.

A partir de aquel verano, la historia también cambió para los guardametas del Barça, a los que Cruyff no sólo les pediría hacer cosas nuevas sino que los introduciría en una forma distinta de entender su posición. Si el sistema iba a prescindir de un cuarto zaguero que ejerciera de líbero por detrás de la línea defensiva era, en buena medida, porque Cruyff tenía pensado asignar ese rol al portero. Reclamaría tanto a Zubizarreta como a Unzué un papel e implicación en el juego que ninguno de los dos había conocido hasta la fecha en otros equipos pero que Johan, por su parte, ya había dado en Ámsterdam al pintoresco Stanley Menzo. «Él le pedía al portero que hiciera cosas que en mi cultura… que en lo que yo había hecho hasta entonces, no había tenido que hacer nunca» admite Zubizarreta. Tanto a él como a Unzué -el otro cancerbero del stage-, les hacía participar en los ejercicios de entrenamiento con el resto de futbolistas e incluso llegó a dar minutos al de Vitoria como centrocampista en uno de los amistosos. Fue, concretamente, en el segundo tiempo del encuentro ante el Veloc Eindhoven cuando, ya sin más hombres de refresco, el técnico echó mano de Andoni para relevar a un Jordi Roura demasiado fatigado.

Pero el cambio en el papel de los guardametas no afectaba únicamente a la íntima relación que en adelante mantendrían sus pies con el cuero, sino que tenía que ver, también, con otros lances del juego en los que igualmente desempeñarían el rol de líbero por detrás de la defensa: «Que además de ser portero en defensa también lo seas en ataque, y que la parte defensiva no sólo se hace en tu área, sino también en otras partes del terreno de juego«, sintetizaba Zubi.  Y es que el Barça en el que trabajaba Cruyff era uno en el que se dejarían muchos metros a la espalda de la defensa ya que la intención era que, tras perder el balón, en lugar de recular se fuera hacia adelante. Reminiscencia de la Naranja Mecánica de la que fue abanderado como jugador y con la influencia cercana de la selección holandesa que aquel mismo verano acababa de conquistar la Eurocopa con Rinus Michels, Rijkaard, Van Basten o Ruud Gullit, la idea de Cruyff era que su Barça también presionara en campo contrario, con los delanteros convertidos en los primeros defensores tan pronto como el balón cambiara de manos. Con el equipo apretando desde la primera línea, por lo tanto, la cantidad de metros a gestionar detrás era mucho mayor, lo que convertía al cancerbero en una pieza imprescindible para poder tenerlos controlados: «No cabe duda de que con esta táctica de jugar adelantado el portero tiene que estar muy atento a las posibles escapadas de los delanteros. Tienes que ser el líbero retrasado de tu defensa al estar jugando en el borde del área«.

Si para el portero éste era un escenario desconocido hasta entonces, en cuanto a la gestión de los espacios también los defensores iban a necesitar cierta aclimatación al suyo, como expresaba López Rekarte desde la misma concentración en Papendal poniendo de manifiesto el choque que se había producido en tierras holandesas entre el fútbol que conocía la plantilla y el que pretendía implantar el técnico: «En esto aún andamos un poco renqueantes. No nos hemos dado cuenta bien del todo y de vez en cuando, por inercia, pensamos que estamos jugando con un líbero detrás. Y tenemos aún que perfeccionarlo. Pero cuando le cojamos el truco y lo tengamos bien ensayado, va a ser bastante efectivo«.

Cruyff training

La importancia que unos y otros iban a adquirir con el balón en los pies tenía que ver tanto con una idea troncal de juego en la que el control sobre el esférico era piedra angular, como con el hecho de que dos perfiles después tan paradigmáticos como el del defensa central y el del mediocentro, en esta etapa germinal del proyecto que más tarde daría a luz al Dream Team, todavía estaban lejos de ser los que terminarían siendo después. El primero no era del todo un líbero. De hecho, el camino a través de cual Cruyff había llegado a la defensa de tres hombres había sido, justamente, el de adelantar al líbero, de modo que esta pieza pasó de jugar como último hombre a hacerlo entre la zaga y el mediocampo. Todavía más, al hoy emblemático 4 entonces se le llamaba «líbero adelantado» o «defensa de ataque». En este sentido, aunque anecdótico, resulta ilustrativo cómo en la interminable retahíla de nombres que sopesó el Barça para la llegada de un segundo extranjero que cubriera, justamente, esta demarcación de líbero adelantado, a la hora de describir el perfil deseado siempre se hacía referencia a «un Koeman», y el mismo Ronald fue el primer nombre pretendido. Descartado el holandés ante la negativa del PSV y complicándose las alternativas que más convencían, se aparcó la elección sobre el nuevo fichaje que debería ocupar este puesto, en una decisión que, a la postre, resultaría clave para el equipo y quién sabe si para el devenir histórico del club.

Como este líbero adelantado más que una figura nueva resultaba del cambio de posición de una que ya existía, tanto Cruyff como Rexach siempre consideraron que la verdadera novedad táctica de su sistema era la pieza que coronaba el rombo: el 6. La incursión del antiguo líbero en mediocampo emancipaba a una de las piezas de la medular que en el 1-3-4-3 pasó a situarse por delante del mediocampo y por detrás del punta, siguiendo la misma línea recta que de forma imaginaria trazaban el defensa central, el líbero adelantado y el nueve. A este hombre entre líneas, además, se le daría un cometido novedoso enfocado, principalmente, a la llegada y la descarga. Debido a esto último tendría un papel capital en la velocidad de la circulación, pues su capacidad para recibir de espaldas y entregar de frente al compañero en mediocampo con el que se veía cara a cara, posibilitaba que éste pudiera entregar rápido, bien orientado y con toda la panorámica del ataque abierta ante sus ojos.

Cerraban el sistema un delantero centro, figura indudablemente presente en este primer contacto del Cruyff entrenador en Barcelona y que no se empezaría a desterrar hasta más adelante, y dos extremos fundamentales para abrir el campo que tenían un papel táctico importantísimo pero no muy grato para futbolistas acostumbrados a contactar mucho más con el cuero: «Hay momentos en que estoy como ausente porque no me llegan balones. Personalmente, me gustaría participar más en el juego, pero entiendo que esto forma parte del sistema» confesaba Begiristain tras uno de los amistosos en Holanda. Por esto, el técnico puso especial esmero tanto en reconocer su indispensable contribución al equipo como en reprocharles aquellos comportamientos tácticos que no se habían ajustado al libreto. Y es que en el plan del holandés, ofensivo, protagonista en campo rival y que juntaba a mucha gente arriba, era fundamental abrir el campo con los hombres de banda para que de esta forma aparecieran espacios por dentro para las piezas interiores. «Jugué según el sistema que Cruyff nos explicó horas antes. ¿Si me afecta? No tanto como a los defensas, pero sí. Antes, en el Valladolid y en el Atlético de Madrid, jugaba más pegado a la banda. Aquí Cruyff quiere que salga hacia el centro para rematar o apoyar las paredes y eso me va a proporcionar bastantes más ocasiones de marcar goles y de lucir un poco más de lo que lo hacía antes«. Son palabras de Eusebio Sacristán sobre su papel y evolución en el equipo, formuladas tras uno de los encuentros de preparación. 

Los partidos que disputarían los azulgranas cada tarde durante la concentración en Papendal se organizaron con equipos de la zona de diversos niveles. El primero de ellos tuvo como protagonista al modestísimo conjunto de Varsseveld, una pequeña población de unos 6.000 habitantes y cuna del entonces técnico del PSV, Guus Hiddink. En aquella época Rudi Roenhorst era un joven vecino de Varsseveld, amigo de varios integrantes del equipo como Andre Venderbosch, su goleador. Gracias a ellos llegó a oídos del club que Rudi disponía de una cámara de vídeo de buena calidad que ya había utilizado para grabar otros acontecimientos deportivos como carreras de caballos, de modo que el SC Varsseveld le pidió que hiciera lo propio con el partido que el conjunto local disputaría contra el F.C.Barcelona. Como Johan Cruyff había puesto un especial cuidado en que las pruebas del stage no fueran retransmitidas por televisión, para no trasladar a la afición barcelonista una imagen del equipo demasiado alejada del objetivo que se aspiraba alcanzar finalmente, la de Rudi probablemente sea una de las únicas grabaciones que existen del primer Barça de Cruyff. Del primer partido que al cuadro culé lo dirigió el holandés desde la banda.

En aquel amistoso inaugural, la alineación del primer tiempo la formaron Zubizarreta, Serer, Serna, Julio Alberto, Robert, Eusebio, Amor, Soler, Roura, Julio Salinas y Begiristain, mientras que en la reanudación sólo repitió el guardameta acompañado por Cristóbal, Manolo Hierro, López Rekarte, Salva, López-López, Bakero, Urbano, Danny Muller, Calderé y Carrasco. Al tiempo que Tony Bruins Slot seguía recorriendo medio mundo a la caza y captura de un jugador que cubriera el rol de líbero adelantado, los primeros mediocentros de Cruyff fueron Robert Fernández y Salva García. «Robert puede tener esas cualidades que estaba buscando«, comentaba satisfecho el holandés sobre lo visto en el mediocentro. En realidad, tan bien respondieron ambos en su nueva ubicación que el técnico empezó a replantearse la urgencia del nuevo fichaje y a sopesar la posibilidad de que este último movimiento no se encaminase finalmente hacia la contratación de un líbero adelantado sino de un central o de otro tipo de centrocampista.

De hecho, el hoy secretario técnico del Barça al inicio de su carrera profesional ya había actuado como cierre en mediocampo y en el Barça, con Luis Aragonés, la posición tampoco le había resultado del todo extraña. Aunque limitaba las opciones de sacar a relucir su poderosa llegada desde segunda línea, se mostró cómodo con la específica función en el sistema que le había encomendado el míster: «Al haber jugado en una demarcación similar durante mi etapa en el Castellón, me encuentro muy a gusto en esta demarcación«. Sin embargo, tampoco se le escapaba que se trataba de una posición con una especial responsabilidad al estar situada por delante de una defensa que integraban únicamente tres futbolistas: «Tiene mucho sentido actuar con solo tres defensas, ya que la inmensa mayoría de nuestros rivales actúan únicamente con dos delanteros. Al mismo tiempo, esto puede ofrecerle muchos huecos al rival, así que el cuarto hombre tiene también misiones defensivas muy claras«, algo que se hacía especialmente visible cuando en determinadas fases del juego este líbero adelantado pasaba a incrustarse en la línea defensiva actuando como momentáneo cuarto zaguero.

«Todo parece indicar que, en el esquema de Cruyff, este será el eje del conjunto«, adivinaba Graham Turner en las páginas de El País, pero lo cierto es que cuando el Barça de Cruyff echó a andar, el famoso 4 todavía no era tal cosa. Tan simbólica figura en el imaginario culé tardaría apenas unos días en nacer, y lo hizo como consecuencia de dos hechos cuyo impacto en la evolución de aquel equipo y, como consecuencia,  en la personalidad futbolística del club durante las siguientes décadas, las separa de su vertiente más anecdótica. Por un lado, en aquel primer encuentro ante el Varsseveld, Jose Mari Bakero recibió un golpe que le impediría participar en los siguientes tres partidos, una baja que abrió la puerta a que el canterano Luis Milla ganara protagonismo en los amistosos posteriores aunque, todavía, como interior o ejerciendo de 6 por delante de éstos. Cruyff, no obstante, había concebido el stage en dos partes, una primera de acoplamiento a las nuevas ideas y puesta a punto física, y una segunda que pretendía una mayor profundización táctica. A partir de la primera semana en Holanda, pues, se intensificaron los ajustes y las pruebas, resultado de las cuales, en el décimo encuentro de preparación, el 3 de agosto ante el amateur Alcides Meppen, Luis Milla y Robert Fernández disputarían la segunda parte con las posiciones intercambiadas.

El canterano, por primera vez, sería el líbero adelantado -a la postre el 4- y Robert, aprovechando una nueva lesión de Bakero, el 6. Con el tiempo y con el mediapunta ya recuperado, la demarcación final del valenciano sería la de interior izquierdo, pero Milla ya no se movería del círculo central. Sería, este sí, el primer 4 de Johan Cruyff. Y es que la prueba salió a pedir de boca. Sin Milla ni Robert y con Amor probándose como teórico delantero centro, el partido ante el Alcides se fue al descanso con empate a uno en el marcador, pero en la reanudación, tras la entrada de un once distinto en el que Milla cerraba el rombo y Robert lo coronaba, con tres goles de éste último y dianas de Julio Alberto, Soler y Txiki, los culés dejaron el marcador en un rotundo 7-2 final. Al día siguiente el técnico repitió la fórmula en el segundo tiempo contra el Madese Boys, y volvió a quedar más que satisfecho (7-0 final con todos los goles anotados durante la mitad en que Milla y Robert ocuparon los vértices del mediocampo), destacando tras el encuentro la velocidad a la que el equipo había sido capaz de mover el esférico. Cruyff ya tenía su 4.

Resultó un hallazgo que cambiaría el ciclo del holandés en Barcelona tras apenas unos días de haberlo empezado. Un descubrimiento que comenzó por sorpresa («no esperaba que Milla jugara tan bien«) con quien, en principio, iba a alternar el filial con el primer equipo y a rivalizar por el puesto de interior derecho con el incorporado Eusebio cuando jugara con los mayores. Pero que terminó, semana y pico después, con una categórica afirmación del entrenador: «Milla es el mejor fichaje que hemos hecho este año«. El germen de una manera de entender una demarcación que años más tarde coronaría Guardiola, y cuya descripción esbozaba el propio Luis Milla recientemente a la revista Don Balón: «Sobre todo ser un jugador inteligente, que elija bien, tanto en conceptos ofensivos como defensivos, que sea el primero que inicie el juego de su equipo, que dé continuidad entre defensa y juego de ataque, pero que luego sea el jugador que esté pendiente de ayudar a sus defensores. Creo que los jugadores que han jugado de mediocentro en el Barça han tenido muchas similitudes, sin ser jugadores físicos, han sido jugadores inteligentes, que han entendido muy bien lo que se buscaba en su puesto, han sido muy específicos«.

milla

Los catorce amistosos también sirvieron a Cruyff para ir encontrando el once que iniciaría el curso con la provisional etiqueta de titular, y para poner sobre el tapete algunas pruebas y experimentos. De este modo, por ejemplo, aunque aquel primer año el sistema del holandés normalmente mantuvo la presencia de un delantero centro en la figura de Julio Salinas, ante la ausencia de un segundo nueve claro entre los futbolistas que realizaron el stage, ya en Papendal se experimentó con la idea del falso nueve con protagonistas tan llamativos como Ramón María Calderé o Guillermo Amor, o uno menos sorprendente como Jose Mari Bakero, quien ya en la Real Sociedad había despuntado como goleador. El 28 de julio, por ejemplo, en el cuarto choque de preparación, el Barça goleó por 16 a 0 al humilde Veloc Eindhoven y las crónicas de la época rescataron que tan abundante cantidad de goles la lograría «casi sin ariete«, con el multiusos Urbano haciendo las veces de hombre más adelantado en el centro del ataque. Sin embargo, lo cierto es que a causa de lo rupturista del sistema y de la idea de juego del holandés, y a lo complejo de su asimilación total por parte del equipo, en esta primera temporada se tendió a simplificar y mecanizar algunas cuestiones que en años posteriores sí se desarrollarían de forma más abierta: «No quiero que los jugadores piensen demasiado en el campo, porque de esta forma das una ventaja al rival. Los equipos con personalidad son aquellos en que cada uno sabe como un autómata lo que debe hacer en cualquier circunstancia y sin parar a meditar la jugada. Para poner un ejemplo, pretendo que cada uno actúe con el balón de la misma forma que uno conduce un coche, sin pararse a pensar en lo que está haciendo«.

Además de las ya citadas cuestiones del nueve y de ese 4 que de inicio había sido «únicamente» un líbero adelantado, se podría citar también aquí el funcionamiento del carril izquierdo. En un principio y durante casi la totalidad del tiempo que duró la pretemporada azulgrana, a diferencia de lo que sucedía en la derecha donde el extremo estaba mucho más sujeto, lo que se trató de plantear en el lado izquierdo del ataque fue un intercambio fluido entre el hombre de banda y el interior. La prensa de la época, una vez conocido que Cruyff tenía en mente utilizar al hasta entonces lateral del Espanyol, Miquel Soler, en mediocampo, había creído ver en su incorporación un intento de reproducir en el Camp Nou el papel que Rafael Gordillo venía interpretando en el Real Madrid de la Quinta de El Buitre, desde que pasó de jugar como lateral izquierdo a hacerlo en la media para continuar recorriendo la banda sin tener que atender tanto al retorno. Igual que el madridista, El Nano había sobresalido como un lateral de abrumador despliegue físico y poderosa llegada por banda, pero los planes del técnico culé hacia él eran otros: «Muchas veces debo irme hacia el interior del campo para dejar que entre Soler por la banda izquierda» relataba Txiki Begiristain, su acompañante en el carril desde el exterior y el otro protagonista encargado de cruzar con Soler el puente que estaba levantando Johan entre las posiciones de interior y extremo izquierdo.

El Nano que había aterrizado en el Barça era un lateral izquierdo o carrilero de banda con aprecio a los grandes espacios y a los despliegues generosos, pero en el estricto sistema posicional que perseguía implantar Johan como modelo, su juego se encontraba encorsetado: «El F.C.Barcelona como gran club que es, siempre tiene la obligación de jugar al ataque y no esperar lo que haga o deje de hacer el contrario. Y, claro, con este sistema de juego marcadamente ofensivo queda mucho menos espacio para maniobrar. Habrá que seguir acoplándose«. Cruyff daba el diagnóstico y la receta. El propio futbolista aludía a ello cuando reclamaba más espacio en un sistema que «no le facilitaba entrar en juego«. De hecho, las dificultades del ex-periquito para aclimatarse a la nueva realidad futbolística terminaron provocando, en primer lugar, que el plan quedara aparcado algunos meses y finalmente la pérdida de protagonismo del catalán, que no llegó a la decena de titularidades en Liga. El descubrimiento y explosión de Milla, la recuperación de Bakero y el rendimiento de Robert, unidos a los problemas de Soler para adaptarse a las necesidades de su puesto en mediocampo,  llevaron a que poco después de iniciarse oficialmente la temporada Cruyff simplificara la idea y la relación entre interior y extremo. No la desempolvaría hasta dos años después, con la llegada de Hristo Stoichkov y en muchas ocasiones, curiosamente, con Txiki haciendo las veces de ese interior al que primero contempló desde el otro lado del puente.

«Si un equipo pudiera hacerse en dos semanas, el fútbol sería muy fácil.»

Tal como le sucedería más tarde al búlgaro y siguiendo con el funcionamiento del ataque, en la idea que proyectaba Cruyff sobre su Barça el lugar de un delantero como Gary Lineker no estaba en el área sino en el costado. No tanto porque el holandés no pretendiera una referencia en punta de ataque pues, se insiste, en este momento Julio Salinas lo era y el Barça como plan principal no tenía uno que pasara por la fórmula del falso nueve todavía, sino porque para el técnico, dado que su equipo jugaría muy arriba y cerca de la portería contraria, la velocidad del inglés sería mucho más aprovechable con los espacios que le podía proporcionar una diagonal larga desde la orilla que con los pocos metros que podría encontrar en punta. En zona de castigo prefería un tipo de atacante más dado al regate en el área y los espacios reducidos: “Lineker, como Stoichkov, son gente de velocidad, pero nosotros jugábamos en campo contrario y ahí el espacio hasta la portería es pequeñito. Entonces, si tienes velocidad, necesitas más campo para aprovecharla. Por eso jugaban los dos de extremo sin ser extremos“.

De Julio Salinas, en cambio, gustaba su capacidad para aguantar el balón de espaldas y la facilidad con la que abría espacios a las llegadas de segunda línea, labor que resultó muy elogiada por su entrenador a lo largo del stage contrastando con las críticas externas que le reconocían la labor realizadora pero le afeaban su atropellado estilo: «La gente se mete con Julio Salinas y hoy ha tenido una intervención decisiva en los dos tantos, abriendo los huecos necesarios a sus compañeros«, algo que con el tiempo y la definitiva implantación de una referencia más vaporosa en el frente de ataque, se confirmaría especialmente valioso para el entrenador holandés.

Gary Lineker, el único extranjero de la plantilla a la espera del último refuerzo, además, no pudo realizar con el equipo la pretemporada en Papendal debido a una enfermedad, de modo que quienes ocuparon la plaza de extremo derecho durante los amistosos de preparación fueron Ernesto Valverde, Jordi Roura, Muller y un Lobo Carrasco que posteriormente iniciaría como titular la Liga. Años más tarde el Txingurri, ya como entrenador y rememorando sus años de futbolista en activo, reflexionaría al respecto del holandés y su método en el periódico El Mundo: «Clemente conectaba con el jugador, le transmitía su intensidad, la que llevaba al equipo siempre hacia adelante. Cruyff no valoraba eso, sino la perfección en el juego. No te perdonaba un mal pase«. El pase y la posición, como pilares del juego que pretendía hacer florecer El Flaco en su Barça, fueron los dos aspectos en que más atención puso el entrenador en charlas, entrenamientos y amistosos, pues eran los principios que le iban permitir a su equipo dominar el cuero, su gran objetivo: «Si tienes el control del balón, tienes el control del juego. Era lo que más nos decía» explicaría José Ramón Alexanko, uno de pocos veteranos de la plantilla en aquella concentración y hoy director de la cantera del Valencia.

Para llevarlo a cabo y poder ejecutar correctamente todas sus indicaciones acerca del nuevo modelo, el técnico demandaba a sus futbolistas la máxima concentración tanto en las sesiones de entrenamiento como en los partidos amistosos en los que la idea debía ponerse en práctica. A Ramón María Calderé, que finalmente no permanecería en la disciplina del club, salir a disputar uno de los encuentros de preparación sin la tensión que el técnico entendía necesaria le valió abandonar el campo antes de concluirse los 90 minutos, aunque esto supusiera dejar al equipo con sólo diez hombres durante el tiempo restante. «Desde que comenzó la pretemporada nos está intentando convencer de que no hay ninguna necesidad de correr tanto sobre el campo. En el fútbol siempre se ha dicho que lo primordial es tener una buena preparación física. Pues bien, él piensa lo contrario. Para Cruyff, lo más importante es que el jugador sea más listo que el contrario, que siempre mantenga la cabeza fría y que no pierda nunca la concentración y la colocación sobre el campo» apuntaba Begiristain, uno de los alumnos más aventajados, en Papendal.

Papendal_Cruyff_MD

Convencido el vestuario, faltaba hacer lo propio con la afición y el entorno. Como se desprende de este artículo publicado poco antes de iniciarse la Liga, no iba a ser fácil.

La asimilación de sus ideas por parte de los jugadores iba siendo cada vez más una realidad, y la evolución del equipo marchaba a buen ritmo («cada vez jugamos más rápido«). El objetivo del stage era acelerar la adaptación del grupo al sistema y convencerlos de la viabilidad de una nueva forma de jugar que ninguno de ellos había conocido antes, por lo que el turno de seducir al aficionado no debía llegar hasta más tarde. Cruyff no quería desgastarse multiplicando las batallas a librar. Así pues, el técnico puso un celo especial en que las televisiones no retransmitieran los partidos de preparación del equipo mientras éste seguía familiarizándose, a trompicones, con su novedosa propuesta. Su intención era que el socio no descubriera a aquel nuevo Barça hasta el trofeo Joan Gamper, cuando la preparación y el rodaje garantizaran ofrecer una versión más o menos ajustada de lo que se pretendía ser.

Por ello, no disimuló su disgusto cuando finalizada la concentración Televisió de Catalunya retransmitió un Torneo de Palma en el que la participación del cuadro azulgrana todavía fue discreta: «Lo que más lamento es que nuestra afición habrá sacado una impresión del equipo que no es la justa«. Y es que en su afán de recuperar al Camp Nou para su causa («Si conseguimos llenar el estadio y tener el público a favor saldremos del vestuario ganando por uno a cero«), su idea no debía convencer sólo a los futbolistas sino también a todos los resortes de aquello que tuvo a bien bautizar como entorno. Pero Johan estaba satisfecho. Las dos semanas en Holanda, pese a algún sobresalto final, habían cumplido con su misión. La primera piedra estaba puesta y él, que tan claro parecía haberlo tenido todo desde el principio, lo sabía: «Nos pegaremos muchos trompazos, pero estamos en el buen camino«. Un camino que en realidad fue un cuento. Aquel que Cruyff empezó a contar un verano en Papendal y en el que, al final, creyeron todos.

· Artículo relacionado: El último Barça que imaginó Cruyff

– Foto de portada: Bongarts/Getty Images

 

Comments:11
  • Aveblaugrana 6 enero, 2016

    Que mejor manera de conocer la historia contemporanea del Barca que con este magistral articulo; Sr. Morén, de corazón gracias, lo ha hecho de nuevo.

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  • Jorge 6 enero, 2016

    Sensacional artículo Albert, enhorabuena. Ha sido un placer leerlo.

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  • Halilović 10 6 enero, 2016

    Maravilloso, Morén, un espectáculo.

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  • Kim jong un 6 enero, 2016

    Te felicito eres muy grande, asi da gusto.

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  • Morén 6 enero, 2016

    Muchas gracias a todos. La verdad es que este es uno de esos artículos que se disfruta especialmente preparando y escribiendo, y que además tenga esta acogida por vuestra parte lo hace doblemente gratificante.

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  • George Best the best 7 enero, 2016

    Me sumo al agradecimiento, una joyita!!

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  • Elcojo 7 enero, 2016

    Menudo regalo de Reyes nos ha dejado. Alucinante. ¡Gracias!

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  • Julio VLC 8 enero, 2016

    ¡Enorme Morén! (Aplausos y vítores)

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  • vi23 11 enero, 2016

    Genial, Albert.

    Aloisio fue al año siguiente? No estaba en esa pretemporada

    Sería genial si repasases año por año cómo se fue construyendo y evolucionando aquel equipo.

    Para la gente de mi edad, aquello fue insuperable. Ni siquiera lo de ahora puede compararse

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    • Morén 11 enero, 2016

      Aloisio llega ese verano, pero es el fichaje del segundo extranjero que no se define hasta volver de Papendal.

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  • DHST 16 noviembre, 2020

    Siempre genial Albert. Recién empiezo con estos escritos tuyos, nos vemos en el siguiente.

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