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Neymar y el puñal

Neymar y el puñal

Neymar marcó en los últimos cinco partidos de la Champions que con autoridad levantó el Barça la temporada pasada. Abrió la lata en ambos partidos contra el PSG, y tanto en las semifinales como en la gran Final fue el encargado de sellar la clasificación y el título aprovechando su velocidad a la contra y/o a la espalda de la defensa rival. Cuando el adversario busca arriba empujado por la necesidad, y teniendo en cuenta el catálogo de pasadores que en el Barça pueden poner un balón medido, de pocas armas más eficaces dispone la competición para terminar con las esperanzas de los demás que la aceleración del brasileño. Luis Enrique, que anoche se sabía con ventaja gracias al resultado cosechado en Londres, jugó con ello y su delantero no tardó en darle la razón. Por lo general fue el hombre más adelantado de los tres que integran el ataque culé, y en esta ocasión ocupó de partida una zona más central de lo habitual, hasta resultar una invitación envenenada para que Bellerín se sumara al ataque y con Alexis sobrecargara la zona de un Jordi Alba poco auxiliado. Pero el lateral importaba poco, era un peón sacrificado a cambio de generarle los espacios y abrirle la puerta a Neymar. Messi en banda derecha, Suárez muy móvil manteniendo la atracción de los centrales… el Barça descolgó a los tres miembros de la MSN pero todos parecían tirar de la manta para que Neymar, como una daga, con solo presionar levemente sobre ella, la desgarrara de arriba a abajo.

En realidad, la cuestión particular del brasileño podría extenderse de forma más general a toda la línea de ataque, pues separándola del resto del equipo durante el juego con y sin balón, el técnico asturiano buscaba, justamente, hacer pesar más las ventajas de su libertad que los inconvenientes de su no presencia atrás. De hecho, más que la inferioridad asumida con la que en muchos momentos defendieron los locales, seguramente castigó más la soledad con la que fueron obsequiados Messi, Neymar y Suárez a la hora de atacar, con los interiores y ambos laterales manteniéndose en un segundo plano y apenas invadiendo su zona cuando la pelota rondaba el área de Ospina. Si mientras se desarrollaba el ataque esta división pesaba relativamente, cuando más constó fue tras perder el balón ya que por no haberse juntado antes con la pelota, las piezas se encontraban demasiado alejadas para lanzar efectivamente la presión. Hasta que en el descanso no intervino Luis Enrique para corregirlo, Andrés Iniesta y Rakitic quedaban lejos del primer envite y la línea defensiva demasiado atrás como para hacer corto el campo en el momento en que intentar recuperar el cuero. Algo que, una vez ajustada la altura, hizo mucho y bien Mascherano. Si Ney marcó el final, él dibujó el principio. Si uno fue el escudo, el otro fue el puñal.

 

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