
A Messi le da igual
Cuando el Atlético de Madrid lo eliminó de la Champions, al F.C.Barcelona se le rompió el alma. Ya lo dice Abel Rojas, no hay día más duro para un equipo grande que el primero en que se ve fuera de la pelea por el entorchado europeo. Para estos conjuntos la Copa de Europa es la gasolina de la ilusión, el reconocimiento de los eternos, y su pérdida un vacío nada fácil de llenar. El Barça de Luis Enrique, hasta mayo vigente campeón, se alejó de ella porque no supo encontrar respuesta sobre el campo a un determinado escenario futbolístico, pero las consecuencias de aquello, en lo anímico las siente todavía, aún cuando ese contexto ya ha cambiado y vuelve a ser el que, para él, no tenía secretos. Ahora sí tiene espacios, ahora sí puede abrirse sin temor a concederlos, porque en el intercambio es mucho más poderoso que los contrincantes que le quedan por enfrentar. Pero los culés no han vuelto a marzo. Entre medio ha pasado abril, que se ha llevado el premio gordo, llenado la mente de dudas y agarrotado el fútbol. A todos, pero hay uno al que no le importa. Como aquel Murakami que en “De qué hablo cuando hablo de correr” decía convertirse en una especie de autómata sin más opción ni sino que seguir corriendo cuando en medio de un maratón su cuerpo parecía decirle basta. “Sin pensar en nada. Sin creer nada. Sin apenas darme cuenta“. Casi con resignación, como un destino inevitable, incuestionable e inaplazable. Esa especie de autómata es ahora mismo Messi para el Barça.
Sin detenerse todavía a razonar lo que se ha ido, el argentino tira de un equipo magullado hacia el título de Liga. Sólo quedan tres partidos y Leo quiere, puede y sabe cómo ganar los tres. Así lo hizo el sábado ante el Sporting de Abelardo, que aún con ausencias notables, como en la primera vuelta, salió ordenado, combativo y dispuesto a no regalar, primero mezclando algunas fases de presión y con el paso de los minutos más metido atrás. El Barça, por su parte, presentaba como novedad la incursión en el once de Sergi Roberto, un lateral derecho exterior y de recorrido que podía servir para mantener activada la banda derecha cuando Messi se trasladase al carril central para desentumecer el ataque. Al fin y al cabo, los locales necesitaban mucha presencia de su estrella, pues el resto de individualidades, a excepción de Luis Suárez, marchaban descompasadas y el juego colectivo no fluía con naturalidad. Leo se vistió de origen y desde el regate, la diagonal y la pared, no sólo resultó la amenaza y el motivo, sino que fue rescatando a sus compañeros a fuerza de persuasión, fútbol e insistencia. Además de la solución individual, fue quien recogió los pedazos, buscó los socios y recompuso a un colectivo que con el paso de los minutos, ya en la segunda mitad, fue dando con un ritmo más regular. Y visto lo visto, eso entrañaba una dificultad incluso mayor que la de filtrar acciones de peligro para dañar al cuadro asturiano desde un componente puramente personal.
Sus compañeros estaban paralizados. En ataque el caso más visible fue el de Neymar, participativo desde el desacierto y al que la desconfianza hizo dilatar demasiado los tiempos en la ejecución, pareciéndose más a aquel primerizo que en su desembarco en Europa arrastraba todavía el ritmo del campeonato brasileño, que aquel que no hace tanto daba continuidad a las jugadas con la misma electricidad con que contorsionaba su cuerpo ante el defensor. Quizá no tan evidente pero igualmente importante resultó el bloqueo en defensa, donde el triángulo formado por Piqué, Mascherano y Busquets estuvo excesivamente apresurado en el robo, jugándoselo todo a la anticipación y aparcando unas temporizaciones que esta temporada habían dado mucho cuerpo a la transición defensiva del Barça. Seguramente a ninguno de los tres les ayudaba la exposición con la que deben jugar cuando ambos laterales tienen que subir tanto y hasta tan arriba, a los centrales porque los dejó con mucho ancho que cubrir contra el atinado Guerrero, y al mediocentro porque esto lo sujeta demasiado lejos de la zona donde su presión tras pérdida es realmente efectiva. En este sentido, la entrada de Dani Alves en el entreacto mejoró la cosas, tanto por la sapiencia y responsabilidad del brasileño a la hora de medir sus incorporaciones, como por los pases de más que sumó en la media. Estando Neymar ofuscado, Dani era el mejor socio para un Messi que no flaqueó recuperándolos.
Artículos relacionados:
– Foto: Alex Caparros/Getty Images