
Ganar tras no haber perdido
Gerard Piqué no habría dejado a Víctor Valdés ser el héroe de la Final de París. Aquella noche, el guardameta catalán emergió para que el F.C.Barcelona levantara la segunda Copa de Europa de su historia, en los momentos en que más sufrían los suyos. Primero manteniendo impoluto el arco cuando Thierry Henry tradujo el impetuoso inicio del Arsenal en ocasiones de gol claras, y luego ejerciendo como red de seguridad para que el punta galo y sus secuaces no apuntillaran al espacio a un rival que necesitaba arriesgar. Pero es precisamente en escenarios como este, cuando el sufrimiento parece ser ya ingestionable y se requiere, casi se implora, una intervención heroica para que no sucumba Gotham City, en los que Gerard Piqué se alía con la leyenda para trascender la dimensión que lo distingue como uno de los mejores centrales del mundo. Un central pensado y formado en un estilo que acompañe, es incluso más, mucho más diríamos, cuando se siente solo. De sus noches en Stamford Bridge hasta que Iniesta desató la locura, en Roma hasta que Eto’o encendió la Final, en el Barça-Madrid del curso pasado hasta que Suárez marcó un gol que valía una Liga, en Berlín hasta que el uruguayo volvió a poner en ventaja a los suyos o de la de ayer hasta que Messi sacó cartabón y compás, sale material para que Marvel inicie una nueva saga. Si en esta era Leo Messi es la garantía de que el gol nunca está lo suficientemente lejos como para perder la esperanza, la posibilidad siempre insinuada de victoria, Gerard Piqué es el encargado de retarse con la derrota y de enfrentarla cuerpo a cuerpo hasta que el argentino pueda teñirla de triunfo.
Ellos dos y Andrés Iniesta, uno por línea, fueron los grandes artífices de la victoria de un conjunto culé que ni antes ni después de la expulsión de Mascherano se sintió cómodo en el Vicente Calderón. La Final dio inicio con la peliaguda novedad en el lado azulgrana de un Sergio Busquets que por fases ejercía de central derecho. Novedad porque para iniciar juego en otras ocasiones se le había visto entre centrales o decantado hacia el sector izquierdo pero no hacia el derecho, y, sobre todo, porque más allá del momento de sacar jugado el balón desde atrás el comportamiento posicional del mediocentro, con matices, se mantenía. Y peliagudo porque precisamente por esto último, debido a que no puede ser, por lo tanto, un ajuste enmarcado únicamente en la explicación del primer pase, la batería de posibles motivos que lo provocaron se dispara. La voluntad de proyectar a los laterales para salir a través de ellos o alejar a Coke y Vitolo del juego directo hacia Iborra, el deseo de reforzar defensivamente la zona del canario y Gameiro a la espalda de Dani Alves, la intención de cubrir a Piqué cuando éste saliera por alto a la disputa con Iborra… difícil arrojar luz en esta cuestión. Sí es posible, en cambio, describir sus consecuencias. A grandes rasgos, hubo tres que fueron las principales. En primer lugar, el reparto de futbolistas y la estructura que con ellos tomaba la salida de balón culé, conducía el inicio de la jugada del Barça hacia los costados. Con Piqué como enlace entre ambos, Busquets y Mascherano conectaban con Dani Alves y Jordi Alba, y estos a su vez con Messi y Neymar a los que, tras recibir de la banda, se les presentaba desde el centro el apoyo del interior más próximo.
La segunda consecuencia consistió en que, superada esta salida lateral que minimizara el riesgo de comprometer el cuero en zonas peligrosas, el ataque catalán extrañó a la pieza central del tablero. Puesto que el disfraz de central derecho que llevaba puesto Busquets no siempre dejaba ver al mediocentro, a los de Luis Enrique les faltó el punto de apoyo a través del cual llevar la jugada de un extremo al otro del campo con facilidad, y la opción del pase atrás cercano que estabilizara el ataque en la mitad que defendían los de Unai. Lo primero lo resolvió el Barça, por momentos, a través de los cambios de orientación y las conducciones de Messi, Iniesta o de un Neymar fallón, pero lo segundo le privó de embotellar a su rival, ordenarse arriba y, por lo tanto, construirle un contexto favorable a su presión. Fue la tercera consecuencia, y es que con Busquets alejado y tanto Rakitic como Iniesta habitando a la vez el escalón situado justo por delante de los centrales, el mediocampo barcelonista no se paró cerca ni del robo ni de la segunda jugada. A esta cuestión hay que unirle que el Sevilla no replegaba en su área sino con un bloque medio empujado hacia arriba desde las bandas, que con Iborra como mediapunta y por momentos muy cerca de Gameiro siempre tenían los hispalenses una opción para salir en el juego directo, y que Ever Banega firmó la actuación que necesitaban los suyos y que tanto castiga al Barça, sobre todo si, como ayer, no puede presionar todo lo bien que desearía.

Foto: Gonzalo Arroyo Moreno/Getty Images
El mediocentro argentino del Sevilla fue ese primer pase que hace girarse a los azulgranas hacia su propio portero y defender como no les gusta, y además lo fue tomándose el tiempo preciso con el balón para que Vitolo y Coke, empujados contra sus laterales por Alves y Jordi Alba, recuperaran las posiciones por delante suyo, y para que Mariano se incorporara desde el lateral. Posteriormente, ya con el Barça en inferioridad, Banega se convirtió en la figura que desde el cuero y la posición fue negándole a su rival la posibilidad de transitar. Sin embargo, pese a que jugaba con uno menos, esta es una posibilidad que hasta la lesión de Suárez sí tenían los de Luis Enrique, que presentaban a Piqué para sufrir en el área de Gameiro, a Iniesta para salir, a Messi para llegar arriba y al punta uruguayo como reclamo y opción de pase hacia adelante en el contraataque. La salida del charrúa del terreno de juego, en cambio, sí que encerró al Barça, ya que Messi fue quien tomó su posición como atacante solitario perdiendo el equipo el nexo entre Iniesta y el delantero. A partir de entonces, los azulgranas necesitaron que la gloriosa actuación que estaba realizando el manchego adquiriera también los tintes de heroicidad que tenía la de Gerard Piqué unos metros por detrás, para cargar sobre sus hombros muchas de las cosas que necesitaba el equipo en esos minutos. Apoyos, descansos con balón, conducciones infinitas para llenar de slaloms el latifundio que separaba a la línea de medios culé de su delantero, y una presencia constante en el juego que, quizás, nunca antes en la carrera del de Fuentealbilla había comparecido de tal modo.
Resistían con diez los vigentes campeones, sufriendo pero dando la sensación de que habrían sido capaces de aguantar detrás del escudo sin hincar la rodilla el tiempo que fuera necesario. Que perder no perderían. Tampoco el Sevilla, limitado por momentos a colgar centros desde las bandas hacia la cabeza de Iborra, sacó excesivo lustro a su superioridad numérica a la hora de traducir en goles el dominio territorial. Pero a tantos metros de la portería de Sergio Rico, ganar era una meta que se oteaba lejana. Su invocación parecía reducirse a la posibilidad de un error ajeno, de un gesto mágico de Messi o de que una de esas carreras que sin abatimiento seguían dibujando Iniesta y Neymar para conectar con Leo terminara dando sus frutos. Y tuvieron que darse las tres cosas para que Coke fallara un pase, Iniesta condujera hasta el 10, éste pusiera un balón fabuloso a la entrada de Neymar y forzara a Banega a derribarlo y a igualar de nuevo las fuerzas entre ambos contendientes. El brasileño del Barça, tan voluntarioso como obtuso a lo largo del encuentro, se convertía de este modo en una figura clave en la Final gracias a que nunca bajó los brazos. Otro, tras el partido de desaciertos que estaba firmando, no habría buscado ese balón con la tenacidad de quien no ha fallado antes y no habría provocado la expulsión que ofrecía la oportunidad a los culés de buscar la victoria antes de los penaltis.
De vuelta a la igualdad, el Barça vio el momento de ganar lo que antes Piqué había evitado que se perdiera. La clave fue que los centrocampistas azulgranas, especialmente Rafinha, Iniesta y Neymar, ahora podían descolgarse más y hacerlo desde una posición más cercana a Messi, ya que el juego del Sevilla perdió altura. Así, no sólo llegaban con más constancia hasta La Pulga, sino que cuando lo hacían podían permanecer más tiempo en la misma línea que el argentino. Aumentaban, por lo tanto, las posibilidades de combinación, la libertad para que Leo mezclara su rol de referencia con las caídas a la mediapunta, y las opciones de pase por delante del 10. Messi recibía, tenía compañeros a su vera y la ocasión de acuchillar con su pierna izquierda a un conjunto sevillista que ya se resquebrajaba a su paso. Si un envío suyo había expulsado a Banega, otros dos asistieron a Jordi Alba y a Neymar para permitir al Barça ganar lo que tanto se había resistido hasta entonces a perder.
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– Foto: Denis Doyle/Getty Images
michel 23 mayo, 2016
Un dato que a la postre considero importante es que gracias a que el Barça tuvo que disputar la liga hasta el final pudo llevarse esta copa de Rey. En otro caso y habiendo ganado la liga con jornadas de antelación dudo que compitieran como compitieron ayer.
Se puede considerar como el partido donde las decisiones de LE han tenido una transcendencia favorable en el resultado final?
O sin embargo han sido las malas decisiones (cambio de Konoplyanka, cambio tardío de Llorente u otro) de Emery las que han actuado con más transcendencia final en el resultado?
Morén 24 mayo, 2016
Es un tema difícil de valorar porque, por un lado, creo que las decisiones de Luis Enrique implicaron cosas a favor y cosas en contra, y por el otro porque no tenemos la comprobación de qué habría sucedido si se hubiesen tomado otras. Es decir, no podemos saber si habrían compensado más o habrían compensado menos.
Me vale incluso la cuestión de la posición de Busquets como “falso central derecho” que al Barça le dio unas cosas y le quitó otras. De no haberlo hecho, puesto todo en la balanza ¿habría compensado mejor? No lo sé, la verdad.
En el caso del cambio de Suárez, que seguramente es el más comentable en este sentido, no tanto por la elección de los nombres sino por la decisión de dejar a Messi solo en punta y juntarse atrás con dos líneas de cuatro, sería rigurosamente cierto decir que el Barça pasó a estabilizarse más atrás como también que desde entonces prácticamente no pudo salir. Si en lugar de Rafinha hubiese entrado Munir, o si en lugar de formar dos líneas por detrás de Messi se hubiese formado un 4-3-2 que lo acompañara y le permitiera bajar más para sacar al equipo, ¿qué habría pasado? ¿Qué habría terminando pesando más, el no-refuerzo defensivo o el incremento de las posibilidades arriba? Yo no lo tengo claro, la verdad, y como no podremos comprobarlo viendo “lo otro”, me quedo con la duda ^^.
michel 24 mayo, 2016
Albert, me inclinaba más por la decisión de no jugar con Busi como central. Como mucha gente pensó que iniciaría la segunda parte. Ello conllevaría el riesgo de mover a Piqué de su zona y juntarlo con Alba, cuando no están acostumbrados a jugar al lado el uno de otro con lo que generaría ciertas descompensaciones, amén de Alves/Busquets.
Antonio 23 mayo, 2016
Me parece muy importante lo que comentas de la persistencia de Neymar… No sólo por el mal partido, hasta entonces, sino por cómo ha acabado la temporada. Que aún así, se lo creyera e insistiera tanto, me parece que es tener carácter de auténtico crack!