
Los marcajes de Johan Cruyff
Cuando la primera pretemporada como técnico azulgrana de Louis Van Gaal tocaba a su fin, en agosto de 1997, el nuevo inquilino del banquillo del Barça identificó en su plantilla dos carencias que podían dificultarle el inicio de curso. En primer lugar, al equipo le faltaba gol. Ronaldo Nazario se había llevado casi cincuenta a Milán, y ni Sonny Anderson ni ninguna de las demás incorporaciones realizadas hasta entonces, parecían poder acercarse a sus registros. Como solución, el club ejecutó la cláusula de rescisión del deportivista Rivaldo, a quien Van Gaal finalmente halló acomodo en una plaza de extremo izquierdo, sin inquilino definido, desde la cual ejercer de goleador y de estrella del proyecto. El segundo problema, según el holandés, era que en la plantilla no encontraba zagueros acostumbrados a poner en práctica una defensa en zona. Si en el aspecto goleador la salida de Ronaldo hizo necesario buscarle sustituto, también en la retaguardia el entrenador reclamaría una nueva incorporación, toda vez dos piezas que aparentemente podrían haber encajado en su planteamiento, como Popescu o Laurent Blanc, también habían abandonado el equipo. La petición del técnico respondía a un nombre, el de Frank de Boer, pues además de haber trabajado con él en el Ajax de Ámsterdam y de estar familiarizado con su método, le permitiría alinear a un central zurdo en el perfil izquierdo, algo ya entonces de suma importancia para el holandés y que a lo largo de su trayectoria en los banquillos ha pretendido trasladar allá donde ha ido. Héctor Moreno, Ragnar Klavan, Holger Badstuber, Daley Blind o Marcos Rojo forman parte de su lista.
Sin embargo el Barça no pudo contratar a los gemelos De Boer hasta un año y medio más tarde, prórroga que dio como resultado, en un primer momento, un experimento sonado: Pep Guardiola como central y Michael Reiziger en el mediocentro. Así sucedió en el trofeo Joan Gamper, en uno de los dos encuentros de Supercopa ante el Real Madrid o en la vuelta de la fase previa de la Champions contra el Skonto de Riga, con el lateral holandés sumando defensa desde el pivote y el cerebro catalán salida de balón desempeñando funciones de líbero. Guardiola, que no era ni especialmente alto, ni rápido, ni corpulento, antes de que Robson lo incluyera en un doble pivote con Gica Popescu a modo de contrafuerte, había basado su supervivencia defensiva en la lectura de la posición y la consiguiente interpretación de los espacios. Johan Cruyff lo había instruido en lo relativo de las distancias en el fútbol y en cómo disimular sus carencias a partir tanto de su propia colocación como de la que fuera capaz de ordenar a sus compañeros. “Si yo tengo que defender toda esta sala, soy el más malo que hay porque se me pueden ir por todos lados, pero si sólo tengo que defender este espacio, ya puede venir el mejor jugador del mundo que no me pasará. Entonces, ¿qué es defender bien y qué es defender mal? Es relativo. Es distancia, nada más. Con Guardiola lo que siempre hicimos fue que donde jugase él estuviera empaquetado, que nunca tuviera que defender demasiado espacio. Siempre un espacio reducido. Entonces es sólo cuestión de ver, nada más. Siempre tenía que vigilar una cosa: tener a dos compañeros cerca para que sólo tuviera que defender un espacio pequeño. Así eres el mejor defensor que hay. Si no tienes recorrido hay que situarse bien, y esto es puramente inteligencia“.
Trasladándolo al centro de la zaga, suerte que en un momento u otro con Van Gaal también corrieron Guillermo Amor o Albert Celades, intentaría Louis llevar esa concepción zonal a una defensa muy vinculada aún a los emparejamientos individuales con los que con frecuencia Johan Cruyff adornó sus planteamientos. De hecho, la propia justificación de la defensa de tres de El Flaco, tenía su génesis más en una cuestión numérica que espacial. “En esa época la mayoría de equipos jugaban con un 1-4-4-2, y nos dimos cuenta que contra dos delanteros nos sobraba un hombre atrás. Si jugábamos tres defensas contra dos delanteros ya era suficiente, y así podíamos sumar un jugador más al mediocampo“. De este modo, si el rival jugaba con dos delanteros, Cruyff alineaba a dos marcadores y a un tercer zaguero que librara, y si su adversario presentaba una única referencia ofensiva arriba, aprovechaba el desahogo para introducir, junto al líbero y al preceptivo marcador, a un tercer jugador, en este caso, orientado al ataque ya desde la primera línea. En ocasiones un centrocampista para dar mejor salida a la jugada y mayor agilidad a su gestación, y otras a un extremo con el propósito de explotar la profundidad por banda y las llegadas por el carril. Dos tendencias personificadas sobre todo en las figuras de Eusebio y Goikoetxea.
Así pues, con Cruyff, mientras en la línea de ataque la premisa sin balón se encaminaba a la presión (“Romário tenía que presionar al portero, para, de este modo, permitir a la defensa avanzar diez metros. Si él estaba activo y presionaba al portero que acababa de coger la pelota a cinco metros, nos permitía ganar un espacio importantísimo, ya que el espacio se reducía y las líneas volvían a juntarse”) y en mediocampo al dominio posicional, en defensa, cuando el equipo no tenía la pelota, cobraban especial relevancia los duelos hombre a hombre.”Hay que ganar siempre el uno contra uno, tanto en ataque como en defensa. Si vamos a tomar muchos riesgos para llegar al uno contra uno, necesitas gente que gane estas batallas“. Cuestión ésta derivada tanto de las necesarias vigilancias defensivas realizadas por los hombres más retrasados -esto es, del emparejamiento con los delanteros rivales cuando se ataca para que tras la pérdida éstos no se encuentren desmarcados y puedan sorprender-, como del riesgo asumido por lo ofensivo del plan general, enunciaba una responsabilidad a cuenta del futbolista -la misma que pregonan Marcelo Bielsa y sus marcajes individuales– que subrayaba el protagonismo del jugador: “Cada uno es responsable de su tarea. Por ejemplo, el portero es responsable de que no entre ni un balón. ¿Cómo? a mí me da igual. Mientras el balón no entre, que haga lo que quiera. ¿Que después te pide consejo? Vale, vamos a pensarlo juntos, pero el principal responsable es él. Y así todo el mundo que está en el campo. Todo el mundo“.
Por eso, del mismo modo que en ataque Johan situaba a Laudrup, Stoichkov, Txiki, Salinas o Goikoetxea en el lugar y de la manera que “sus cosas” pudieran ganar la batalla, también atrás, a la hora de definir los emparejamientos y elegir para ello a laterales como López Rekarte, Ferrer o Juan Carlos, centrales como Serna, Nando o Abelardo, o futbolistas desplazados de su posición natural, intervenía su conocimiento, intuición y particular lógica. Cuando el oponente planteaba una doble amenaza en punta con la presencia de un delantero de más nivel que el otro, por ejemplo, si el Barça igualmente contaba con dos marcadores dispares, en ocasiones en lugar de emparejar a los equivalentes Johan optaba por cruzar los duelos con tal de anular al delantero menos dotado con su marcador más experto. “Así tengo un problema menos“, se justificaba El Flaco. Otras veces buscaría desconcertar a los mejores rematadores a balón parado del adversario mandando sobre ellos a los más bajitos del equipo, o podía encargar, durante un partido, la marca de una torre como Lubo Penev al menudo Albert Ferrer porque ya que por arriba el búlgaro se impondría igualmente, al menos, con El Chapi, mandaría sobre lo que sucediera por abajo.
El canterano, marcador por antonomasia de Cruyff mientras se sentó en el banquillo azulgrana, fue descubierto por el holandés en un Barça B que en el curso 88-89, entonces dirigido por Lluís Pujol, descendió de categoría, un hecho que propició la segunda gran revolución que Johan efectuaría en el fútbol base culé tras la que aconteció a su llegada. Ésta segunda pasó, entre otras cosas, por un relevo en el banquillo del segundo equipo que dio con Quique Costas al frente de las promesas barcelonistas y con Pujol como nuevo técnico del Sabadell. Como gesto a quien durante dos décadas había trabajado en las categorías inferiores del Barça, y anticipo de lo que sería un lavado de cara a conciencia del segundo equipo, se aceptó que Pujol se llevara con él a cualquier jugador del filial -finalmente fueron cuatro: Endrino, Raigón, Campuzano y Ramón-, con la única excepción de un Albert Ferrer sobre quien Cruyff ya tenía puestos los ojos. Suya fue, por ejemplo, la tarea de anular a Roberto Mancini en la Final de Wembley ante la Sampdoria, situado a derecha o izquierda de Ronald Koeman según cruzaran posiciones su marca y un Gianluca Vialli emparejado inicialmente con Nando Muñoz para la ocasión.
Aquella noche ante la Sampdoria, hubo una tercera vigilancia individual, y es que en el Barça de Cruyff éstas no tenían que ver solamente con los puntas rivales, sino que podían trasladarse también a otras zonas del campo. Así pues, cuando el adversario contaba con un centrocampista exterior o con un carrilero especialmente incisivo por banda, capaz de aprovechar la espalda de los interiores del conjunto culé para filtrarse punzantemente en ataque, no era extraño que el holandés ordenara un tercer marcaje, abierto al costado, para atar en corto esa opción. La amenaza, en este caso, era el carismático Popeye Lombardo, veloz y vertical volante derecho en la banda del cual Johan ubicó al leonés Juan Carlos. Es posible que de no haber mediado una lesión, esta plaza en la banda izquierda del Barça en Wembley hubiese correspondido a Richard Witschge, fijo en aquella Copa de Europa por poder coincidir entonces sobre el campo los cuatro extranjeros del equipo al mismo tiempo, y a quien a lo largo de la competición no había resultado extraño ver orientado a tareas similares en el esfuerzo añadiendo un mayor grado de pulcritud a la hora de dar salida al juego y de tocar en mediocampo. Roger García, años más tarde y también a las órdenes de Cruyff, representaría puntualmente el papel descrito en el último Barça que ideó el técnico holandés.
No era extraño observar en su equipo este tipo de enfoque defensivo en piezas otrora de eminentes prestaciones de ataque, pues logrando inocular en ellos la predisposición adecuada y los conceptos básicos necesarios, Cruyff lograba dos cosas: por un lado sumar recursos de ataque sin tener, por ello, que negarse el desempeño de zagueros más naturales, y por el otro un emparejamiento de igual a igual en el que el marcador fuera capaz de pensar del mismo modo que el rival que tenía enfrente. Nadie mejor para entender la finta de un extremo que quien tantas veces, en su mismo lugar, las ha dibujado. Nadie mejor para conocer sus tretas, sus deseos e incluso sus intuiciones que alguien sienta y razone el fútbol igual. Así pues, si la disposición y nombres del adversario daba pie a ello, sobre todo a medida que se consolidaba el ciclo del Dream Team, fue frecuente ver a antiguos extremos en el rol de lateral formando en una defensa de únicamente tres hombres, como un argumento tanto de ataque como de defensa. Primero Jon Andoni Goikoetxea, quien en su día llegara a ser designado como el mejor futbolista de La Liga actuando como extremo, y más tarde la aparición de Sergi Barjuan, le dieron a Cruyff la posibilidad de tan fructífero recurso. En el otro lado de la balanza, las veces que un defensor tomó posiciones en el centro del campo para encimar a un mediocampista rival, una táctica poco habitual en el equipo del holandés pero de la que pudieron dar cuenta el deportivista Fran o el colchonero Milinko Pantic.
También la banda derecha, sobre todo si con defensa de tres Ferrer debía atender al marcaje de un punta, deparó a lo largo de los ocho años que Johan se sentó en el banquillo barcelonista emparejamientos específicos cerca de la cal. El ex-blaugrana Nanu Soler fue objeto de uno de ellos cuando el Sevilla visitó el Camp Nou la tarde en que la victoria del Barça y el empate del Deportivo en Riazor permitió a los de Cruyff levantar su cuarta Liga consecutiva. Con defensa de tres por parte de los locales, en la que Ferrer y Sergi estarían pendientes de Suker y Gabi Moya, la presencia de carrileros en el lado hispalense junto a tres centrales y un mediocampo trabajador que cubriera sus subidas por banda, convertía principalmente el sector de Soler en un peligro latente. Dispuesto para atacar el perfil derecho de la defensa barcelonista, quien en su etapa azulgrana había extrañado mayores espacios para exprimir su impresionante recorrido, era un jugador capaz de peinar una y otra vez la banda llegando desde atrás y asumiendo para sí mismo todo el carril. Encargado habitual de este tipo de vigilancias a la derecha del mediocampo, su par aquella tarde fue Eusebio Sacristán, clave para la victoria desde la defensa en el primer tiempo y desde el ataque en el segundo, cuando Cruyff lo resituó en el interior izquierdo. Tiempo después sería Albert Celades, integrante de la bautizada como Quinta del Mini, quien le serviría al holandés para tales cometidos, como en el Olímpico de Múnich ante el ofensivo Christian Ziege, en la última gran noche del Barça de Cruyff en Europa.
La segunda variable, por lo que a las marcas personales se refiere, tenía que ver con cuando el equipo contrario albergaba en su mediocampo una pieza tendente a la mediapunta y especialmente peligrosa para la portería culé. Poco habitual en los inicios del Dream Team, una época mucho más prolífica en el 1-4-4-2 y esquemas de mediocampo ancho, a medida que la década de los noventa fue asentando el canon del 1-4-2-3-1 y presentando, por lo tanto, de manera fija este tipo de amenaza, Cruyff tuvo que tomar alguna medida al respecto. Al fin y al cabo, él se había valido de las posibilidades que le permitían los dispositivos de sus adversarios con sólo dos delanteros para alumbrar en el corazón de su equipo a la emblemática figura de El 4. Mediocentro y símbolo, sin embargo, originariamente esta pieza en el esquema cruyffista respondía a un perfil menos centrocampista del que eclosionaría después. En un principio, incluso, se seguiría viendo al inquilino de esa plaza en términos de defensor, y se apelaría a la demarcación con expresiones como “defensa adelantado” o “líbero de ataque”. Muy probablemente de nacimiento emparentado con aquel líbero alemán que fue Franz Beckenbauer y con quien Cruyff en su día se vio las caras, cuyo recuerdo arrastraron hasta la modernidad futbolistas como Lothar Matthaus o Matthias Sammer, el primer 4 cruyffista representaba una pieza de unión estratégicamente situada en el círculo central en ataque, que en defensa tenía como una de sus principales tareas la de bajar a la defensa para reforzarla ejerciendo de cuarto zaguero.
No en vano, sus primeros deseos para el puesto, recién aterrizado en Barcelona, fueron hombres como Ronald Koeman, Frank Rijkaard o Peter Larsson, todos ellos futbolistas que aunaban una excelente capacidad sacando jugando el balón desde atrás y grandes aptitudes defensivas. Koeman, que cuando se incorporó a la disciplina azulgrana lo hizo para ejercer de mediocentro, terminó siendo el líbero del Dream Team, y en cuanto a Rijkaard, que ya había sido el mediocentro de Cruyff en el Ajax, Arrigo Sacchi se lo llevó rumbo a Milán pensando en él, en primera instancia, más como defensor que como medio: “En aquel momento tenía la idea de poner a un centrocampista defensivo al lado de Baresi porque quería comenzar la acción de juego desde la defensa. En tales tareas, sumaría esfuerzos con Franco, otro constructor de juego. Rijkaard, además, iba bien de cabeza; compensaba a Baresi, que no lo era demasiado“. El primer 4 de Cruyff, entonces todavía líbero adelantado, fue Robert Fernández, quien durante la primera pretemporada del holandés pronto reparó en la importancia de las atribuciones defensivas de su nueva posición: “Tiene mucho sentido actuar con solo tres defensas, ya que la inmensa mayoría de nuestros rivales actúan únicamente con dos delanteros. Al mismo tiempo, esto puede ofrecerle muchos huecos al rival, así que el cuarto hombre tiene también misiones defensivas muy claras”. Quien terminaría su carrera como central en Villarreal y Córdoba, sin embargo, durante el stage de preparación finalmente encontró acomodo en una posición de interior izquierdo que resaltaría su poderosa llegada, en lo que fue una reubicación hermanada por completo con la esperanzadora aparición del canterano Luis Milla.
El 4, como tal, nació con el turolense, todavía entonces “pendiente de ayudar a sus defensores” pero de claras características e inclinación ofensiva. Posteriormente Pep Guardiola fue la depuración total, un centrocampista creativo con todas las letras, de perfecta lectura y capacidad organizativa pero de escasos argumentos en el cuerpo a cuerpo, que debía edificar sus ventajas sin balón en otros aspectos del juego. Lo comprobó Cruyff en el 91 cuando le encomendó una marca al hombre sobre Emilio Butragueño en el Santiago Bernabéu de la que el madridista supo aprovecharse para emerger como un peligro permanente, contrastando con un Gica Hagi mucho mejor controlado por Ferrer. Con el de Santpedor asentado como pieza clave de su equipo, y en los puntuales escenarios en los que Cruyff estimó necesitar en su medular a un hombre que recuperara algunas de las particularidades que convocaba aquel “defensa de ataque” de sus inicios, pues, la carta en la manga del holandés fue Miquel Àngel Nadal. Incorporado del Mallorca con la vitola de mejor box to box de La Liga, la inagotable capacidad física de quien también se despediría del fútbol como zaguero, le permitió a Cruyff una herramienta de enorme polivalencia comúnmente usada para alcanzar el área desde la segunda línea pero cuyo recorrido, llegado el caso, podía ser reorientado hacia atrás. Si el originario mediocentro de Johan había sido un pivote capaz de descender al centro de la zaga para formar como aparente cuarto defensa, en ocasiones Nadal cumplió con esta función bien desde el cierre o, más habitualmente, desde una de las plazas de interior.
Ocurrió así en el Barça – Dinamo de Kiev de la temporada 93-94, en el considerado por muchos como el mejor encuentro que disputaría el Dream Team, con un Nadal que si bien cuando su equipo movía la pelota tenía su lugar en el centro del campo con proyección incluso para pisar el área contraria, tan pronto como el cuero cambiaba de manos llevaba su posición hasta el lado de Ronald Koeman. En el Barça posterior al Dream Team que empezó a construir Cruyff, y en el que el mallorquín ya ejercía como central sin demasiados paliativos, el equivalente a Nadal fue Gica Popescu. El rumano arribó a un equipo joven y por construir y en una época en la que el mediapunta era una pieza mucho más habitual en los rivales, de modo que aquello que años antes había sido un requerimiento puntual, pasó a ser una necesidad mucho más frecuente. De hecho, la última temporada de Cruyff en Barcelona fue también la primera en la que su famoso 4 empezó a visitar la demarcación de interior derecho, con un Guardiola desplazado para dejar el mediocentro a Popescu y sus capacidades defensivas, en recuerdo de aquel líbero adelantado de 1988 de tan corto trayecto. En más de una ocasión, Gica también recibió el encargo de marcar al hombre al 10 rival, destacando por encima de todas ellas la vigilancia individual a la que sometió a Michael Laudrup cuando el danés disputó en el Camp Nou con el Real Madrid el clásico de la temporada 95-96.
La última que vio sentarse en el banquillo a aquel genio volador que por norma y devoción miró hacia adelante, convencido de que no existe mejor escudo ni ventaja que hacer circular el balón velozmente. La pelota como una puerta al infinito. Tanto la deseó que en caso de perderla no pudo más que pensar en la forma de hacerse con ella de nuevo. Y es que del mismo modo que si tu tienes el balón el otro no lo tiene, si lo tiene el rival no lo tengo yo. Sólo hay uno, y siempre lo quiso Cruyff.
Artículos relacionados:
– Foto: Shaun Botterill/Allsport
@CristianGlez8 6 enero, 2017
¿Qué opinión te merece el rol de Zabaleta en el partido vs West Ham de este viernes?
Creo que Pep demuestra ser a veces más cruyffista que el propio Cruyff y el papel de un lateral como Zabaleta cerca de Touré -unido a una presión más especulativa- puede ser su solución (casi) definitiva para el problema del ataque directo rival y posterior segunda jugada.
Igual que en el Bayern Guardiola encuentra en los laterales una solución magnífica a sus problemas, al estilo que comentas que hacía Cruyff con Ferrer o Sergi.
PD: El artículo es impresionante. Enhorabuena
Rafa 6 enero, 2017
Regalo de reyes ! Que gran Albert!