
Del Barça de Cruyff al Dream Team
“Cruyff introdujo un estilo peculiar que funcionó muy bien por varias razones. Una de las principales fue Michael Laudrup.” Pep Guardiola
El inicio de los dos proyectos que Johan Cruyff emprendió como entrenador en el FC Barcelona, tuvieron algo en común. Tanto el que arrancó en el verano de 1988 y que culminó felizmente en el florecimiento del Dream Team, como el que quedó interrumpido en 1996 con la destitución del holandés. Dada la radicalidad de la ruptura que propugnaba El Flaco y lo extemporánea que resultó en su momento, el trabajo a la hora de dar forma a sus equipos requirió de un estadio previo a su propio nacimiento. Del asentamiento de unas bases que no podían haber sido adquiridas ni antes ni en otro sitio, como paso preliminar al proyecto como tal. Había que aprender un nuevo idioma antes de establecer qué se diría con él. Especialmente claro al respecto resultó el holandés en sus primeros meses como entrenador del Barça, tramo en el que llegó declarar que perseguía que sus futbolistas interiorizaran de tal modo esos conceptos matrices que pudieran jugar de memória. Como se hace al conducir. Era tiempo de asimilar nuevas ideas, una lógica futbolística alternativa y un sistema de juego absolutamente desconocido para quienes lo ejecutarían. Así pues, los primeros pasos de lo que finalmente sería el Dream Team se caracterizaron por una disciplina posicional casi extrema, en la que cada pieza tenía su lugar en el 1-3-4-3, como una parcela que no debía abandonar. Antes de escribir sonetos, cabía aprenderse al dedillo el abecedario.
“Pretendo que cada uno actúe con el balón igual que conduce un coche, sin pararse a pensar en lo que está haciendo.”
A diferencia de lo que sucede y ha sucedido en otros contextos de construcción de equipos, así se explica, en parte, que las piezas finalmente más importantes del equipo, y las que más definieron su personalidad, no formaran parte del momento fundacional de los mismos. Si en 1996 el último año de Cruyff en el Camp Nou iba a ser una transición que dejara la mesa puesta a una nueva batería de extranjeros llamados a marcar las diferencias, también la creación del Dream Team reservó para los foráneos un papel parecido. Después de que los Eusebio, Beguiristain, Bakero o Julio Salinas, a partir del primer verano, distinguieran el esqueleto del Barça de Cruyff, el segundo, con la base ya creada, sería el de llevarlo un paso más allá. Asumida la renovación profunda de la plantilla un año antes, conformando a partir de ella un nuevo grupo de nacionales que serían las raíces del nuevo proyecto, de cara al verano de 1989 Johan se marcaría una intervención mucho más selectiva y concreta: encontrar las dos piezas que, por un lado, subieran el nivel de lo que ya había en plantilla y que, en segundo lugar, lo hicieran evolucionar. Que fueran un paso más allá y con él movieran a todo el equipo. En la época, esta misión solía corresponder a los extranjeros, pues como se permitía tener un número muy reducido de ellos por plantilla, los clubs acostumbraban a buscar en ellos una dosis de calidad distintiva.
Este papel de as en la manga, en el primer Barça de Cruyff lo habían desempeñado el brasileño Aloísio y el inglés Gary Lineker. El primero arribó con el beneplácito de Johan y Bruins Slot después de que la irrupción de Luis Milla en el primer equipo le cambiara las prioridades al cuerpo técnico y se pasara de buscar un 4 a reforzar la demarcación de central. Físicamente sobresaliente y con buena salida de balón, el de Rio Grande do Sul dio un buen rendimiento en su primera experiencia europea, asentándose como un habitual en el once aunque sin llegar a erigirse en un factor diferencial a la hora de aspirar a los títulos. El culebrón fue Lineker. Máximo goleador y una de las indiscutibles máximas estrellas en los dos cursos anteriores, a Cruyff no le encajaba en su sistema. O, mejor dicho, no le encajaba en el mismo lugar. Lo quería en la banda, donde su velocidad debía aliarse con su olfato de gol para dibujar la amenaza entrando en diagonal al arco, aprovechando los espacios que le daría partir desde el costado y que la propuesta de Johan no podía ofrecerle por dentro. “Si tienes velocidad, necesitas más campo para aprovecharla“, concluiría sobre la cuestión el técnico. El caso es que Cruyff no pudo convencerlo como a los demás, y finalizada la temporada y tras la Recopa de Berna, a Gary se le buscó una salida y un relevo, lo que unido a la ampliación de plazas de extranjeros por plantilla -se pasó de dos a tres- dio la oportunidad al Barça de acometer dos movimientos, a la postre, históricos.
“Laudrup, como Bakero u otros, podrá actuar de 6, de 9 o de 7 en cada momento determinado.“
Ronald Koeman y Michael Laudrup fueron los elegidos por Johan para incrementar el talento y el techo potencial de un equipo que pese a su victoria europea, en Liga se había quedado demasiado lejos del Real Madrid. El holandés fue el gran desembolso del verano, el ansiado 4 que finalmente se estableció como el futbolista de campo más retrasado redefiniendo las posibilidades tácticas del conjunto. Su precio obligó a una mayor contención a la hora de acometer la incorporación del tercer extranjero: Michael Laudrup. Contrariado en el Calcio y en una Juventus que justo despedía a Michel Platini, se trataba de una apuesta por un talento evidente pero que, sin embargo, a priori no parecía tener un lugar definido en el sistema que había implantado Cruyff. “Hemos tomado la decisión de que a Lineker lo pueda sustituir un chico más joven y más barato que pueda dar el máximo rendimiento. El nuevo extranjero que va a venir es extraordinario, muy bueno, y sus cualidades entusiasmarán a la afición.” Laudrup no era un extremo ni un delantero centro, sino un mediapunta. Pero en el engranaje diseñado por Johan el 6 era una pieza con unas funciones muy determinadas que, a priori, no parecían las que mejor potenciaban las virtudes del danés. Las palabras con las que el técnico había despedido a Lineker (“Es un buen futbolista, el problema es que nosotros jugamos diferente. Con nuestro sistema no podía rendir al 100%. Hasta las posiciones eran diferentes. Y entre cambiarlo todo o cambiar a Lineker, he optado por lo segundo.“) sobrevolaban las preguntas acerca del encaje de Laudrup.
De todos modos, y aprovechando unos problemas físicos de Bakero en pretemporada, Johan le brindó al danés una primera toma de contacto desde su hábitat más natural de enganche. La aclimatación a un contexto general desconocido para el futbolista, desde un ámbito concreto que sí conocía y en el que se podía sentir más cómodo. No obstante, éste era un proceso temporal, pues lo que El Flaco tenía en mente era redefinir el conjunto, hacerlo evolucionar, y necesitaba a Laudrup para ello. El concepto clave del cambio que perseguía Cruyff para su segundo año al frente de la nave azulgrana era la movilidad y el intercambio de posiciones. Aprendido el abecedario, tocaba enriquecer el lenguaje: “Este primer año no podíamos correr el riesgo de complicar demasiado las cosas, había que inculcar un sistema de juego por encima de cualquier otra cosa. Esto ha conducido a actuaciones algunas veces demasiado estáticas por parte de los jugadores, pero era algo inevitable si queríamos que las posiciones y el movimiento del balón se convirtieran en acciones casi mecánicas para todos. Es ahora, en el segundo año, cuando vamos a introducir elementos nuevos. El principal será la movilidad de todos los jugadores en sus posiciones, tendrán libertad para escapar a sus marcajes cambiando de sitio sobre el campo, siempre y cuando haya alguien que ocupe ese espacio vacío. Con eso conseguiremos que el rival tenga aún más problemas para intentar controlar nuestro juego.” No se trataba de romper el orden posicional, sino de colectivizarlo. Ocupar cada una de las parcelas dejaría de ser tarea de un sólo jugador, y sería responsabilidad de todos.
– Vídeo: llaauuddrruupp –
El giro de Cruyff consistió en crear para Laudrup una posición de falso nueve, casi inédita en el esquema hasta entonces, que al mismo tiempo que le reservaba al danés la libertad necesaria para caer a diferentes zonas del campo sin necesidad de fijarse en el frente de ataque, resultaría el interruptor que pusiera en funcionamiento la danza del resto de piezas. Su movimiento desencadenaría otros, a la manera de una suerte de efecto mariposa que activara los intercambios de posiciones. Ni se trataba de un jugador de área ni de un goleador especialmente prolífico, y dado que sus virtudes tenían más que ver con el pase, la visión de juego o el desborde, abandonaría permanentemente su espacio entre los centrales contrarios permitiendo la entrada en la zona bien de Bakero, de los interiores o de alguno de los hombres de banda. Especialmente en la orilla izquierda, perfil al que más a menudo tendería ya que le permitía encarar la salida hacia dentro y el pase profundo, sus continuas apariciones definirían una cadena de permutas entre sus compañeros más cercanos que marcaría el funcionamiento táctico del mejor Dream Team. Si caía a posición de extremo, primero Txiki y posteriormente Hristo Stoichkov enfilaban el camino hacia el área, y si su aproximación se dirigía hacia el mediocampo, el interior ascendía por el costado empujando al extremo hacia la punta de ataque.
Un centrocampista más disfrazado de delantero, con el que lograr una mayor superioridad numérica en mediocampo y cuya libertad, desde la demarcación más emblemática del ataque, se planteara como un reto constante a sus defensores. Si cuando Laudrup se acercaba a la media alguno de los centrales rivales seguía sus pasos, la disposición de las piezas aclaraba situaciones de uno contra uno en banda. Con los extremos aguantando abiertos y separando así a sus marcadores de la posible ayuda del central restante, bastaba un envío largo de Koeman o Pep Guardiola para que los Goikoetxea, Hristo Stoichkov, Txiki o Quique Estebaranz encararan en igualdad a sus pares. Si por el contrario el defensor de Laudrup era prudente y mantenía su posición retrasada, la superioridad del danés en mediocampo se hacía efectiva, liberando a alguno de los muchos pasadores que poblaban la medular culé para asistir a un atacante que entrara rellenando el vacío que había dejado el danés. Michael, teórico punta, nunca fue el máximo goleador del equipo. De hecho, sólo en una de las cinco temporadas en que vistió de azulgrana superó la decena de goles en Liga. Su aportación, más que los números, era la aportación al juego que debía permitir a los demás lograrlos. El paso necesario que tenía que dar el equipo. Cuando el Barça de Johan Cruyff se convirtió en el Dream Team.
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– Foto: Shaun Botterill/Getty Images