
El reverso del cuatro
Johan Cruyff fue el integrante de La Naranja Mecánica con más libertad. Posiblemente, el único que gozó de ella. En el estricto engranaje orquestado por Rinus Michels, el entrenador supo concederle autonomía a su estrella para que ejerciera como una segunda batuta sobre el campo. Aquello que su pizarra había dibujado en el vestuario, podía romperse con un golpe de genio del 14, sin restricciones posicionales que lo enclaustraran, y con autoridad para disponer de los compañeros a su antojo. Johan veía, leía y decidía, ordenando a su alrededor cuanto necesitara para que su plan tuviera éxito, dirigiendo al resto de piezas allá donde entendía que las características podían casar mejor con la intención de su estrategia. Desenredando cada lance del juego, proponiendo para él la solución indicada y construyendo, si era preciso, las herramientas con las que llevarla a cabo, como una suerte de síntesis entre la capacidad de potenciar virtudes individuales y la diligencia para orientarlas a un propósito colectivo. Un juego de marionetas en el que cada futbolista pudiera sacar lo mejor de sí mismo y eso desembocara en el éxito de un propósito compartido.
Seguramente, mucho de aquel Cruyff futbolista, libre y a la vez director, arquitecto y poeta, quepa detectarlo en su paso por los banquillos. Primero en el Ajax y después en el FC Barcelona, exprimió enormes talentos, sabiendo darles cabida en una idea y propuesta de juego muy concretas, sin que ambos elementos chocaran. Un mago como Michael Laudrup no sólo cabía en su Barça, sino que fue éste quien le ayudó a sacar el mejor fútbol de su carrera. Entendiendo al jugador, y acercándolo al equipo, sin que por el camino ninguno de los dos perdiera nada. El danés fue un reflejo. Antes y después, con Van Basten, Julio Salinas, Romário o Meho Kodro, Cruyff había tenido en sus planes la figura del delantero centro (a Romário, Rexach lo recibió con un elocuente “es el nueve que nos faltaba“), pero para Laudrup diseñó un rol particular que juntos se encargarían de transformar en emblema. Una de las posiciones más celebradas del Dream Team, no fue una idea preconcebida, sino el fruto de un proceso. De una adaptación. De un talento particular que empujó a Cruyff a cambiar.
“Su demarcación natural es la de centrocampista, y puede hacer tanto de Amor como de Bakero. Su polivalencia y condición de comodín nos serán de mucha utilidad. Si vamos perdiendo un podemos colocarlo de ariete, porque va muy bien de cabeza, y si debemos aguantar un resultado, también puede jugar de central. Como Alexanco, vamos“. Carles Rexach
Algo muy parecido puede apuntarse sobre otra demarcación convertida en bandera: el cuatro. La figura del mediocentro en el 1-3-4-3 de Johan fue en origen un defensor, un zaguero que en ataque formaba por delante del central para iniciar el juego y desencadenar el escalamiento, a la manera de aquel Beckenbauer con el que Cruyff compartió cetro, pero que sin balón completaba la línea de 4 con la que cerraba el equipo. Ronald Koeman y Frank Rijkaard, no en vano, fueron sus primeros inquilinos, Gica Popescu uno de los últimos, y por el camino, en Barcelona, antes de descubrir a Milla y de enamorarse de Guardiola, pasaron por la posición futbolistas de un perfil sensiblemente distinto al de los dos canteranos. Fue con ellos que el líbero adelantado, que el más ofensivo de los defensas, se convirtió definitivamente en un centrocampista. Antes de que esto sucediera, a las puertas del ensimismamiento que Johan Cruyff experimentó hacia Guardiola, y que le daría a Pep la llave del corazón del Dream Team y el reconocimiento sin mesura de su técnico, Miquel Àngel Nadal debutó oficialmente como titular en el Barça desde el puesto de mediocentro. Con Pep iniciando la temporada en las filas del Barça B, y antes de que el de Santpedor echara abajo las puertas del primer equipo con tal de que nadie pudiera cerrárselas, Nadal fue el vértice inferior del mediocampo azulgrana en la visita del Barça de Cruyff al campo del Sevilla. La prueba no salió bien y el mallorquín, en aquel equipo, frecuentó pocas veces más la posición, pero como si en aquella primera toma de contacto hubiera germinado algún tipo de lazo, su trayectoria y evolución como culé quedó emparentada con ella.
Nadal, que precisamente se estrenó en la máxima categoría en una visita del Mallorca al Camp Nou, aterrizó en el feudo azulgrana después de sobresalir en el conjunto de Serra Ferrer, con el que llegaría a disputar la final de la Copa del Rey contra el Atlético de Madrid de Schuster, Donato, Abel, Baltazar, Manolo o Futre. Entonces se trataba de un futbolista de mediocampo con un enorme recorrido en vertical y poderosísima irrupción al área, al que muchos señalaban, a principios de los noventa, como el mejor llegador del fútbol español. De zancada firme, despliegue inabarcable, notable conducción, visión de juego para interpretar lo que sucedía ante él, y primoroso remate de cabeza, contaba con una técnica acorde a la época y un físico futurista. Segundo goleador mallorquinista en dos de las tres anteriores temporadas, y máximo anotador en la restante, pocos indicios había para presagiar que aquel robusto mediapunta amigo del área rival, terminaría como uno de los grandes centrales españoles de finales del siglo XX.
Tampoco al principio el Barça pareció contar con ello. Al menos no de forma demasiado regular. Al apuntado debut como mediocentro lo siguieron actuaciones en la demarcación de 6 y sobre todo en alguno de los dos interiores. Para el puesto de Jose Mari Bakero, Nadal contaba con virtudes tales como la llegada, el juego aéreo o la presión, que formaban parte de tan específico rol en el equipo, pero su juego, de espaldas a portería, perdía eficacia. Necesitaba correr hacia adelante. De ahí que más comúnmente, su plaza en la línea medular correspondiera al puesto de interior. Koeman desde el cierre, Guardiola ya afincado en el círculo central, Bakero en la mediapunta y Laudrup flotando por el frente de ataque, eran el eje, la ruta de ascenso y la principal fuente de alimentación para el resto. Con espacios por delante, asistido y, a menudo, encargado de compensar la tendencia de alguno de los delanteros a aproximarse al mediocampo, Nadal podía ejercer de comodín según cuál fuera la situación. Un tercer atacante llegando desde atrás, un elemento de refuerzo en la presión o un futbolista que pese a no destilar la brillantez de alguno de sus compañeros con la pelota en los pies, no le perdía el ritmo a las combinaciones del Dream Team. Poco a poco, sin embargo, sus funciones en relación al 4 fueron ganando en relevancia. Donde inicialmente había un acompañante más, empezó a dibujarse un vínculo mucho más estrecho.
Con el paso de los años, Johan Cruyff ideó una fórmula para encontrar en Nadal aquello que su 4 ya no era y que ya no iba a reclamarle que fuera. El hallazgo de Guardiola y lo que éste supuso para el equipo desde su centro neurálgico, era más valioso que la desviación que su ajuste pudiera tener en relación al papel de cuarto defensor, y del mismo modo que hiciera con Stoichkov o Bakero al respecto de Michael Laudrup, el técnico dio forma a un contrapeso. Si su mediocentro ya no sería el hombre al que idealmente pedirle formar como central cuando el equipo rival acechara la portería del Barça, la pieza que sí lo hiciera debería salir de otra de las posiciones del esquema. Miquel Àngle Nadal fue el elegido. Se trataba de centrocampista cuya virtud más evidente residía en una capacidad física extraordinaria y en su capacidad para recorrer metros arriba y a abajo sin descanso, de modo que aunque sobre el papel partiera de una altura superior a la del 4, o que incluso en muchas jugadas su destino final fuera el área, no le faltarían piernas ni pulmones para transitar por uno de los lados del 4 yendo de una área a la otra. Un box to box en sentido literal.
Desde el centro del campo, la posesión del balón le marcaría la dirección de su avance, en tanto que cuando el esférico fuera culé se impulsaría hacia el frente de ataque, mientras que cuando el adversario lo recuperara y lograra superar la presión alta de los catalanes, a medida que la pelota se acercara a la portería de Zubizarreta, el interior llegador iría tomando cuerpo de central. Lo que inicialmente resultó el campo base, con el tiempo pasó a ser la escala, y así en lugar de partir desde el mediocampo para acudir a uno de los dos fondos del terreno de juego, el punto de inicio de Nadal en el esquema pasó a estar en el centro de la zaga. Un central que ganaba metros, tantos como la jugada le permitiera, pero cuyo crecimiento cada vez estaba más ligado a las tareas de quienes antaño habían intentado defenderle. Las rotaciones que experimentaron los extranjeros del Dream Team a partir del fichaje de Romário, y la definitiva marcha de Koeman en el 95, completaron la transformación. Como el propio Ronald, aquel medio de impetuosa llegada al área rival pasó a ser el líbero que, no pudiendo ser adelantado, ejercería como último hombre. Como primer baluarte a la espalda del 4 que un día le encargaron proteger.
Sergio González 2 enero, 2018
Me recuerda en su descripción de mediocentro (antes de pasar a ser central) a Paulinho en este Barcelona
Morén 2 enero, 2018
Ayer justamente comentaba en Twitter que en ciertos aspectos podía compartir características con el brasileño. La llegada, el recorrido, la presión o su contundencia en el remate son cuestiones que ambos tienen en común. Para mí, sin embargo, hay dos diferencias notables. Una es que a nivel posicional Nadal era más detallista que Paulinho. Así como el brasileño en este sentido es un verso libre, una nota de diferencia, Nadal no era para nada un cuerpo extraño jugando en el mediocampo de Cruyff. Lo adornaba con sus propias virtudes, pero “jugaba a lo mismo” que los demás. La otra tiene que ver con esto, y es que con balón era más resuelto de cara a participar en la circulación del balón. Cierto que entonces los estándares eran otros, pero Nadal no era un futbolista desconectado, y el hecho de que Johan le diera minutos en dos puestos tan relevantes de la construcción en aquel Dream Team como el 4 o el 6, o que finalmente se estableciera en una defensa donde los centrales debían procurarle a la jugada una buena salida, son buenos indicadores.