
¿Cuántos recuerdos pesa un gol?
Probablemente, uno de los aspectos que más diferencian al fútbol respecto al resto de deportes es lo reducido de su anotación. No es extraordinario que los noventa minutos de un encuentro finalicen con un único gol en el luminoso, o incluso sin que ninguno de los dos contendientes hayan podido celebrar algún tanto. En el fútbol, el cero a cero entra dentro de una relativa normalidad. Este hecho, que atraviesa su naturaleza de forma global y que por lo tanto afecta a muchas de sus particularidades, pesa también sobre la valoración, responsabilidad e implicaciones de cada una de las piezas que conforman un equipo. Así, por ejemplo, si para el guardameta el error tiene un impacto exponencialmente superior al acierto, en tanto que una actuación impoluta puede desvanecerse en colisión con un fallo, cuanto más cerca del arco contrario se encuentra el jugador, más se invierte este equilibrio. En el juego del delantero, fallar muchas ocasiones está permitido si a cambio se alcanza el éxito una única vez. Varias de las historias que dejó en la noche del miércoles el partido de vuelta entre el Real Madrid y el Fútbol Club Barcelona se vinculan a esta circunstancia. Desde el relato general de un duelo en el que los blancos generaron más situaciones de peligro que su rival, a la consideración de Luis Suárez en tanto que goleador y héroe del enfrentamiento, pasando por la figura de los dos futbolistas que, quizá, más representaron el desempeño de merengues y culés en el enésimo golpe de los azulgranas sobre el césped del Bernabéu: Vinícius Júnior y Ousmane Dembélé.
Conscientes ambos conjuntos de hasta qué punto podía penalizar el error en un duelo de singularidades tan marcadas, el arranque se tiñó de prudencia en un lado y en el otro, aunque Solari y Valverde lo vistieran de forma distinta. Por parte de los blancos, con ataques de dirección externa que huyeran de una recuperación rival amenazante, y de una altura defensiva adelantada pero bastante pasiva. Con el recuerdo presente del tipo de castigo al que suele condenar, ante Leo Messi, un tipo de ejercicio más agresivo sin balón que le brinde al argentino la oportunidad de correr entre líneas con espacio, estando el balón en poder del Barça el Madrid ubicó a la mayor parte de sus jugadores más allá de la línea divisoria, pero se enfocó más en cerrarle caminos al avance con tal de forzar la pérdida, que en arrebatar el cuero directamente de los pies a un adversario (Imagen a la derecha). Toleró los momentos en que los barcelonistas hacían circular la pelota si esto ocurría lejos de la posición de Keylor Navas, del mismo modo que los de Valverde transigieron con no acercarse al meta costarricense a cambio de no exponerse a una pérdida comprometida y de minimizar la agresión.
Durante buena parte del partido, aparentemente el juego fue más servicial con los deseos de Solari que con los del Txingurri. Efectivamente, sin que los blancos le abrieran más puertas de las debidas, los visitantes vieron y sintieron el área contraria demasiado lejos, sin que pudieran hacer acto de presencia ninguna de las alternativas que, de forma puntual y casi independiente, suele activar para castigar al contrario incluso en situación de desventaja. Sin un equivalente a Arthur, el Barça no dio con la tecla que le permitiera progresar junto desde atrás y reunirse en campo rival a partir de una circulación con la que unir a sus jugadores. Tampoco halló descarga en las bandas para que la cohesión más allá de la divisoria llegara en sentido contrario, es decir, estirando desde la profundidad de la esquina para desplazar el eje de los dos equipo. Tanto Messi como Dembélé de entrada llevaron su influencia más cerca del carril central que de la cal, y a pesar de esto, y de los constantes desmarques dentro-fuera de Sergi Roberto desde el interior derecho, tampoco los laterales pudieron llegar como en otras ocasiones. Especialmente relevante por su importancia en los últimos tiempos resultó el escaso entendimiento entre Ousmane y Jordi Alba en el perfil zurdo del ataque, donde coincidió el descompás entre los movimientos de arrastre del extremo y las rupturas del lateral, con las esforzadas vigilancias, prácticamente individuales, de Carvajal y Lucas Vázquez sobre ellos.
La escasa amenaza visitante, sin embargo, no estuvo acompañada de una producción ofensiva equivalente de su rival, en primer lugar porque, pese a que el planteamiento huyera de ellas, de los pies de Semedo, Busquets y Dembélé sí salieron pérdidas inoportunas, y en segundo lugar porque el Madrid supo encontrar determinadas palancas para desequilibrar. Los apoyos de Benzema a la espalda del mediocampo del Barça, el escalonamiento de Luka Modric por delante de sus compañeros de línea o los cruces interiores de Lucas Vázquez protagonizaron alguna de las aventuras ofensivas de los blancos, pero con el paso de los minutos fue el carril izquierdo el que monopolizó gran parte de la acción con Vinícius como gran protagonista. El brasileño resultó el principal factor de desequilibrio del Real Madrid, enfrentado a un Semedo que no pudo contenerlo y que sufrió ante la incapacidad de su equipo a la hora de cortar las vías que alimentaban al extremo madridista. Por una parte, la capacidad técnica y la pericia en el desplazamiento medio y largo de hombres como Ramos, Modric o Kroos permitieron a los locales aprovechar todo el ancho del campo de modo que la línea de cuatro medios con la que defendía el Barça no llegara a tiempo a la orilla contraria, y en segundo lugar, y en relación con esto, los de Solari explotaron la superioridad numérica que existió en el sector izquierdo de su ataque entre Vinicius, Kroos y Reguilón y los azulgranas Semedo y Sergi Roberto (Imagen a la izquierda).
Unos y otros dibujaron un emparejamiento en el cual un madridista siempre quedaba libre. Si Roberto salía sobre Kroos y Semedo seguía a Vinícius, era Reguilón quien recorría libre la banda hasta atraer a un culé y desajustar a la defensa. Si el lateral portugués se mantenía en banda, Vinícius flotaba por dentro, y si las dos piezas del Barça se quedaban con las dos amenazas exteriores del Madrid, Kroos conseguía tiempo y espacio para ganar altura y poder introducir el balón cerca de la frontal. No obstante, con Benzema moviéndose mucho fuera del área (Imagen a la derecha) sin que por ello consiguiera ser un camino autónomo en la creación de oportunidades, y, por lo tanto, mostrándose el Madrid como un conjunto con más atacantes en la cocina que sentados a la mesa, los numerosos acercamientos locales se toparon, una y otra vez, con Gerard Piqué, con un Ter Stegen que no empañó sus aciertos con ningún fallo, y con un Vinícius que no iluminó sus desaciertos en la definición con una puntual acción de puntería.
Sí lo hizo Ousmane Dembélé, después de cincuenta minutos de dificultades para encontrar su lugar sobre el campo, en la primera ocasión en que su desmarque de apoyo le procuró a Jordi Alba un escenario para recibir el balón por detrás de Lucas Vázquez y sin Carvajal en frente. Una situación que abrió la puerta a la carrera del francés y al primer disparo de Luis Suárez. Al acierto que, cerca de la portería rival, vale más que todos los fallos, y que, contra el Madrid y en el Santiago Bernabéu, desgarró emocionalmente a los de Solari acuchillándolos a recuerdos. Un gol que pesó más porque incorporó la carga de tantos otros.
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– Foto: Javier Soriano/AFP/Getty Images