
Con una línea menos
Junto al regate, la ruptura de línea es la acción más letal que puede enfrentar un sistema defensivo en la actualidad. Bien desde la conducción o desde el pase, incrustando el balón a la espalda de un contrario, es una fuente de desestabilización y una puerta alternativa por la que crear unos espacios que previamente no existían. Por eso los cánones dicen que para atacar es mejor repartir a tus piezas en la mayor cantidad de alturas posible, multiplicando los peldaños de la escalera, mientras que sin el balón, a la hora de replegar, lo ideal es reducir el número de líneas precisamente para generar menos espacios intermedios habilitados para la recepción de un contrario. Desplegarse en escalonamiento y retroceder simplificando el esquema a partir de tres líneas (defensa, mediocampo y delantera). La presente edición de la Champions League, sin embargo, está permitiendo descubrir una original novedad al respecto.
El enérgico Slavia de Praga que dirige Jindřich Trpišovský, para defender, elimina una de esas tres líneas. Distingue a un reducido grupo de jugadores que defienden por delante, incomodando la salida del rival por dentro pero sin aplicar sobre ellos una presión demasiado intensa, mientras el resto del equipo dibuja una anchísima y muy poblada línea defensiva situada lejos de su propia portería, juntando a los cuatro zagueros, el retorno de los dos extremos y, normalmente, el paso atrás del mediocentro. Se trata sobre el papel de una idea arriesgada, pues combina una gran cantidad de metros a la espalda de la defensa con la relativa libertad que se concede a los potenciales lanzadores retrasados del equipo contrario, pero en cuyo desarrollo construye soluciones para que el sufrimiento apuntado finalmente no se manifieste.
Así, el planteamiento posicional ahora descrito se aúna con una apuesta exagerada por persecuciones individuales larguísimas que impide cualquier intento de recepción en el apoyo, así como con una superpoblación de la última línea que constriñe los espacios en el plano horizontal, tanto para que pueda filtrarse el balón sin ser interceptado como para que el delantero puede desengancharse lo suficiente de su par a la hora de lanzar el desmarque. Dos veces ha chocado el FC Barcelona contra el diseño del Slavia, y en ambas los de Valverde han estado lejos de hallar el antídoto. El martes, en el Camp Nou, de hecho, el fútbol de los culés potenció el plan de su adversario. Y es que si el conjunto checo optó por prescindir de una de sus líneas para defender, el Barça respondió haciendo lo propio a la hora de atacar.
Con los extremos por dentro, los laterales muy arriba y Arturo Vidal por delante de Busquets y De Jong en una suerte de mediapunta vestida finalmente de delantero, los azulgranas apenas repartieron puntos de apoyo entre la salida de balón y sus piezas más adelantadas. De este modo, con Vidal más orientado a cruzar sus caminos con Messi que a habilitarse entre líneas, y sin el escalonamiento que normalmente permite la presencia de un segundo interior en favor del doble pivote, durante el primer tiempo la principal baza local fue Nelson Semedo. Habilitado por Dembélé y gracias al hecho de que, de todos los posibles corredores, él era el que arrancaba separado de última línea del Slavia, el portugués prácticamente resultó el único camino que encontró el Barça para acercarse a los dominios de un Kolar que estuvo perfecto en la gestión de los espacios. Alguno más supieron descubrir los azulgranas tras el descanso, a raíz de dos modificaciones que hasta cierto punto también cambiaron el guión reservado al segundo tiempo.
La primera, posicional, consistió en que, con posesión culé, los laterales del Barça no compartieron línea con Dembélé, Messi y Antoine Griezmann, sino que situaron su campamento base unos metros más abajo. El efecto de esta intervención fue que los extremos del Slavia, que durante la primera mitad retrocedían hasta integrarse como laterales en una extensa línea de seis o siete hombres, también tendieron a separarse de la zaga checa, permitiendo un escenario con más espacios a lo largo de la última barrera visitante. Los de Trpišovský, ahora, cubrían el mismo ancho del terreno de juego con menos jugadores que en el primer tiempo. No obstante, el ajuste posicional de los laterales del Barça con tal de que los extremos del Slavia no se sumaran a la última línea rival, provocó a su vez que tanto Olayinka como Masopust, en la reanudación, iniciaran la transición defensa-ataque desde zonas más peligrosas y próximas al área de Ter Stegen.
La segunda modificación fue de fondo, y tuvo que ver con la forma de atacar del Barça, que pasó de buscar una relación directa entre el pasador y el receptor a incluir la intervención de un tercer hombre en la ecuación. De este modo, rara vez el jugador que ejecutaba el primer movimiento era el destinatario del pase, sino que éste era para el futbolista que respondía a ese primer movimiento. Si un culé tiraba un apoyo arrastrando a su defensor, el balón salía hacia la entrada del compañero en el espacio liberado, y si dibujaba un desmarque profundo que se llevaba una marca con él, hacia el apoyo de un tercer futbolista. Escenarios previos que, de todos modos, no fueron de la mano de la claridad, la energía y el funcionamiento necesarios para desencadenar el juego. Para un Barça que no encuentra la manera de jugar fácil, las rupturistas preguntas que le lanzó el Slavia fueron demasiado complejas.
– Foto: LLUIS GENE/AFP via Getty Images