En lo que se refiere a la planificación deportiva de un equipo de fútbol, uno de los dilemas recurrentes que se plantean es si el valor estratégico de un único jugador superior tiene una influencia positiva sobre su equipo mayor o menor que el de varios futbolistas menos importantes. Si compensa renunciar a un crack a cambio de contar con dos o tres piezas notables. Si 9+5 resulta ser más o menos que 7+7. A propósito de lo grandes equipos, tradicionalmente la duda siempre vence hacia el lado del futbolista más talentoso. Bien porque debido a la entidad del club el acompañamiento rara vez llega a ser tan modesto, porque su presumible capacidad económica permite que en ocasiones se pueda conjugar ambas opciones o bien porque en la igualdad de la máxima exigencia la calidad diferencial acostumbra a tener la última palabra, si no es a regañadientes resulta extraño que un equipo poderoso renuncie, de una forma u otra, a una de esas joyas que relucen por encima de las demás. Además de su aportación individual, son piezas cuyo impacto redefine el colectivo y el lugar que en él ocupan sus compañeros, posibilitando un encaje de éstos últimos que, en relación a su juego, maximice su rendimiento. Forman sistema, lo cual sirve de abrigo para el resto. El FC Barcelona no tiene que ir muy lejos para recordar cómo a través de Leo Messi, y del vínculo técnico o táctico que establecieron con el argentino, futbolistas como Jordi Alba o Ivan Rakitic accedieron a un salón al que seguramente les habría costado más pertenecer sin la invitación del diez.
A propósito de un mercado de fichajes, sin embargo, el precedente más elocuente al respecto en can Barça fue el verano de 2004. Entonces, con una plantilla por recomponer, pocas alegrías en la caja y Ronaldinho prácticamente como único valor irrefutable del club, el debate alrededor del verano culé enfrentó dos posiciones. Una abogaba por sacrificar la presencia del brasileño en el equipo a cambio de que, con un hipotético millonario traspaso, el club pudiera acometer la remodelación del equipo mediante una serie de fichajes que, si bien no alcanzaran el nivel de Ronnie, pudieran cubrir más puestos de los que el once barcelonista tenía que mejorar. La otra, la que finalmente reflejó la línea de actuación del club, priorizaba la figura del brasileño, entendiendo que a su alrededor e impulsados por la dinámica de su juego jugadores menos consolidados lucirían mejor, tal y como había ocurrido durante los últimos meses de competición en el curso de estreno de Frank Rijkaard en el banquillo del Barça. Aquel verano llegaron Samuel Eto’o y Deco al Camp Nou para convertirse en estrellas, y junto a ellos una pléyade de futbolistas que si bien no ostentaban cargo entre los mejores de su demarcación darían un gran rendimiento a bordo de la nave que tripulaba Ronaldinho. Su Barça, el de Rijkaard, Eto’o y Deco, pudo ser el mejor de Europa con -y gracias a- Belletti, Silvinho, Gio, Edmilson, Oleguer, Giuly o Henrik Larsson. Ronnie marcaba el techo, y anclaba en él el fútbol de sus acompañantes menos lujosos, no en vano ninguno de ellos resistiría la caída del brasileño. El crack, tantas veces catalogado como la guinda del pastel, quizá sea, en realidad, su base.
Dieciséis años después, probablemente éste vuelva a ser uno de los grandes debates sobre la estrategia del FC Barcelona en el mercado de fichajes, a propósito del también brasileño Neymar Jr. La estrella del PSG pasa por ser uno de los jugadores de mayor impacto del fútbol actual, una de esas piezas que lo cambia todo. Tanto los escenarios propios como los del rival. El crack que es capaz de hacer mejores cosas durante más tiempo a lo largo de noventa minutos. Con una continuidad en sus intervenciones que no alcanzan quienes le superan en edad, y un talento para llevarlas a cabo que no igualan los más jóvenes. Un Neymar diferente al que dejó Barcelona, más global y colectivo, vinculado a zonas más centradas y próximas al mediocampo, en línea con una evolución que ya apuntó como azulgrana y de la que se sirvieron el Barça y Leo Messi durante los últimos coletazos del proyecto de Luis Enrique en el Camp Nou. Entonces Neymar, poco a poco y casi sin que nos diéramos cuenta, pasó a ser causa en lugar de consecuencia. Redujo -que no eliminó- su impacto finalizador como corredor al espacio en busca de los pases diagonales de Messi, para incrementar su valor por detrás del 10 llevando el juego y el balón hacia él. Recibiendo más abajo, avanzando y sorteando rivales por banda para llevar el eje de la circulación a zonas próximas al argentino en la frontal del área. Sustituyendo el sacrificio centrocampista de Messi para acercar a Leo al gesto final.
El Neymar actual es aquel Neymar todavía más que el de entonces. Parte, recibe y amenaza desde la banda izquierda que él mismo dejó huérfana en el Barça, pero su campo de acción es mayor. Participa abajo, dando el relevo a los medios o incluso al lateral, e introduce el esférico en zona peligrosa a través del desborde, la conducción o el pase. Rompe y agita, con una lectura de lo que genera a su alrededor acorde con el momento de madurez futbolística que le corresponden a sus 28 años. Su físico es distinto, menos ligero y elástico que el de su juventud, pero perfecto para su nueva versión todavía profunda, veloz y agresiva, pero con más pausa y capacidad de dirección. Para el Barça de los últimos tiempos, necesitado de una nueva fórmula en su ataque, el brasileño sería mucho de lo que ha extrañado tanto el equipo como particularmente Leo Messi. Energía, ritmo, desborde, profundidad, juego entre líneas, actividad constante, iniciativa individual, perfección técnica, soluciones en banda… Con espacios o sin ellos, atacando a la contra o abriendo defensas cerradas, Neymar representa una nueva dimensión para el juego de un hipotético FC Barcelona 2020-21. No es la pieza concreta de banda izquierda, insistente y agresiva en la diagonal sin balón que tanto ha echado de menos el equipo desde su partida, pero sí un impacto individual superior capaz de reconfigurar las necesidades del colectivo o de potenciar las cualidades de un complemento que encaje en ellas. De convertir a Ludovic Giuly en el mejor extremo derecho para Ronaldinho.
Ocurre que aquel Ronaldinho era cuatro años más joven que este Neymar, y como, igual que en 2004, el próximo verano del Barça presumiblemente tendrá muchos frentes abiertos, la longevidad de la apuesta por el brasileño introducirá un nuevo elemento al dilema. ¿Puede el Barça renunciar al mejor Neymar?
– Foto: FRANCK FIFE/AFP via Getty Images

