Icono del sitio En un momento dado

Quien se fue a Sevilla…

La Supercopa era una oportunidad para Ronald Koeman. Después de un primer tramo de curso marcado por problemas en todas las esferas del club, traducidos sobre el campo en un proceso de búsqueda sin encuentros, el torneo le llegaba a los culés en el momento más continuo de la temporada. A nivel de resultados, encadenaba tres victorias seguidos por primera vez y, más reseñable todavía, a nivel de juego 2021 había llegado al Barça vestido de perseverancia táctica. Tras meses de concatenar tentativas en cuanto a los mecanismos y a la colocación de los futbolistas, el conjunto de Ronald Koeman se presentaba en la Supercopa con el semblante más reconocible del curso. Dando continuidad a un 1-4-3-3 con Messi como falso nueve, Dembélé abierto en la derecha, un punta en la izquierda con tendencia central y dos interiores capaces e juntarse con Leo arriba y con Busquets abajo. Un Barça en el que Araújo se confirmaba como un argumento veraz en el centro de la zaga, y en el que Griezmann se encaminaba a subirle el nivel al molde creado a partir de Braithwaite. La Supercopa era una oportunidad para que Ronald Koeman consolidara el hilo del que tirar. Alrededor de una idea de equipo, de dibujo y de sistema. La primera que le presentaba la temporada. Quizá la única. Quizá la última. Una oportunidad y una prueba que el Barça no ha podido superar, y que ahora tiñe de dudas el camino transitado hasta llegar hasta ella.

Una de las dificultades añadidas con las que se ha topado el conjunto culé en la Supercopa ha sido la naturaleza de sus oponentes. El azulgrana es un conjunto que afronta con mayor comodidad los escenarios de repliegue contrario, los que le permiten jugar un partido de dimensiones reducidas. Los que acercan a Sergio Busquets a la primera presión como frontera a los límites efectivos del juego, y que reducen la distancia que deben recorrer Messi y el resto de atacantes para aproximarse a la portería rival. Frente a eso, sin embargo, tanto la Real Sociedad como el Athletic Club enfrentaron a los de Koeman con sendos planteamientos de presión adelantada. Más individual en el caso txuri-urdin i más zonal en el de los rojiblancos. Recientemente, contra esto el Barça había encontrado una solución en la posición de Busquets junto a los centrales, formando una línea de tres que arrastrara fuera de zona a uno de los centrocampistas adversarios. Sin ir más lejos, contra el Athletic en Liga resultó un aspecto clave, provocando la incorporación de De Marcos a la primera presión emparejándose con Lenglet y permitiendo, por lo tanto, que Jordi Alba y Griezmann se aliaran para atacar en superioridad a Ander Capa. Marcelino, esta vez, tenía la lección bien aprendida, y a pesar de la idea general de enfrentar a la salida de balón culé a una férrea presión adelantada, el técnico ajustó y le concedió a los blaugranas la superioridad de su primera línea. Si Sergio Busquets se sumaba a los centrales, la respuesta rojiblanca no cambiaba, quedando Williams y Raúl García en punta y permaneciendo De Marcos y Muniain en las bandas.

El Barça podía dar el primer pase, siempre hacia fuera por obra y gracia del buen hacer del Athletic orientando su presión, pero una vez en los costados no tenía opción de salir. Los hombres de banda, con el apoyo de uno de los puntas y uno de los mediocentros, encerraban el avance culé, obligado de nuevo a mirar hacia atrás sin posibilidades de avance. Todo cuanto proponía el Barça con balón sucedía de frente a la defensa bilbaína, y por lo general lejos de las zonas de Messi y Pedri. Y es que los espacios el Athletic los concedía a su espalda sin que los de Koeman dieran con soluciones para aprovecharlos. La titularidad de Griezmann en el lugar que otras noches ocupó Braithwaite, por ejemplo, a pesar de la comodidad con la que el galo asumió un lugar que a menudo le resulta ingrato y los dos tantos que selló con su firma, dejó sin capacidad de desmarque al ataque barcelonista. Tanto Antoine como Messi o Dembélé buscaron el balón al pie, redundando en la idea defensiva del Athletic de contenerlo todo hacia adelante. La falta de profundidad en la primera línea es una carencia que el Barça arrastra desde hace tiempo, y que en las últimas fechas ha provocado el incremento de protagonismo de Braithwaite y la imprescindible contribución de hombres como Jordi Alba o Frenkie de Jong lanzándose al espacio desde la segunda o la tercera línea. No obstante, con el danés en el banquillo, la presión adelantada del Athletic empujó hacia abajo tanto al lateral como al centrocampista, alejándolos de la espalda de la zaga rojiblanca. Cuando el Barça tenía el balón, ambos se movían más cerca de Ter Stegen que de Capa, Yeray o Iñigo Martínez.

Es algo que se suavizó a medida que avanzaron los minutos y los recorridos de los hombres de Marcelino perdieron oxígeno, permitiendo unos acercamientos culés al área de Unai Simón que durante muchos tramos del encuentro no habían existido. Sucedió que, paralelamente, también el Athletic Club encontró un escenario ofensivo más productivo. A través de su presión, los leones habían dominado territorialmente el encuentro, situándolo más cerca del área del Barça que de la propia independientemente del equipo que tuviera el balón, pero sus intentos normalmente no habían encontrado la fórmula de sortear a Ronald Araújo. Se la proporcionó el cambio en el lateral derecho culé que entregó la defensa sobe Muniain a Mingueza, debido a las dificultades del canterano para contener a Iker sin faltas. El balón parado le abrió una nueva opción a los de Marcelino, debilitó la respuesta del Barça en el área y, a la postre, dictó sentencia. Por lo pronto, a propósito del campeón de la Supercopa. La respuesta de los azulgranas a la derrota marcará si, también, a propósito de algo más.

 

– Foto: David Ramos/Getty Images

Salir de la versión móvil