Decía Johan Cruyff que todo el mundo sabe jugar al fútbol cuando se le dejan cinco metros de espacio. Que lo difícil es sobrevivir cuando se juega en una baldosa por la que pelea un enjambre de piernas. Que es ahí, en la congestión y al atasco, donde los mejores marcan las diferencias. Donde los muy buenos pueden desenvolverse del modo en que, los que no lo son tanto, solo alcanzan cuando les conceden un respiro. Quizá por eso, el del sábado fuera uno de los clásicos más abiertos y lúdicos de los últimos tiempos, a pesar de que, al peso, se tratara del que menos elegidos congregaba de cuantos se han disputado durante las dos últimas décadas. Durante noventa minutos, tanto Real Madrid como FC Barcelona tuvieron las puertas del gol abiertas, en un duelo de permanentes alternativas cuyo arranque quedó definido a partir de las presiones de sus dos contendientes. De ellas nacieron los espacios, aunque cada equipo los entregara en lugares del campo diferentes.
Por parte de los locales, la nota más novedosa del once consistió en la entrada de Fede Valverde, gracias a la cual Zinedine Zidane sumó la presencia de un cuarto centrocampista a su alineación. El uruguayo representa una de las principales bazas de su equipo en el discurso de la presión, ese que convierte a la recuperación cerca del área rival en el mediapunta que los blancos habitualmente no tienen. En este apartado, su presencia en la banda derecha del Madrid cumplía con una doble misión. En primer lugar, Valverde sería el encargado de defender la salida del Barça a través de Lenglet, convertido en el central culé más apto para dar inicio al juego tras confirmarse la reubicación de Frenkie de Jong en mediocampo. En segundo lugar, si los visitantes eran capaces de burlar la primera emboscada, el objetivo de Valverde pasaba a ser Jordi Alba, siguiendo al carrilero catalán tan lejos como la acción le demandara. Siguiendo el aviso que lanzó Sergio González en la reciente visita del Valladolid al Camp Nou, el retorno defensivo de Valverde debía darle a su equipo los efectos de una zaga de cinco a la hora de contener el peligro por banda de Alba.
De las dos funciones defensivas encomendadas al uruguayo, esta última resultó la más eficaz. Fede cerró el carril, liberó a Lucas Vázquez para que el lateral corrigiera o anticipara por dentro sin miedo a comprometer su retaguardia, y respondió corriendo a la espalda de Jordi Alba cada vez que el Madrid recuperaba el cuero. Menos eficaz consiguió ser la primera presión blanca, primero porque la voluntad de mantener la superioridad numérica en defensa dejando a un central sin marca permitía que si el Barça alargaba la cadena de pases terminara hallando a un compañero libre, y segundo porque los permanentes acercamientos de De Jong a la zona del mediocentro generaron una solución que los blancos prefirieron conceder a cambio de no comprometer zonas del campo más peligrosas. El Barça logró salir, juntar a Busquets, De Jong, Pedri y Messi para ganar en número a los tres medios madridistas, y asentar su circulación en campo contrario. Al son del canario, más cómodo y unido a Leo cuando es De Jong quien ejerce como la pareja de Busquets en la base de la jugada, los culés alcanzaron fluidez moviendo la pelota y castigando los flancos de un Casemiro sobreexigido.
Ocurre que la propuesta en campo rival del Barça adoleció de una notable falta de profundidad. La presencia de Valverde como sobrevenido quinto defensor hacia que la zaga blanca pudiera controlar tanto a Dest como a Jordi Alba por fuera, al tiempo que por dentro Ousmane Dembélé no supo darle a los suyos lo que demandaba el escenario. En lugar de amenazar la espalda de los zagueros madridistas cuando éstos salían a apuntalar la zona del mediocentro, Ousmane priorizó el apoyo, permitiendo que todas las acciones defensivas de los locales se orientaran mirando hacia Ter Stegen y no hacia Courtois. Sin poder girar al Madrid desde la primera línea, el Barça lo intentó desde la segunda, proyectando por dentro a los interiores y acompasando su ascensión con una posición muy adelantada de Lenglet y Mingueza que en muchos momentos adquirieron apariencia de centrocampistas. Un comportamiento posicional agresivo y muy arriesgado que el Madrid acertó a castigar.
Cortado el avance por bandas, los de Koeman buscaron el acceso al área insistiendo en la combinación por dentro, en un circuito de paredes que no alcanzó la precisión deseada y que expuso a los culés a pérdidas de balón muy expuestas. Con hasta cinco futbolistas por delante de la pelota (Dest, Jordi Alba, De Jong, Dembélé, Pedri o Messi), dos de los tres centrales muy adelantados y sin la posibilidad de taponar los primeros pases de Luka Modric o Toni Kroos. En consecuencia, la transición ataque-defensa visitante lució enormemente vulnerable, entregada al desamparo de su propio planteamiento y al escarmiento del contraataque del Madrid. En cuanto a lo primero, sobresalió tanto la estrategia de cerrar dejando en igualdad numérica a los centrales, como la actitud defensiva que tuvieron estos, priorizando siempre la anticipación a la contemporización. El duelo individual entre los zagueros azulgranas y los delanteros blancos se libraba muy pronto, sin dar tiempo a que la distancia permitiera sumar la ayuda de un compañero, y en ventaja táctica, técnica y física para los locales. En estos lances emergió por encima del resto la figura de Karim Benzema, desempeñando un papel decisivo a la hora de crear contextos desfavorables a la zaga y de aclarar el camino a sus socios.
La contribución del galo antes de llegar el área fue tan rica como productiva. Resultó clave, por ejemplo, para que los centrocampistas del Madrid pudieran lanzar el pase recibiendo orientados, acercándose en el apoyo para dejar el balón de cara a Kroos o Modric. Una de las cuestiones más complejas a la hora de defender los efectos de Benzema en el juego del Madrid reside en que su impacto, a menudo, no tiene tanta relación con el vínculo directo que el delantero establece con el balón como con el sentido de sus movimientos previos. Ante Karim, muchas veces el defensa no tiene que defender pases, regates o disparos, sino ideas. Por eso, más que en el origen, las recetas del contrario suelen ser mas eficaces cuando se aplican sobre las consecuencias. Cuando se anticipan a sus intenciones. Cuando el adversario acepta que no es posible mantener inmóvil al galo, y se aplica tratando de contener el resultado de su particular danza. En este sentido, que el perseguidor del 9 blanco fuera Ronald Araújo no ayudó al Barça, pues sujetó al uruguayo a los designios de Benzema eliminando a la mejor individualidad defensiva de los culés de los posteriores duelos con Valverde o Vinícius. La doble V de Zidane atacó en aclarado, con espacios y ante marcadores inferiores en el cuerpo a cuerpo.
Tuvo que corregir Koeman en el segundo tiempo pasando a defensa de cuatro, abriendo el campo desde los extremos, ganando a un jugador por detrás del balón y sacando a Dembélé del carril central. Con Griezmann asumiendo una réplica más precisa en la combinación que su compatriota, Ousmane estirando desde la derecha y ante un Madrid que sin Lucas ni Valverde cambió la «defensa de cinco» por una línea de cuatro en la que Odriozola tuvo problemas tanto cerrando el segundo palo como controlando las llegadas de Alba. El Barça pasó a perder menos y mejor el balón por dentro y a profundizar a través de las dos orillas, un escenario que obligó a Zidane a recomponer el cierre volviendo a la línea de cinco. Desde entonces y hasta el cierre, los locales formaron con Marcelo ejerciendo de carrilero y Mendy acomodado como tercer central, a cambio de perder peso en una línea de medios que la impropia personalidad de Ilaix agitó en el tramo final del partido. Decía Julian Nagelsmann que el fútbol sin público es una puerta abierta para que los jóvenes den el salto sin acusar tanto la presión. El canterano debe pensar parecido.
– Foto: Copyright Oscar J. Barroso

