El verano futbolístico de 2021 pasará a la posteridad por muchas razones. Por tantas que es posible que algunas queden difuminadas, soterradas bajo toneladas de historia. Por ejemplo, que nunca desde la entrada en vigor de la sentencia Bosman cuatro centrales habían formado parte de la lista de los diez traspasos más caros del mercado: Ben White (Arsenal), Dayot Upamecano (Bayern), Raphael Varane (Manchester United) e Ibrahima Konaté (Liverpool). Ninguna otra demarcación tiene tantos representares en el top ten. El fenómeno no resulta nuevo, pero especialmente a raíz del impacto que supuso el fichaje de Virgil van Dijk por el Liverpool de Klopp, apunta a ser tendencia. Vinculaciones como la del central neerlandés con el conjunto red o la de Ruben Dias con el City de Guardiola han demostrado que pueden cambiar equipos desde un efecto tradicionalmente relacionado con futbolistas de otros perfiles. En un fútbol que muy a menudo habla a través de la salida de balón y la presión adelantada, el peso estratégico de los centrales se ha disparado.
Suya es la primera puerta que abre la jugada, la del inicio desde atrás. Un momento del juego que actualmente muy pocos optan por esquivar y que carga sobre los hombros de los zagueros la responsabilidad inicial de los ataques. Sea jugando en corto, en largo o saliendo en conducción, lo que ocurra delante de la portería rival empieza a construirse en sus botas. Lo hace, además, en un contexto en el que la dificultad para iniciar con éxito desde atrás se ha incrementado, producto de la apuesta decidida por la presión con la que tantos rivales actúan sobre las ventajas de una salida limpia. Se trata de un escenario que lleva a los equipos a juntarse defensivamente más cerca del área rival que de la propia, y que por lo tanto desnuda a su propia zaga de forma más marcada que propuestas tendentes al repliegue y la reducción de espacios en campo propio. El central defiende lejos, a menudo desprotegido, teniendo que gestionar grandes distancias a su espalda y con menos aliados que antaño. Los laterales o mediocampistas que tiempo atrás le procuraban abrigo, hoy se lanzan hacia arriba con y sin balón, dejándolo con la única cobertura, lejana, del portero, y del resto de centrales que integren la defensa.
Con menos ayudas a su alrededor, su éxito autosuficiente equivale a las victorias individuales que en otros tiempos coronaban a los delanteros que eran capaces de crearse sus propias oportunidades de gol, sin necesitar que sus equipos se apartasen del camino para darles impulso. Así ocurrió el curso pasado con Ronald Araújo en el Barça de Ronald Koeman, un conjunto atravesado por su vulnerabilidad defensiva durante toda la temporada, y que encontró en el joven defensor uruguayo una pieza que no sólo no necesitaba la ayuda de los demás para solucionar sus propios retos, sino que a su vez era capaz de proporcionarle un auxilio a sus compañeros de línea. Araújo no encendía fuegos, apagaba los que se iniciaran cerca de su zona y contribuía a extinguir aquellos que amenazaban la integridad del resto. Aquel era un Barça expuesto a problemas y, por lo tanto, obligado a resolverlos, pues su juego, en ocasiones todavía inconsistente, no era garantía para poder evitar las dificultades antes de que surgieran.
Lograr que lo sea esta temporada nuevamente va a resultar una empresa compleja, pues el verano culé, de absoluta supervivencia, insinúa un curso en el que el objetivo de construir un equipo redondo se antoja lejano. En ese contexto ha aterrizado en el Camp Nou el también central Eric García, un zaguero acunado en las categorías inferiores del Barça y que ha completado su formación a manos de Pep Guardiola, cuyo perfil no podría ser más opuesto al de Araújo. Uruguayo y catalán son las dos caras de la posición, dos formas contrarias de entenderla y de desarrollarse en ella, producto de unas características tanto físicas como técnicas tan dispares que, sobre el papel, su complementariedad se intuye absoluta. Lo que uno tiene en abundancia marca la carencia más pronunciada del otro. Mientras la autoridad defensiva de Araújo es una baza imprescindible atrás, resulta sencillo identificar su principal campo de mejora en lo que se refiere a la gestión del balón a la hora de iniciar el juego desde la defensa. Tiene la personalidad y cada vez más la lectura, pero no la dulzura en los pies, algo que se hace más evidente a medida que se agranda la distancia de sus desplazamientos. Todo lo contrario ocurre en el caso de Eric, un central de características poco convencionales en ambos sentidos del juego: con el balón en los pies sus posibilidades son enormes en nivel y variedad, al tiempo que sin él carece de los rasgos que habitualmente pueden encontrarse en sus colegas de posición.
Empezando el análisis por su trato con el cuero, cabe señalar que por sus características, formación y trayectoria posee todas las virtudes que se le piden a un central a la hora de ser una pieza importante en la creación de los ataques. Su idioma es el juego de posición, y su forma de entender el juego se desarrolla desde sus principios. Sabe interpretar las distintas situaciones ofensivas y las necesidades de cada una de ellas, y poner a disposición del juego su técnica en el pase, su conducción con balón o su manejo de la atracción para condicionar el posicionamiento de los rivales. Lo hace, además, desde cualquiera de los dos perfiles y con la naturalidad de quien ha incorporado el lenguaje en el día a día de su crecimiento. Se siente cómodo con la responsabilidad y sereno a la hora de elegir como mejor opción el pase corto, el servicio vertical hacia el apoyo de espaldas del compañero o el cambio de orientación, suerte que repite de forma más habitual cuando actúa como central por la izquierda. El de Eric, pues, es un perfil de central estratégico en un contexto como el azulgrana, tanto por el modelo de juego que se vincula al equipo como por la realidad de su competencia en la posición. La edad de Gerard Piqué, las características de Ronald Araújo y la inseguridad que viene ofreciendo Clément Lenglet apuntan a la necesidad de afianzar en el conjunto de Koeman a un zaguero como él.
Ocurre que, al contrario de lo que sucede con Araújo, el desempeño defensivo de Eric está muy alejado del canon, tanto desde una visión más tradicional de la demarcación como desde el punto de vista más contemporáneo. Y lo está desde la propia caracterización del futbolista, pues el prototipo físico del internacional español se descubre como una suerte de anomalía. No es un zaguero especialmente alto ni con una capacidad de salto muy pronunciada, su aplicación en el cuerpo a cuerpo no es contundente y tanto su velocidad en el giro como en la distancia larga no le otorga ventajas. Ejemplos de centrales que hayan carecido de alguna de estas virtudes hay muchos, pero muy pocos, por no decir ninguno, que no haya contado con varias o con una de ellas como fortaleza. Los ha habido flojos en la pelea aérea, pero contundentes y veloces imponiéndose por abajo. Otros han sido débiles en los duelos, pero se han refugiado en la rapidez como medida correctora. Y tantos otros han hecho valer su envergadura para solventar los peligros a los que se enfrentaban. Eric deberá encontrar una fórmula propia.
La más factible, la colectiva, está por ver que el Barça actual pueda ofrecérsela. Que el de Koeman logre ser un conjunto con el mando suficiente sobre los partidos como para condicionar desde el discurso el tipo de respuesta de sus centrales. Uno que reduzca las opciones de un duelo directo con los delanteros rivales y en el que el trabajo de los zagueros se limite en gran medida a una cuestión de posición, concentración y acompañamiento ofensivo. Hasta que el equipo pueda ofrecerle este tipo de escenario a Eric para iluminar sus virtudes dejando en la penumbra sus partes más oscuras, la alternativa del central pasa por una adaptación individual en la que el protagonismo no lo adquiere su cuerpo si no su cerebro. Interpretando los momentos del partido para adelantarse a sus consecuencias, encontrando en la anticipación y el corte las ventajas que le cuesta conseguir desde la espera.
Por último, debe apuntarse también la posibilidad de un Barça que recupere la variante de los tres centrales, tanto por lo que le reportó el curso anterior como por la pérdida de efectivos en la parte ofensiva. Una solución con la que vestir de extremos a los carrileros tanto en ataque como en la presión, con la cobertura de un defensor más a modo de trampolín para el mediocentro y los hombres de banda. Un recurso en el que, sobre el papel, Eric debería encontrarse cómodo, por sumar un aliado más a la hora de gestionar los momentos defensivos y por permitirle explotar algunas de sus bazas con la pelota. Liberado para sumarse a los costados del pivote en conducción, recibiendo con espacios más cerca de la banda, pudiendo ampliar su rango de pase y lanzando un anzuelo a la presión del rival con el que generar espacios por el centro.
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