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Gana el que marca más goles

Gana el que marca más goles

Es cierto que demasiado a menudo el análisis futbolístico tiende a mediatizarse a partir del resultado final, como si la acción que tiene lugar en un momento concreto del juego y que provoca un cambio en el marcador modificara, también, lo ocurrido previamente en el encuentro. También lo es que en otras ocasiones la capacidad para ser trascendental en el área se observa como una cuestión ajena al mérito. Como una suerte de azar regalado o negado por la providencia. Al respecto de esto último dejó hace algunos años una brillante reflexión el periodista Ricard Torquemada: “A veces parece que el arte del remate o de la defensa del remate no formen parte del fútbol, sino que sean un proceso aleatorio. Oigo a entrenadores decir que han merecido ganar porque han creado muchas oportunidades, como si después de generar esas oportunidades lanzaras una moneda al aire y si te sale cara es gol y si te sale cruz no es gol. A veces da la impresión de que jugar bien es generar muchas ocasiones de gol, como si la última parte del proceso no formara parte también del fútbol. La clave del juego es hacer goles, no crear oportunidades de gol. Y dependiendo de los delanteros que tengas, y de cómo les hagas llegar la pelota, harás más o menos goles. Incluso se ha extendido la idea de que cuando creas oportunidades el gol ya llegará, como si el gol fuera una cosa que no dominamos nosotros“. Tener la habilidad de traducir el juego en goles, o de marcar incluso cuando el juego no acompaña, es también una calidad de los futbolistas y de los equipos. La más importante en un deporte que determina a su ganador a partir del número de goles anotados. “Si estás en el área y no sabes qué hacer con el balón, mételo en la portería y después discutiremos las opciones“, decía el mítico entrenador del Liverpool Bill Shankly.

Esta última pero trascendental fase del juego es la que le faltó al Barça durante la primera parte del clásico que lo enfrentó al Real Madrid. Cuarenta y cinco minutos en los que una de las mejores versiones del equipo de Xavi supo controlar el juego con y sin balón, pero en los que no acertó a plasmar en el marcador una superioridad equivalente a la que estaba consiguiendo sobre el césped. El planteamiento inicial del técnico de Terrassa señaló como novedades la presencia de tres centrales en el once culer y una suplencia de Oriol Romeu que entregaría la base de la jugada al tándem formado por Gündogan y Gavi. Con lo primero recuperó la estructura táctica del curso pasado, iniciando el juego con un primer escalón de tres hombres que además de lograr amplitud y superioridad numérica a la hora de sacar el balón desde atrás, también le permitía en defensa volver a emparejar a Araújo contra Vinícius en banda y mantener en todo momento a tres zagueros por detrás del balón para responder a las contras blancas con un efectivo más. La presencia de Gavi y Gündogan en la base del cuadrado, por su parte, le proporcionó al Barça mucha seguridad con el balón en los pies en fases tempranas del juego. Los dos centrocampistas azulgranas sabían conservar el control de la posesión, se aliaban para ofrecerle a su compañero una opción de pase siempre activada, y subrayaban una superioridad numérica en el circuito de salida que o bien condenaba al Madrid a no poder recuperar el cuero o bien obligaba a que uno de sus medios saltara a la presión liberando un espacio a su espalda. Durante la primera mitad, esto ocurrió principalmente en el perfil derecho del ataque local, con Gavi atrayendo la atención de Bellingham para que Fermín apareciera en la mediapunta castigando la zona de Toni Kroos.

El duelo del canterano contra el alemán tuvo continuidad también con posesión para el Madrid, obligando al cerebro madridista a iniciar desde muy atrás y provocando un avance visitante en el que sus futbolistas más adelantados casi siempre tenían que recibir de espaldas. También Bellingham, pareja de baile de un Gavi que se apoyó en el rol más posicional de Gündogan por delante de la zaga para plantear una vigilancia prácticamente al hombre sobre el inglés. Para el Barça, lo más positivo de su buena primera mitad fue que la seguridad que tuvo en la construcción de sus ataques y ante los ataques que intentó planteare su rival, fue acompañada por la capacidad de cambiar el ritmo en tres cuartos de campo. Su puesta en escena no fue un mero ejercicio de control. El Barça avanzaba fácil a través de sus tres centrales, hacía valer la superioridad numérica en un medio del campo que Fede Valverde abandonaba para seguir las subidas de Balde por banda, y encontraba a Fermín y Joao Félix a los lados o detrás de los mediocentros del Madrid. La nota más negativa, por su parte, fue que después de generar la ventaja en tres cuartos de campo, en los metros finales casi siempre le faltó algo. A pesar de la utilidad de Cancelo o Ferran, y del buen partido de Joao Félix recibiendo, girando y pausando el juego, cerca de la portería de Kepa no contó con una actuación a la altura de las de Araújo, Gavi o Gündogan. Quizá porque su plantilla no cuente con un delantero al nivel de la categoría que tienen el uruguayo, el andaluz y el alemán en sus respectivos puestos. De eso pareció darse cuenta Ancelotti al descanso, pues modificó el guion del partido incentivando un duelo más abierto y expuesto, fruto del marcador y de las dificultades de su adversario para traducir las ventajas en goles.

Yendo en orden cronológico, en el segundo tiempo el Madrid imprimió un punto más de intensidad a su juego en todas las fases, adelantó las zonas de impacto de Jude Bellingham, y encomendó a futbolistas como Valverde, Rodrygo o Vinícius comportamientos más móviles. Los blancos agitaron más con y sin la pelota, asumiendo el peaje de conceder espacios a su rival a cambio de poder entregárselos, también, a sus futbolistas más determinantes. El cambio lo reforzó más adelante con la entrada al campo de Joselu, Modric y Camavinga, el primero para fijar a los centrales culers de modo que el resto de atacantes madridistas respiraran más libres, el segundo para dirigir los movimientos de una medular instalada ya en campo rival, y el tercero para sumar un nuevo foco creativo con la pelota en el lateral izquierdo. El Barça, que había vivido cómodo atacando, pasó a defenderse, y el Madrid a trasladar su campamento base mucho más cerca de Ter Stegen confiando que, a pesar de los intentos de Cancelo por ganarle la espalda a Camavinga, en el intercambio de golpes sus puños iban a pegar más fuerte. Seguramente por eso decidió Xavi recurrir a Robert Lewandowski, su boxeador más contundente, si bien la entrada del polaco no sólo no discutió el nuevo escenario en el que se adentraba el clásico sino que lo reforzó. No pudo estirar al equipo ni desde el desmarque ni desde la presión. La alternativa que les quedaba a los barcelonistas, la de sacudirse el dominio territorial avanzando alrededor del cuero, la perdió con la entrada de un Oriol Romeu impreciso en los controles y perdedor en el giro y los duelos. El clásico pasó a jugarse más cerca de Ter Stegen que de Kepa, dando alas a un Bellingham que, en este Madrid sin Benzema, ha asumido la responsabilidad de liderar el ataque y el impacto goleador de su equipo. El inglés marcó dos tantos donde, antes, en su mejor tramo del partido, el Barça sólo supo marcar uno. A veces es tan fácil como esto.

– Foto: LLUIS GENE/AFP via Getty Images

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