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1+1=1

A modo de esquema, hay tres formas en las que dos futbolistas pueden relacionarse formando parte del mismo equipo. Pueden hacerlo desde la diferencia, repartiéndose virtudes y defectos de tal manera que los atributos de uno compensen las carencias del otro. Un central rápido en la corrección pero poco dotado con el balón en los pies junto a un defensor menos exuberante a nivel físico pero con un gran trato de la pelota. Un lateral profundo y con peso en la banda junto a un extremo a pierna cambiada con tendencia a recibir al pie y a salir hacia dentro sumándose al mediocampo. Un centrocampista de mucho despliegue sin balón al lado de otro de menos sacrificio y capacidad para abarcar muchos metros. El Barça de Frank Rijkaard, campeón de dos Ligas y una Champions entre 2004 y 2006, tuvo muchas de estas sociedades, algunas tan definitorias del proyecto como las que formaban Márquez y Puyol, Xavi y Deco o Ronaldinho y Samuel Eto’o.

En un mismo equipo, dos futbolistas también pueden relacionarse compartiendo virtudes. Poniendo en valor características comunes para potenciarse el uno al otro. Sirva como ejemplo el Barça de Guardiola y el cuarteto que formaban en él Sergio Busquets, Xavi, Iniesta y Messi. Cuatro futbolistas diferentes pero tallados por un patrón compartido que se retroalimentaban sobre el campo hablando el mismo idioma. No sumaban lo que le faltaba al compañero, sino que potenciaban lo que ambos tenían en común. «Renunció a centímetros y se decidió por jugadores de características similares, con complicidades que convirtieron a España en un equipo indescifrable. Y es que si Iniesta se la entrega a un especialista en destrucción, la pelota no vuelve. Por lo tanto, es mentira que se reparta el juego, no se reparte nada”.

La tercera relación que puede existir entre dos compañeros es la relación a evitar: aquella en la que lo que iguala a los jugadores no son sus virtudes sino sus defectos. Cuando en lugar de complementarse o potenciarse se subrayan las carencias. Es lo que le sucedió hace un tiempo al Barça en las figuras de Leo Messi y Luis Suárez, dos futbolistas que durante años se habían potenciado desde la diferencia, acercando la hiperactividad del uruguayo a los singulares recorridos de El 10, pero que el declive físico del uruguayo terminó por hacer iguales. Suárez dejó de llenar lo que Leo no llenaba, enfatizando así cada vacío. No por nada fue por separado cuando volvieron a ganar, uno al lado de un Marcos Llorente redescubierto por Simeone casi como un segundo delantero especialista en el desmarque al espacio y atacando la profundidad, y el otro encontrando nuevas parejas en velocistas como Jordi Alba, Julián Álvarez o Kylian Mbappé.

Igual que aquel Luis Suárez, Lewandowski también ha cambiado. El polaco, y por extensión su fútbol, no ha sido el mismo en 2023 que en 2022. Su capacidad para imponerse a los centrales en el cuerpo a cuerpo, el desmarque o el regate es menor que antaño y, en consecuencia, la conexión entre su ocupación del área y sus apariciones en la frontal menos equilibrada. Es un poco menos nueve, y un poco más diez. Ha pasado de ser el delantero que fija a los centrales rivales para generar espacios y libertad a sus compañeros, a necesitar separarse de la zaga contraria para encontrar tiempo participando en zonas menos congestionadas. De ser el encargado de empujar hacia atrás la última línea del adversario, a demandar que sean otros los que movilicen la atención de los centrales. De amenazar la espalda de la defensa, a desear el balón en la frontal.

Por eso la relación de necesidad que establece el delantero polaco con sus compañeros de ataque también es diferente. Si hace unos meses se erigió en una pieza orientada a potenciar y compensar un Barça de cuatro centrocampistas reforzando su papel en el área, el Lewandowski actual es un ariete con tendencia a juntarse con ellos y que, por lo tanto, lo que más agradece es compartir ataque con acompañantes que puedan atacar la posición de los centrales. Que los fijen, los giren y los empujen hacía atrás. Que los alejen de la frontal del área.

Las llegadas de Gündogan, Fermín o Pedri desde la segunda línea, o las diagonales de Raphinha o Ferran Torres desde la banda son acciones que hoy conviven de forma más armónica con el ariete culer que el gusto por el balón al pie y la mediapunta de Joao Félix. Y es que, como el actual Lewandowski, el portugués es un delantero que también vive más cómodo desenganchándose de la zaga que arañando ventajas en la lucha cuerpo a cuerpo. Lanzando al compañero antes que siendo lanzado. Relacionándose con el espacio más desde el pase que desde el desmarque. Atacando la espalda de los mediocentros y no la de los centrales. Lewandowski y Joao Félix, tanto en ataque como en defensa, comparten un mismo vacío y una misma necesidad. Ambos esperan de su socio lo mismo que ellos no le pueden dar.

– Foto: David Ramos/Getty Images

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