El otro fútbol
Si hay unas fechas en que se hace evidente la predominancia mediática de una de las caras del fútbol, son las veraniegas. Las de los equipos poderosos, las grandes estrellas y los fichajes estruendosos. Por un lado tenemos la Eurocopa, en la cual se dan cita las mejores selecciones del continente abanderadas por los futbolistas más deseados. Estadios llenos, flujos de aficionados que recorren kilómetros, locura por un autógrafo del jugador de moda, colas para ver un entrenamiento… Por otro lado el verano es época de mercado. El Madrid parece dispuesto a ofrecer por Cristiano Ronaldo 90 millones de euros al United y más de 12 millones por temporada al jugador, el Barça ha desembolsado más de 30 por Alves y sopesa la posibilidad de poner más de 40 sobre la mesa para fichar a Benzema, el Atlético teme que algún club pague los 55 millones de euros de la cláusula del Kun Agüero ya que su sueldo inferior a los tres millones de euros está lejos de su valor real de mercado, el Valencia exige 35 millones para sentarse a hablar con los posibles compradores de Villa…
A años luz de esta realidad existe otro fútbol, más modesto, donde se encuentra parte de la esencia del deporte y la competición. Donde se juega más por la recompensa a todos los sacrificios de la temporada que por el reconocimiento de unos focos esquivos. Recuerdo las palabras de un entrenador vinculado al mundo del deporte no profesional que me explicaba que la clave está en el sacrificio diario. Que cuando un deportista se queda en casa por la noche mientras sus amigos salen de fiesta, o sacrifica una cena con la pareja por asistir a un entrenamiento, cundo estudia para un examen hasta altas horas de la madrugada después de un entrenamiento de horas, o sale a correr a primera hora cada día haga frio, calor o llueva. Que cuando una persona antepone todo a su condición de deportista, y para quien ser amigo, novio, padre o hijo son aspectos que poner en perspectiva, llegado el momento de la competición no puede permitirse no entregarse al cien por cien. No puede permitirse el fracaso porque no existe sensación más dura para un deportista que sentir que el esfuerzo y el sacrificio de toda una temporada no ha servido para nada. Sentir que todo ha valido la pena es lo único que queda cuando no se compite por dinero ni por el reconocimiento.
Este fin de semana equipos como el Málaga, el Sporting, el Rayo, el Alicante o el Huesca, han logrado el ascenso de categoría, pero nos permitiréis que hablemos del Girona, un club y unos jugadores que hoy merecen nuestro homenaje. Se lo merece Raúl Agné, el entrenador, y su cuerpo técnico por coger a un recién ascendido a 2ªB y devolverlo a la categoría de plata, medio siglo más tarde, con una temporada para enmarcar y un playoff de ascenso excelente, en el que la portería gironina se ha mantenido imbatida. El reconocimiento debe ser también para Javi Salamero, el entrenador que logró el ascenso la pasada temporada y que esta, en su primer año como director deportivo, gracias a la coherencia y acierto de sus decisiones ha conformado una plantilla muy compensada en todas sus líneas. Y como no podía ser de otro modo, el homenaje es también para unos jugadores que, pese a sufrir retrasos en los pagos durante toda la temporada, han demostrado una gran profesionalidad, una entrega ejemplar y un respeto a la afición digna de aplauso. El héroe del ascenso por su gol ante el Ceuta, será el defensa Migue, un central reconvertido a lateral izquierdo todo corazón, que lucha y pelea de manera incansable durante los noventa minutos. Pero la gesta del ascenso no hubiese sido posible sin la contribución de todos y cada uno de los jugadores. El Girona es nuevo equipo de Segunda gracias a la seguridad y carisma del portero Rafa Ponzo, a la jerarquía en defensa de Diego Rangel, el liderazgo y ejemplo del capitán Matamala, a la fina zurda de Larios, al carácter y la lucha infatigable de Jito, a la velocidad y astucia de Arnal, a los goles y movimientos ofensivos de Miki Albert…todos y cada uno de los jugadores han sumado para que el Girona de esta temporada haya sido, por encima de todo, un equipo.
Hoy toca celebrarlo. Ya habrá tiempo para planificar la próxima temporada. Será mañana, pasado o la semana que viene cuando tocará sentarse y enfrentarse a la ingrata tarea de decidir qué futbolistas deberán abandonar la plantilla, aunque todos merecerían disfrutar del premio que será poder enfrentarse al Celta, a la Real Sociedad o al Zaragoza de Marcelino. Será el momento de dejar las emociones y los sentimientos a un lado y pensar en el bien de la institución, en poder formar un grupo con capacidad para mantenerse en la categoría y que a la vez sea sostenible a nivel económico, y para ello Javi Salamero, junto al cuerpo técnico, deberán tomar decisiones muy difíciles. Sirva como ejemplo el caso de Albert Serra, quien no creemos que vaya a ser uno de los que abandone el equipo, pero cuyo caso es perfecto para exponer la crudeza de las siguientes semanas. Tras el partido, el jugador nacido y criado en “terres gironines”, con las emociones a flor de piel y cuestionado por sus sentimientos al haber logrado el ascenso, confesaba que lo que más ilusión le causaba, el motivo de que se le llenara el pecho de orgullo era que su hijo le habrá visto jugar en Tercera, pasar por la Segunda B y ahora estrenarse en la Segunda División de nuestro fútbol. Imaginarse teniendo que tomar la decisión de comunicarle al jugador que no se cuenta con él para la siguiente temporada es darse cuenta de lo ingrato que en determinados momentos puede ser el trabajo de director deportivo.
Pero para todo esto ya habrá tiempo, ahora es momento de alegría, fiestas y celebraciones, porque tras un año de sufrimiento, de entrega, de trabajo y de sacrificios, todo ha valido la pena y los jugadores y técnicos disfrutan de la recompensa a su esfuerzo. Porque el fútbol esta vez ha sido justo y el Girona, 49 años después, vuelve a ser de Segunda.