
Jugar de desmemoria
En sus tramos de mayor madurez futbolística, el Barça de Johan Cruyff fue un equipo en el que se integraron con armonía numerosos y productivos intercambios posicionales. Centrocampistas que atacaban como mediapuntas y defendían como centrales, falsos nueves que caían a la zona de uno de los interiores, extremos que tomaban el relevo en el área, interiores que aparecían como sobrevenidos delanteros, o laterales instalados como extremos, adornaban un particular juego de la silla en el que cada posición del 1-3-4-3 estaba ocupada, aunque no siempre por el mismo futbolista. Antes de eso, sin embargo, en los inicios del proyecto, el objetivo del neerlandés había sido otro. Así, el Dream Team sentó las bases desde una colocación mucho más rígida, a partir de la cual asimilar el nuevo sistema del técnico. Un comienzo simplificado en el que cada pieza tenía su lugar, y al que solo cuando los fundamentos fueron firmes Cruyff se permitió añadirle complejidad introduciendo cambios y alternancias: «Este primer año no podíamos correr el riesgo de complicar demasiado las cosas, había que inculcar un sistema de juego por encima de cualquier otra cosa. Esto ha conducido a actuaciones algunas veces demasiado estáticas por parte de los jugadores, pero era algo inevitable si queríamos que las posiciones y el movimiento del balón se convirtieran en acciones casi mecánicas para todos. Es ahora, en el segundo año, cuando vamos a introducir elementos nuevos. El principal será la movilidad de todos los jugadores en sus posiciones, tendrán libertad para escapar a sus marcajes cambiando de sitio sobre el campo, siempre y cuando haya alguien que ocupe ese espacio vacío“.
Es evidente que el Barça de Koeman no es en este momento un conjunto estable tácticamente. Sus bases son todavía difusas, y el día a día de la competición amenaza con romperlas con más frecuencia de lo que cabría desear. Por eso, la por momentos alocada movilidad de sus jugadores ante el Granada produjo el efecto contrario al que probablemente buscara. No sirvió para desordenar al rival sino para borrar el orden de los azulgranas. Volviendo a la metáfora del juego de la silla, lo que les ocurrió anoche a los culés fue que cada vez que se detuvo la música nadie tenía una silla a mano en la que sentarse, aunque todas estuvieran vacías. Obligado por el tempranero gol visitante, el desempeño del Barça fue acelerado, desorganizado y con tendencia a repartir sobre el campo a sus jugadores de tal manera que en determinadas zonas hubiera hombres de más y en otras hombres de menos. En consecuencia, las posibilidades de hacer avanzar el cuero en ventaja, de recibir cómodamente el balón o de tejer sociedades fructíferas alrededor de la pelota prácticamente desaparecieron, situación que encarnó a la perfección un mediocampo al que su desatinado posicionamiento hacía fácil desconectarlo del juego. De hecho, el culé con más intención y sentido en la administración durante el duelo no fue un centrocampista sino Eric García, quien aprovechó los espacios que le brindaba su naturaleza de central para asumir la dirección del juego.
La dificultad a la hora de construir cadenas de pase por dentro, sin embargo, llevó al Barça a movilizar sus ataques por fuera casi de manera exclusiva. Con los extremos encerrados por dentro, las orillas fueron cosa de ambos laterales, alimentados directamente por los pases de los defensas. No en vano, el futbolista más protagonista en el juego ofensivo blaugrana fue Sergiño Dest, disfrazado de extremo y con un encargo de enorme complejidad. Al estadounidense le tocó atacar contra una defensa que no había tenido que moverse al son de la posesión culé, con pocas soluciones de descarga a su alrededor y encasillado a un desborde individual que dada su condición de diestro lo llevaba a salir más por fuera que por dentro. En este sentido, el ex del Ajax agradeció el cambio de banda del segundo tiempo, pues a pierna cambiada tanto su salida tras regate como su rango de pase ganaron amplitud. Desde cualquiera de las dos orillas Dest fue la cara visible del camino elegido por los locales para llegar al área rival: el centro al área. Secundado por Mingueza en la segunda mitad, el envío aéreo desde el costado se convirtió en el leitmotiv de los ataques del Barça, buscando el remate de Luuk de Jong o de unos Araújo y Piqué vestidos de nueve para la ocasión. Con la personalidad, el ímpetu y el atronador juego aéreo del uruguayo por bandera, transformado en la inesperada estrella ofensiva del equipo.
Un circuito que levantaba puentes entre la banda y el interior del área, y del que quedaron fuera futbolistas menos aptos para ese tipo de acción como Memphis o Frenkie de Jong. A ellos tampoco llegó la jugada en segunda instancia, pues los hombres de Koeman no pudieron hacer valer el efecto desestabilizador que acostumbran a tener los rechaces en la frontal, debido a que por lo general eran los medios del Granada quienes recogían los despejes de los centrales. En este sentido, la idea de juego culé más que potenciar las virtudes de sus protagonistas las adaptó. Las puso al servicio de un tipo de solución en la que es difícil que pueda verse la mejor versión de la plantilla del Barça. ‘Es lo que hay‘ puede significar aceptar la realidad de una plantilla castigada y conjurarse para exprimir sus posibilidades en base a una idea de juego que las potencie. Darle el mejor contexto a Araújo, Pedri, Memphis, Ansu o De Jong para no desperdiciar ni un gramo de su fútbol. Sacar el máximo de lo que se tiene, porque lo que se tiene es menos de lo que tienen otros. ‘Es lo que hay‘, no obstante, también puede significar que no merece la pena intentarlo. Que la recompensa por hacerlo será igualmente insuficiente. Perder la fe en su potencial y en el potencial de su crecimiento. Renunciar a que lo que te dan hoy sea menos de lo que te puedan dar mañana.
– Foto: Joan Valls | Urban ands port