
A cambio de nada
Durante años, a las órdenes de Zinedine Zidane, el Real Madrid fue un equipo diseñado para no perder. Para lucir una estructura, encarnada por el triángulo que formaban Casemiro, Modric y Kroos, que le permitiera no descomponerse con facilidad. Un equipo tácticamente estable, que evitaba a toda costa romperse en ataque para no comprometer su solidez atrás. Podía hacerlo, pues el control de su mediocampo, la pólvora de su delantera, la profundidad de su banquillo y la autoridad de su balón parado le brindaban un amplio abanico de soluciones para terminar decantando la balanza a su favor. De entrada no perder, sabiendo que pocos disfrutaban de más recursos para terminar ganando. Sin embargo, el adiós de Cristiano Ronaldo, la caída de Gareth Bale, el escaso rendimiento de Hazard y los estragos del tiempo en algunas piezas de su columna vertebral recientemente habían minado la capacidad del conjunto blanco de vencer sin arriesgar. Sólo Karim Benzema, en una soledad en ocasiones insuficiente, era capaz de sostener el plan. En un Real Madrid diseñado para no perder, ganar pasaba a ser menos accesible.
Consciente de ello, los primeros meses de Carlo Ancelotti en su regreso al Bernabéu parecen perseguir una refundación del equipo a partir de parámetros distintos. Un Madrid más frenético y más expuesto, que asume el riesgo de comprometer su solidez sin la pelota a cambio de conseguir un nuevo plan ofensivo más alegre, abierto y acelerado. Un Madrid con menos estructura defensiva pero con más ritmo y variedad en ataque. Un Madrid con dificultades cuando no tiene la pelota, al que le cuesta ordenarse en la presión, ser sólido en el repliegue y fiable a la hora de esquivar el error individual atrás, pero que paga el peaje a cambio de potenciar su nueva personalidad atacante. La que, en ausencia de Kroos, han personificado jugadores como Vinícius o Camavinga.
Este domingo, contra el Espanyol, el Madrid cambió en ataque. Alteró tanto su posicionamiento como su ritmo. A propósito de lo primero, partió de un muy particular 1-4-4-2 en el que Valverde, Modric, Kroos y Camavinga se repartían de derecha a izquierda la medular, en el que Alaba, desde el lateral, tendía a incorporarse por el interior, y en el que Vinícius mantenía su posición abierta en banda a la izquierda de Benzema. Mientras duró esta disposición, a la mayoría de jugadores madridistas les costó encontrar su lugar. Valverde tropezó con el costado, Camavinga se solapó con Vinícius, Benzema extrañó compañeros cerca del área y sin más apariciones entre líneas que las de Karim o Alaba, Modric y Kroos apenas generaron juego. Y es que, además, el ritmo con el que en anteriores partidos tiñó su ataque el cuadro merengue en esta ocasión no hizo acto de presencia. Resultó un Madrid pastoso con balón que mantuvo sus dificultades en defensa. Un Madrid con poca producción ofensiva, y con problemas conocidos sin el esférico.
Poco efectivo en una presión que con Darder escondiendo el balón y Melendo ofreciéndose entre líneas el Espanyol pudo esquivar con comodidad, desordenado en el repliegue ante los recorridos de Aleix Vidal, Embarba y Raúl de Tomás, y con su zaga al completo tendiendo al fallo individual en las inmediaciones de Courtois. Sin poder alejar del belga al equipo de Moreno, sin muralla que les impidiera acceder al área, ni alguien que impusiera su autoridad en ella como sí hizo Leandro Cabrera en la del Espanyol. Sin canjear su vulnerabilidad atrás por más opciones en ataque. Sin que exponerse le sirviera para rodear mejor a Benzema.
– Foto: David Ramos/Getty Images