
Separar el grano de la paja
En la temporada 2010-11 Barça y Real Madrid protagonizaron un cuádruple enfrentamiento que, por justicia, debería pasar a la historia de este deporte. Los que entonces probablemente eran los dos mejores equipos, los dos mejores jugadores y los dos mejores entrenadores del mundo se vieron las caras cuatro veces en apenas quince días y en tres competiciones distintas. Más allá de la emoción propia de este tipo de duelos y de la tensión acumulada en un período tan corto de tiempo, una de las cuestiones que hizo tan especial aquel suceso fue la posibilidad de ver a dos colosos alimentando su crecimiento desde el enfrentamiento directo. Evolucionando a partir de la última prueba. Midiendo debilidades, testando fortalezas e ideando nuevas soluciones para confrontar el planteamiento puesto en liza por el rival. Utilizando la batalla contra el adversario más duro como vara de medir y, al mismo tiempo, como plataforma para crecer. La prueba del algodón. La forma de interrogar a cada una de las certezas competitivas con las que llegaban a la cita.
Después de un verano diseñado para acortar los tiempos de la recuperación y reverdecer épocas más felices, la visita del Barça a Múnich tenía ayer un significado parecido. La oportunidad de medir contra una de las grandes referencias futbolísticas del continente aquello que se está construyendo. De compararse con el nivel al que se quiere regresar. De calibrar lo que se tiene y lo que todavía falta, a partir de una referencia en consonancia al objetivo final. De saber qué sirve y qué no sirve en la máxima exigencia de la Champions League. En este sentido, los primeros 45 minutos parecieron certificar el regreso del Barça a la Champions League. El equipo de Xavi se mostró en una de las plazas más duras del continente de acuerdo a los requisitos que se exigen en Europa. A nivel de calidad individual, planteamiento, intensidad y ritmo de juego fue un conjunto homologable a los estándares de la competición, y lució como lucirán tantos otros que esta temporada visitarán el Allianz Arena. Después de años sin competir en este tipo de escenarios, disputó un primer tiempo de Champions League.
Ciertamente su puesta en escena durante el primer acto no fue extraordinaria, pero sí positiva a tenor de los antecedentes. Con balón acertó a detectar la libertad de Koundé desde el lateral como solución para el avance (Imagen arriba a la izquierda), le imprimió ritmo al ataque apoyándose en un Pedri muy participativo y presente en la base de la jugada (Imagen arriba a la derecha), y puso a sus delanteros en disposición de agredir a los zagueros locales. La vía más clara que encontró para generar peligro, sin embargo, fue el robo adelantado, especialmente en los pies de un doble pivote alemán que en este tramo sufrió ante el desempeño en campo contrario de Gavi y Busquets. Ni Dembélé, ni Lewandowski, ni Raphinha lograron imponerse a sus respectivos pares, si bien mientras el brasileño se mantuvo en la banda derecha sí logró el Barça más armonía en el juego para llegar hasta el polaco. Ni él ni Dembélé, cuando el galo cambió de banda a la media hora de partido, consiguieron doblegar de forma continuada a Alphonso Davies, pero mientras Ousmane tendió a encerrarse y a perder opciones, el brasileño tuvo la posibilidad de dar continuidad a la jugada buscando salidas y apoyos interiores.
No obstante, sin lugar a dudas la nota más positiva de la primera parte culer, y aquella que puede considerar como certeza tras el examen, fue la capacidad individual de sus defensas en los duelos. Durante 45 minutos, ni Koundé, ni Araújo, ni Christensen fueron regateados por los delanteros del Bayern, lo cual no solo mantuvo protegida la portería visitante, sino que también sostuvo su sistema de presión adelantada. El planteamiento de Xavi cuando el Bayern debía iniciar el juego desde atrás consistió en emparejar a Gavi y Lewandowski con los dos centrales bávaros, y a Pedri y Busquets con su doble pivote (Imagen arriba la izquierda), lo que una y otra vez situaba al mediocampo del Barça muy cerca del área contraria y muy lejos de la zaga. Detrás de la presión barcelonista, pues, constantemente se dibujaba un cuatro contra cuatro a la espalda de Busquets que los hombres de Nagelsmann no dudaron en buscar a través de envíos largos (Imagen arriba a la derecha). Pases que llevaran el balón a la zona de Müller, Mané, Musiala y Sané para que los cuatro atacantes se retaran contra Koundé, Araújo, Christensen y un Marcos que, a pesar de competir bien el reto, fue el único que por momentos dio el brazo a torcer. Que los duelos entre los delanteros del Bayern y los defensas del Barça tuvieran un carácter tan individual no lo marcó solamente el emparejamiento numérico, sino también el sentido de las persecuciones. No fue extraño, por ejemplo, ver a Araújo o Christensen salir hasta el mediocampo siguiendo a Musiala, o al uruguayo intercambiar la posición con Koundé dependiendo de los movimientos de Müller y Mané (Imagen abajo a la izquierda).
Pero después de un primer tiempo competido, en el segundo acto ocurrieron cuatro cosas que revolucionaron el partido en la dirección opuesta a los intereses del Barça. En primer lugar la entrada de Goretzka atajó los problemas que estaba teniendo el acompañante de Kimmich y añadió una amenaza más para agredir una espalda del mediocampo que ya durante el primer tiempo había aprovechado Musiala (Imagen arriba a la derecha). En segundo lugar, el Barça giró el juego hacia Dembélé, que a diferencia de lo que ocurre cuando el balón le llega después de haber pasado por escalas previas, como origen de la jugada tendió a comprometer más de lo debido la estabilidad del equipo. Forzando la jugada desde atrás y en zonas centradas, sin dar tiempo al equipo a juntarse alrededor de la pelota y exponiéndolo, por lo tanto, al desorden a la hora de contener la respuesta del Bayern.
En tercer lugar, también los locales matizaron su plan de ataque, dejando de buscar de forma directa en duelo de los delanteros con los defensas del Barça para buscar con más intención la mediapunta. Llevando el cuero hacia la banda derecha para introducirlo, desde ahí, a la espalda del mediocentro visitante, como un movimiento previo para mover a la zaga y hacer que sus ataques fueran menos dependiente de los duelos (Imagen arriba). Goretzka entrando desde atrás, Müller bajando desde la punta, Sané tirando la diagonal o Musiala separándose de Busquets golpearon con insistencia la zona más vulnerable de la estructura azulgrana. La cuarta cosa que pasó es que el Barça recibió un gol, y como consecuencia de ello atravesó minutos de desorientación, sobrerreaccionó al revés y, por momentos, se fue del partido. No volvió del todo, si bien la herida sangró menos de lo que podría haber sido. En las duras no compitió como en las maduras.
– Foto: KERSTIN JOENSSON/AFP via Getty Images