
Nadie inventa
El último Barça al que entrenó Johan Cruyff fue un equipo tan marcado por la irrupción de una camada de jóvenes futbolistas bautizada como La Quinta del Mini, como por el hecho de que los cracks extranjeros a los que se encomendó el neerlandés para ocupar el espacio que antaño habían ocupado Koeman, Laudrup, Stoichkov o Romario no consiguieron marcar las diferencias en la medida que se esperaba de ellos. En un fútbol previo a la sentencia Bosman, cuando en la Liga española las plantillas únicamente podían tener cinco foráneos y sólo tres de ellos coincidir en un mismo once, a las estrellas llegadas de fuera se les exigía proporcionar al equipo un salto de nivel que Popescu, Figo, Kodro, Hagi y Prosinecki no consiguieron dar ese curso. Para Cruyff, el error a propósito de alguna de aquellas incorporaciones no estuvo ligado al nivel del jugador, sino a su carácter. A su capacidad para gestionar la presión y dar un paso al frente en momentos de dificultad. De levantar la mano cuando el resto agacha la cabeza.
En las dos últimas jornadas, al Barça de Xavi también le ha faltado este tipo de futbolista. Ante Girona y Getafe, dos empates a cero que se explican tanto por la seguridad atrás que vienen firmando los culers en el campeonato doméstico desde el inicio de temporada, como por lo romo de su ataque. Contra los de Quique Sánchez Flores lo buscó el de Terrassa con un doble lateral en banda izquierda que, sin embargo, con el balón en juego dibujó a Alejandro Balde como el extremo izquierdo con más desequilibrio de cuantos tenía el técnico entre sus opciones y a Jordi Alba apareciendo por dentro como una especie de laterior que juntándose a Busquets y al laterior del lado contrario permitiera que tanto Gavi como Kessié pudieran adelantar su posición e igualar, junto a Lewandowski y los extremos, la batalla ante la línea de cinco local. El reparto posicional azulgrana fue claro, con Araújo y Koundé encargados de los primeros pases, un segundo escalón estrecho conformado por Busquets, Alba y Sergi Roberto, y una línea de ataque ancha e integrada por hasta cinco efectivos que, sin embargo, demasiado a menudo dejaba desierta la frontal del área.
En la zona donde suelen calentarse los ataques, al Barça le faltó brújula y guía. Futbolistas que, frente a un plan colectivo encasquillado en la ejecución, se revelaran individualmente para crear nuevos escenarios alternativos a la pizarra. Al tiempo que Gavi y Kessié se vinculaban más con el espacio que con el balón, que Jordi Alba, Busquets o Koundé erraban pases tratando de hacer progresar el cuero, o que Lewandowski se desnaturalizaba fuera del área tratando de ejercer un papel que no le correspondía, más grande y oscura se hacía la sombra de las ausencias. De Pedri y Frenkie de Jong, los dos futbolistas de la medular blaugrana con mayor capacidad para romper líneas en conducción cuando el pase no aparece, o de la imprevisibilidad con la que Ousmane Dembélé sacude a ambos equipos desde la banda. Jugadores a los que entregar la pelota cuando ésta no tiene claro a donde ir. No para que ellos encuentren el camino, sino para que lo creen. Para que no ejecuten la jugada, sino para que se la inventen.
– Foto: OSCAR DEL POZO/AFP via Getty Images