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Los límites de un cuadrado

Los límites de un cuadrado

Si hay una estructura táctica que por el momento define la carrera como entrenador de Xavi Hernández, ésta es el cuadrado. Una fórmula para la línea de medios del equipo que consiste en repartir a cuatro futbolistas en dos alturas formando sendas parejas paralelas entre ellas. Dos centrocampistas se ubican abajo, en la base de la jugada, casi como un doble mediocentro, mientras otros dos se sitúan arriba, en tres cuartos de campo, casi como una doble mediapunta. Xavi, que ya utilizó el cuadrado en Catar, en Barcelona le ha sido fiel tanto cuando ha juntado en el once a cuatro mediocampistas como cuando ha utilizado sólo a tres para dar entrada a un tercer delantero. Cuando ha ocurrido esto último, el cuadrado se ha dibujado igualmente, por lo general centrando la posición de uno de los extremos hasta vestirlo de mediapunta, o utilizando puntualmente para el papel de cuarto centrocampista a un zaguero.

En el actual universo táctico del fútbol europeo, dar forma a un centro del campo con estructura de cuadrado no es una receta impopular, pues son varios los conjuntos que, utilizando roles mixtos en algunas de las posiciones de atacantes o defensas, tienden a ello. Sin embargo, el que dibuja el Barça tiene una particularidad: en su parte más alta, la que integran unos mediapuntas en otro tiempo reconocidos como interiores, sus dos centrocampistas más adelantados asumen una posición muy fija a la espalda de los mediocentros rivales. La intención, sobre el papel, parece clara: o bien sujetar a los pivotes contrarios para que la base del cuadrado culer pueda jugar a placer, o bien que si la base del cuadrado atrae la atención de los mediocentros rivales y los obligua a abandonar su posición de partida, su espalda sea una zona descubierta en la que los mediapuntas del Barça puedan recibir libres y en disposición de atacar a la defensa.

Pero esto no es lo que está ocurriendo. Como sucediera el martes ante el Shakhtar Donetsk, cada vez son más los equipos que buscan contrarrestar al cuadrado barcelonista situando una línea más entre sus dos alturas, retrasando a los puntas hasta el nivel de los mediocentros azulgranas. Atendiendo al párrafo anterior, las consecuencias de esta respuesta son las esperadas: ni la primera altura del cuadrado puede jugar a placer porque sobre ella trabaja la primera línea de presión del adversario, ni la segunda altura del cuadrado puede recibir a la espalda de los mediocentros porque estos ya no tienen la necesidad de abandonar su espacio. Entre Oriol Romeu y Gavi, o entre Gündogan y Joao Félix (ayer Ferran Torres), hay muchos metros y hasta dos líneas rivales.

Se trata de una situación acentuada durante las últimas semanas por la ausencia de Frenkie de Jong, un futbolista que a través de sus conducciones venía siendo capaz de romper la primera línea de presión rival sin necesitar a un compañero próximo. El neerlandés pasaba de la base de la jugada a una altura intermedia, situada entre las dos líneas tanto del mediocampo del Barça como del mediocampo del adversario, como una suerte de puente que conectara ambos extremos del cuadrado. Frenkie era un peldaño más en la escalera que hacía más corto el salto y permitía a los culers situar referencias a la espalda de cada línea rival. En ausencia del tulipán, y a la espera de que Pedri pueda juntar las piezas en este caso desde la altura superior del cuadrado, rota la posibilidad de poder conectar por dentro, la alternativa del equipo de Xavi mira hacia los costados.

Es la que activó en muchos momentos del curso pasado para impulsar a Dembélé, sujetando por dentro a los mediocentros contrarios desde la posición o los desmarques de los mediapuntas, aclarando así el pase desde la base de la jugada hacia el extremo que encontrara al galo con espacios y en disposición de encarar en el uno contra uno. Aquel era un Barça que, a diferencia de otros, no clavaba la posición de sus hombres de banda para generarle espacio a los centrocampistas, sino que fijaba a éstos últimos por dentro para que la recepción cómoda estuviera fuera. Un Barça “de extremos” que, hasta que Lamine no diga lo contrario, hoy no posee en las alas futbolistas con la capacidad de desborde individual para transformar los aclarados en ventaja con la regularidad suficiente. Un Barça que se ahoga por dentro para poder encontrar aire en la orilla, pero que respirando sólo por fuera no logra llenar los pulmones. Un Barça que recurre al cuadrado como hacen muchos otros, pero al que no le funciona como a los demás.

– Foto: Stuart Franklin/Getty Images

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