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Primero fue la técnica

Primero fue la técnica

La gran singularidad del fútbol es que se juega con los pies. De esta dificultad inicial, parte todo lo demás. Se trata de trasladar el balón por el campo con el objetivo de introducirlo en la portería rival, pero con la condición de que para este traslado no se puedan utilizar las manos. Se tiene que hacer con otras partes del cuerpo que permiten un control mucho más limitado. Es fácil reparar en el calado de este requisito si uno imagina que un determinado jugador, en mitad del partido, de repente pudiera detenerse, coger la pelota con las manos y moverse por el terreno de juego sin contravención. Arrebatarle o que perdiera el balón seria prácticamente imposible, y sin tener que preocuparse de cómo hacerlo para conservarlo, podría invertir toda su energía en obtener la máxima información posible de cuanto le rodea. En saberlo todo sobre la situación tanto de su equipo como del rival, para poder tomar cada vez la mejor decisión a propósito del juego.

En cierta manera es lo que le ocurre a Lamine Yamal, el último tesoro descubierto por el Barça en La Masia. Su capacidad técnica y control sobre el esférico es de elegido, lo cual le confiere la ventaja de poder jugar sin preocuparse de sus botas. Lamine domina el balón con los pies como quien lo sostiene entre las manos, poder que el canterano utiliza para ver y comprender el partido. Con la cabeza levantada y la tranquilidad de quien sabe que el cuero está a buen recaudo, absorbe información y la destila para tomar la mejor decisión. Yamal juega y hace jugar. El resultado es una mezcla nada habitual en un futbolista de su edad, que conjuga la amenaza individual de un encarador, de un futbolista que busca retar en el mano a mano a su marca, con una interpretación coral del juego. Lamine es solista, pero a la vez también director.

En las primeras jornadas de Liga ha heredado el espacio de Ousmane Dembélé como principal generador en el ataque del Barça, y el reto no le está quedando grande. El domingo dio su primera asistencia, estrelló dos balones al palo y se erigió desde la banda como el principal foco de peligro y desequilibrio de un Barça que, superado durante muchos minutos, necesitaba quien lo rescatara. El problema de los visitantes no fue tanto con el balón, donde De Jong en campo propio, Gündogan y Gavi en campo rival, y Lamine en los últimos metros dieron cierta agilidad y fluidez a la ofensiva, sino cuando la pelota pasaba a manos del Villarreal. En resumidas cuentas, los de Quique Setién cerraban la posición de Baena para dejar el carril libre a Pedraza desde el lateral, y el Barça no tuvo antídoto para el mecanismo (Imagen abajo a la izquierda). Adolecieron los culers de tres problemas: uno individual, uno numérico y uno táctico.

El individual tuvo que ver con la fragilidad defensiva de Sergi Roberto, posición sobre la que terminaba golpeando la estrategia del submarino amarillo. El catalán, sin el físico que antaño le permitió sobreponerse a sus lagunas defensivas en el lateral derecho, fue una puerta permanentemente abierta, tanto para las diagonales de Baena como para las llegadas de Pedraza. El problema numérico, por su parte, se basó en que la presión del Barça no fue una presión hombre a hombre que igualara cada disputa, sino que optó por guardarse un efectivo extra atrás a cambio de concederle al rival un jugador libre. El Villarreal lo encontró cada vez, y lo utilizó para cimentar su avance. Sin balón los azulgranas se organizaban en un 1-4-2-3-1, con una línea de tres por detrás del punta formada de izquierda a derecha por Gavi, Gündogan y Lamine, en la que el alemán trabajaba sobre Dani Parejo y en la que los dos canteranos debían alternar entre el lateral de su lado y el central que quedaba libre. Así, apoyándose en el guardameta Jörgensen y explotando el cambio de juego de Gabbia hacia Pedraza cuando Lamine saltaba sobre Jorge Cuenca, los locales edificaron su primera y determinante ventaja (Imagen arriba a la derecha).

Finalmente, el problema táctico fue que como los dos mediocentros del Barça (Romeu y De Jong) se emparejaban con los dos interiores castellonenses (Terrats y Capoue), los azulgranas no tenían a ningún jugador que pudiera defender la mediapunta cuando Baena se desplazaba hacia el centro convirtiendo el triángulo del mediocampo rival en un rombo (Imagen abajo a la izquierda). La suma de todo esto provocó que, incluso cuando tras el 0-1 Óscar Hernández ajustó los comportamientos sin balón de Sergi Roberto y Oriol Romeu para que el primer saltara sobre Pedraza y el segundo fijara su posición atrás para seguir a Baena (Imagen abajo a la derecha), la herida siguiera abierta. La salida del Villarreal seguía teniendo un hombre más que la presión del Barça, y aprovechaba la situación para encontrar por dentro a Parejo o a Terrats, atraer a Oriol Romeu y volver a empezar la historia. De cara al segundo tiempo, los visitantes arriesgaron más con la posición de Koundé, utilizando al central para ajustar tanto por dentro como en banda, pero lo que definitivamente hizo respirar a los de Xavi fue el cansancio y la consecuente salida del campo de Terrats y Baena, ya que ni Denis dividió atenciones con la misma eficacia ni Morales buscó la mediapunta con la misma intención.

Cuando esto ocurrió, el Barça ya jugaba con tres delanteros después de la entrada de Ferran Torres al campo, un cambio que no alteró significativamente el dibujo, pero sí los perfiles de cada posición. Los culers mantuvieron la estructura en cuadrado para el centro del campo, pero con la movilidad de Ferran Torres en la mediapunta y el dinamismo con balón de Gavi en la base de la jugada. El canterano aumentó el ritmo de la circulación, se mostró más incisivo que Romeu a la hora de filtrar pases hacia adelante, y se descolgó en ataque sumando un hombre más por delante del balón. De esta forma ganó peso el juego interior del Barça, atacó a canasta y le aclaró los triples a Lamine. El extremo que controla el balón con los pies como si lo llevara en las manos.

– Foto: JAVIER SORIANO/AFP via Getty Images

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