Messi era el día D. El definitivo inicio de la temporada culé, después de que, en su ausencia, el equipo ensayara con un plan cuya formulación más estricta aparentemente resulta incompatible con la versión más autónoma del argentino. El Barça de los interiores adelantados y los extremos abiertos, salvo acoplamiento del 10 en el centro del ataque, tenía fecha de caducidad y tres posibles respuestas una vez se produjera la deseada vuelta de su estrella. La más improbable, prácticamente imposible, pasaba por reducir a Messi en pos de ajustarlo al planteamiento desarrollado en el tiempo que Leo no ha estado disponible; mientras que la alternativa más simple invitaba a desandar lo andado y empezar de nuevo el curso a nivel táctico. Dejar atrás lo tanteado estas semanas. En su reciente partido ante el Villarreal, sin embargo, después de dos apariciones de Messi desde el banquillo condicionadas por la propia situación de los encuentros, para la primera titularidad del argentino esta temporada Ernesto Valverde optó por una tercera solución. Sobre el papel, la más compleja. No sometió a Leo a la idea de juego probada hasta ahora, pero tampoco la desechó, sino que intentó un ejercicio de mezcla. Un equipo hecho de dos equipos.
Aunque menos transcendente, de hecho también en el perfil zurdo del ataque la relación del extremo con la amplitud del ataque penduló, de modo que cuando Griezmann acudiera a zonas interiores su papel por fuera lo recogiera Junior Firpo. Necesario para incrementar la precisión técnica en el carril central de Luis Suárez, el juego del francés dibujó constantes movimientos diagonales desde la banda, en su caso subrayados por su relevancia defensiva en el repliegue. Una de las primeras consecuencias de la nueva coincidencia de Messi y Suárez en el equipo, y aquella que menos ha suavizado El Txingurri, tiene que ver precisamente con al desempeño sin balón. Si a lo largo de las primeras jornadas de Liga el Barça se había organizado defensivamente con una segunda línea de cinco futbolistas por delante de la zaga, ante el Villarreal los culés regresaron al retorno en 1-4-4-2 de la temporada pasada. Se trata de una solución más problemática a la hora presionar la salida del contrario, tanto por el papel que en ella desarrollan los dos hombres más adelantados como por el hecho de que, con un efectivo menos incrustado en la línea, para el mediocampo es más difícil alcanzar todos los espacios. Quizá por ello, porque si acude fuera concede espacios por dentro y si se cierra dentro abre las alas al avance rival, en ventaja buscaran los locales el refugio de la zaga. Con el objetivo de reducir la distancia que separa a los centrales de un mediocampo compuesto, en su totalidad, por futbolistas más tendentes al achique que a la contención posicional, y en cuya espalda recientemente habían tomado aire Rodrigo Moreno y Marco Reus.
– Foto: LLUIS GENE/AFP/Getty Images

