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Con Messi por primera vez

Con Messi por primera vez

Messi era el día D. El definitivo inicio de la temporada culé, después de que, en su ausencia, el equipo ensayara con un plan cuya formulación más estricta aparentemente resulta incompatible con la versión más autónoma del argentino. El Barça de los interiores adelantados y los extremos abiertos, salvo acoplamiento del 10 en el centro del ataque, tenía fecha de caducidad y tres posibles respuestas una vez se produjera la deseada vuelta de su estrella. La más improbable, prácticamente imposible, pasaba por reducir a Messi en pos de ajustarlo al planteamiento desarrollado en el tiempo que Leo no ha estado disponible; mientras que la alternativa más simple invitaba a desandar lo andado y empezar de nuevo el curso a nivel táctico. Dejar atrás lo tanteado estas semanas. En su reciente partido ante el Villarreal, sin embargo, después de dos apariciones de Messi desde el banquillo condicionadas por la propia situación de los encuentros, para la primera titularidad del argentino esta temporada Ernesto Valverde optó por una tercera solución. Sobre el papel, la más compleja. No sometió a Leo a la idea de juego probada hasta ahora, pero tampoco la desechó, sino que intentó un ejercicio de mezcla. Un equipo hecho de dos equipos.

Así pues, en el Camp Nou el Barça nuevamente de Messi no sólo no renunció, de entrada, al juego adelantado de sus dos interiores -algo significativo al integrarse Arthur Melo en uno de ellos-, sino que en determinados momentos del juego mantuvo el carácter exterior de su pareja de extremos. Principalmente cuando el equipo iniciaba juego desde atrás, y sobre todo hasta que Leo notó molestias físicas, el 10 frecuentó más la cal de lo que ha sido habitual otras temporadas. Entendiendo que las recepciones entre líneas, esta vez, correspondían a los dos centrocampistas más profundos, tanto el argentino como Griezmann por momentos estiraron la lona que marca tanto los limites que del ataque del Barça como la extensión que está obligado a defender el rival. Dada la naturaleza libre de varias de sus piezas, no obstante, esta ejecución más canónica debía convivir, a su vez, con ciertos «permisos», esencialmente los concedidos a Arthur para sumarse a la salida de balón sobre el mismo paralelo que Busquets, y a Messi. Los matices sobre la demarcación del 10, en realidad, fueron la puerta por la que se comunicaron los dos Barças, a través de los intercambios posicionales entre Leo y Sergi Roberto en el perfil derecho barcelonista (Imagen de la derecha). Inicialmente más centrado el catalán y externo el argentino, en ocasiones en fases de avance, y prácticamente siempre con el equipo establecido en campo contrario, interior y extremo permutaban coordenadas en el eje horizontal de modo que el primero fuera quien abriera la banda pudiendo el segundo moverse por el carril central.

Aunque menos transcendente, de hecho también en el perfil zurdo del ataque la relación del extremo con la amplitud del ataque penduló, de modo que cuando Griezmann acudiera a zonas interiores su papel por fuera lo recogiera Junior Firpo. Necesario para incrementar la precisión técnica en el carril central de Luis Suárez, el juego del francés dibujó constantes movimientos diagonales desde la banda, en su caso subrayados por su relevancia defensiva en el repliegue. Una de las primeras consecuencias de la nueva coincidencia de Messi y Suárez en el equipo, y aquella que menos ha suavizado El Txingurri, tiene que ver precisamente con al desempeño sin balón. Si a lo largo de las primeras jornadas de Liga el Barça se había organizado defensivamente con una segunda línea de cinco futbolistas por delante de la zaga, ante el Villarreal los culés regresaron al retorno en 1-4-4-2 de la temporada pasada. Se trata de una solución más problemática a la hora presionar la salida del contrario, tanto por el papel que en ella desarrollan los dos hombres más adelantados como por el hecho de que, con un efectivo menos incrustado en la línea, para el mediocampo es más difícil alcanzar todos los espacios. Quizá por ello, porque si acude fuera concede espacios por dentro y si se cierra dentro abre las alas al avance rival, en ventaja buscaran los locales el refugio de la zaga. Con el objetivo de reducir la distancia que separa a los centrales de un mediocampo compuesto, en su totalidad, por futbolistas más tendentes al achique que a la contención posicional, y en cuya espalda recientemente habían tomado aire Rodrigo Moreno y Marco Reus.

En este sentido, los cambios devolvieron al equipo la apariencia de las últimas semanas. Primero con la entrada de un Dembélé que jugó más escorado que otras veces (Imagen de la izquierda), recompuso el tránsito hacia el 1-4-5-1 sin balón y descargó al interior derecho de la ocupación del extremo. Después con el ingreso de De Jong para, con Ousmane ocupando el costado, dar altura al bloque desde el interior, a través de la circulación y la presión. Y finalmente con la aparición de Ansu Fati para acercar los pies de Griezmann a los de Frenkie y Arthur, e incrementar la profundidad, la verticalidad y la amenaza de los ataques barcelonistas. Para estirar por fuera, empujar hacia atrás al rival y sumar energía, desequilibrio y osadía en los últimos metros. Para atreverse a intentarlo y para que los intentos le salieran bien. Para que, con inusitada naturalidad, su fútbol le ofrezca al Barça muchas de las virtudes que, en la medida que el conjunto culé todavía no tenga un funcionamiento suave, pueden allanarle el camino. A día de hoy, el canterano es la aportación de simplicidad con la que el equipo atenúa los complejos retos tácticos que enfrenta.

– Foto: LLUIS GENE/AFP/Getty Images

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