
Si no hay delanteros…
El pasado domingo se cumplieron veintisiete años de la última gran actuación del Barça de Johan Cruyff en Europa. Fue en Múnich, en un empate a dos contra el Bayern de Otto Rehhagel marcado por la extensísima lista de bajas en defensa con la que los azulgranas viajaron a Alemania. Como el único zaguero barcelonista disponible era un Albert Ferrer con molestias, el técnico tuvo que completar la zaga con dos centrocampistas (Guardiola y Popescu), cuenta la leyenda que después de pedir voluntarios en el vestuario, pudiendo adornara la previa con una sentencia marca de la casa: “Si no hay defensas, no puedes salir a defender”. Esta fue la intención con la que saltaron al Olímpico los culers, consiguiendo con goles de Òscar García y Hagi unas tablas que no supieron hacer valer en el partido de vuelta.
Si aquella noche el Barça de Cruyff era un equipo sin defensas, el de Xavi, cuando se mide a rivales poderosos, es un equipo sin delanteros. Los tiene en número, pero no en impacto o rendimiento. Sin ir más lejos, de los seis goles que ha logrado convertir este 2023 ante el Real Madrid, sólo uno (el de Lewandowski que ponía el 0-2 en la Supercopa) le corresponde a alguno de sus atacantes. Es una limitación que se hace sentir especialmente cuando, como anoche en el Camp Nou, ausencias como las de Pedri o De Jong lastran las opciones de que la amenaza culer sobre la portería contraria tenga un componente más colectivo, y que impide a los de Xavi traducir en los últimos metros las ventajas que puede construir por detrás. Antes de que un traumático segundo tiempo certificara su eliminación de la Copa, de hecho, los locales pudieron firmar un primer tiempo positivo gracias a su acierto a la hora de iniciar jugada desde atrás, sin pérdidas en campo propio y buscando la salida larga sobre los apoyos de Lewandowski.
Con Ter Stegen como origen, el polaco a la espalda del mediocampo madridista y tanto Kessié como Gavi cerca de su posición para disputar la segunda jugada, encontró el Barça una solución para asentar la posesión más allá de la divisoria, cerrar las puertas al contraataque blanco y girar el juego hacia los costados. En los últimos metros, no obstante, ni Raphinha ni Lewandowski consiguieron imponerse en sus respectivos duelos a Camavinga, Alaba y Militao, de modo que las armas ofensivas más peligrosas de los locales fueron el robo adelantado y las llegadas de Balde por banda izquierda. Éste último aprovechó las dudas que suele provocarle a Carvajal la posición de Gavi y el cambio de emparejamiento que diseñó Ancelotti sacando a Valverde de la banda e instalándolo en el centro, para descubrirse como la opción más clara de su equipo introduciendo el esférico en el área de Courtois.
Mientras para Cruyff la solución ante la falta de defensas fue apostar por no defender, a lo largo de la temporada Xavi ha respondido a las carencias ofensivas de su ataque haciéndolo rentable desde la defensa. Primero desde lo evidente, asegurando el cero en portería propia para que el mínimo botín en la contraria equivalga a victoria -el Barça del uno a cero-, y después apoyándose en la seguridad de su zaga para impulsar mejor la presión adelantada. Pudiendo arriesgar defendiendo hacia delante gracias al autoritario control que ejerce su defensa sobre los balones que consigue filtrar el rival, con el objetivo de transformar el robo en una solución alternativa para generar peligro sobre la meta contraria. De ahí que las tres eliminaciones que ha sufrido el equipo esta temporada estén tan ligadas a las ausencias en la retaguardia. Sin Christensen en el centro de la zaga, sin De Jong reforzando defensivamente la zona de Busquets y con Araújo reubicado en banda, el Barça no pudo mantener a salvo la meta de Ter Stegen, ni tampoco sobrevivir a la exposición con la que convivió después de que el Madrid se pusiera por delante en el marcador.
Obligado a marcar y con la batalla emocional perdida, los locales cometieron dos pecados que los condenaron a la goleada. El primero tuvo que ver con una gestión de los ataques que no parecía contemplar la opción de perder el balón, y que por lo tanto forzaba desplazamientos y posiciones muy agresivas que cuando el esférico cambiaba de poder dejaban muy desguarnecida la transición defensiva del equipo. Ante la falta de poder resolutivo de los delanteros, los centrocampistas tuvieron que ganar peso en la frontal y la llegada al área, agrandando las distancias y reduciendo el número de efectivos situados por detrás del balón. Guiado por los pies de Alaba, Militao, Kroos o Camavinga, y con Modric, Benzema o Rodrygo recibiendo a la espalda de la presión, el Madrid pudo construir la jugada a placer después de recuperar la pelota. El segundo pecado culer fue prescindir del refuerzo defensivo que habitualmente ubica en zona de mediocentro. Y es que buena parte de la competitividad del equipo de Xavi se basa en su capacidad para sostener el hecho de jugar con un pivote muy tendente a abandonar su parcela para defender hacia adelante, pero que cuando el balón lo supera difícilmente llega a tiempo de recuperar su posición.
Ante esto, el impacto corrector de Christensen y Araújo desde atrás y la baza de sumar un cuarto centrocampista a la ecuación, pudiendo alinear a dos futbolistas en la base de la jugada, le habían permitido al Barça esquivar el problema. Pero sin la pareja de centrales habitual, con una versión muy errática de Koundé y Marcos Alonso en su lugar, sin De Jong y con unas exigencias del marcador que primero llevaron a que Sergi Roberto jugara más descolgado y luego a que Xavi sacrificara un medio para introducir un tercer delantero, la vulnerabilidad del carril central azulgrana se agigantó. Sin la voz de sus delanteros, el Barça de Xavi compite contra rivales de máximo nivel desde la defensa. Tanto para protegerse y hacer valer lo que genere arriba, como para encontrar en la presión la producción que no le aporta su ataque. Si no tiene delanteros necesita más del resto. Aunque a veces el resto no pueda dárselo.
– Foto: LLUIS GENE/AFP via Getty Images