
Guardiola sin mediapuntas
Los equipos de Pep Guardiola nunca son los mismos de un año a otro. Temporada tras temporada, la carrera del de Santpedor en los banquillos se ha caracterizado por su voluntad de incorporar nuevas soluciones antes incluso de que aparezcan los problemas. Sabiendo que los rivales se preparan para contrarrestar sus armas, su receta es la de plantear una nueva pregunta mientras el contrario todavía piensa en la respuesta al enigma anterior. Ir un paso por delante. La apuesta asume el riesgo de modificar algo que, por lo general, funciona, pero la capacidad del entrenador a la hora de adaptar sus equipos a los cambios le ha dado la razón. El reto de la pasada campaña tuvo nombre propio, Erling Haaland, no sólo por el cambio de paradigma que suponía la llegada del noruego en la posición de delantero centro después de un curso empleando el falso nueve, sino también, y sobre todo, por los cambios que un fichaje de esa envergadura iba a suponer para el proceder futbolístico de los demás jugadores. El principal, que con un ariete de semejante impacto en el interior del área, la temporada pasada el City fue un equipo más vertical a la hora de buscar zona de finalización.
Dicen que saber de fútbol es, ante todo, saber de futbolistas, pues así, conociendo sus virtudes, sus defectos, sus efectos o necesidades, se les puede proporcionar el acompañamiento que más les conviene. Para poder completar el rompecabezas, primero hay que saberlo todo sobre cada pieza. El del City campeón del triplete, el de Haaland, hace unos meses tomó dos decisiones para construir la estructura que mejor asimilara a su nueva estrella que le valieron terminar con éxito una temporada histórica. La primera tendría que ver con sumar al once un mayor número de centrales. A veces como falsos laterales y otras como falsos mediocentros, no fue extraño que Pep llegara a juntar hasta cuatro en una misma alineación. Entendiendo que la rapidez con la que el equipo buscaría en ocasiones a Haaland podía suponer abrir la puerta a escenarios más abiertos a las transiciones (“cuanto más rápida va la pelota, más rápida vuelve“), el City incrementó su capacidad para imponerse en los duelos defensivos y para custodiar su propia área.
La segunda decisión tuvo que ver con los extremos, cuyo rol en el funcionamiento colectivo compensarían la agresividad del punta con una mayor dosis de pausa. Con Haaland, De Bruyne y Gündogan en el carril central, los citizens agredirían por dentro y se pararían por fuera en los pies de Grealish y Bernardo Silva. Extremos con matiz de mediapuntas expertos recibiendo al pie, escondiendo el cuero y conservándolo como dos puntos de apoyo en las orillas alrededor de los cuales el City se pudiera ordenar. Por fuera la pausa, por dentro el vértigo. En esta nueva campaña, sus primeros pasos están extrañando lo segundo. No tiene a un Gündogan que ya viste de azulgrana, y anoche para medirse al Sevilla en la Supercopa tampoco podía contar con que De Bruyne o Bernardo Silva golpearan las líneas hispalenses en el carril central.
Formalmente, el conjunto skyblue reprodujo la estructura del curso anterior, con Gvardiol en el lateral izquierdo, Akanji ejerciendo de central-mediocentro en el rol que desempeñó Stones en el triplete, y con Kovacic y Foden como pareja de interiores a la espalda del mediocampo rival. Ocurre que, a estas alturas tan tempranas de la competición, ni Akanji se muestra igual de cómodo incrustado en la medular a la hora de conducir o recuperar la posición (desajuste en el que se hizo grande el goleador En-Nesyri), ni Kovacic demuestra la misma facilidad para recibir de espaldas y darse la vuelta entre líneas. Como además a Phil Foden le costó aparecer entre la telaraña tejida por Mendilibar, el único centrocampista del City que pudo acelerar jugadas por dentro con cierta continuidad fue Rodri Hernández. No es poca cosa. Por lo pronto le sirvió la asistencia del empate a Cole Palmer acercando a los citizens a un nuevo título.
– Foto: MENELAOS MYRILLAS/SOOC/AFP via Getty Images