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Lamine entre problemas conocidos

Lamine entre problemas conocidos

Ricard Torquemada reflexionaba hace unos años sobre cómo en determinados análisis futbolísticos se tiende a ver el acierto en la finalización como una cuestión ajena al mérito. Como si no dependiera de la destreza de quien la ejecuta: «Oigo a entrenadores decir que han merecido ganar porque han creado muchas oportunidades, como si después de generar esas oportunidades lanzaras una moneda al aire y si te sale cara es gol y si te sale cruz no es gol. A veces da la impresión de que jugar bien es generar muchas ocasiones de gol, como si la última parte del proceso no formara parte también del fútbol. La clave del juego es hacer goles, no crear oportunidades de gol. Y dependiendo de los delanteros que tengas, y de cómo les hagas llegar la pelota, harás más o menos goles». No fue el caso del FC Barcelona este fin de semana en su visita a Balaídos. El conjunto de Xavi disparó desviado las mismas veces que su rival que fueron las mismas que tanto Celta como Barça chutaron entre los tres palos.

Comentaba durante el partido el periodista Adrián Blanco, de hecho, que el problema del equipo de Xavi esta campaña es justamente ese, que sus problemas se repiten. Que no cambian. Que no se solucionan. Las dificultades para presionar, para sacar el balón o para favorecer a los integrantes de su cuadrado son carencias que, en general, suelen percibirse en las actuaciones de los blaugranas. Ante el cuadro de Rafa Benítez, quizá la más notoria fue la que hace referencia al contexto de juego de sus cuatro centrocampistas, esta vez matizado por la presencia en él de un defensa como Christensen y un delantero como Vitor Roque. El brasileño, partiendo desde la banda izquierda, en varios momentos fue el encargado de coronar uno de los vértices superiores junto a Pedri, aunque pronto su gusto por la ruptura y la batalla contra los centrales, unido a la tendencia de Lewandowski de acercarse a recibir, intercambió su rol con el del delantero polaco. Cuando Robert desocupaba la zona del nueve, Vitor corría hacia ella.

Uno de los problemas habituales que repitió el juego del Barça a propósito de su cuadrado fue la incapacidad para permitir que los mediocentros (Christensen y De Jong) recibieran de cara el pase de los centrales. Al respecto, la ruta parecía claramente trazada, enfrentando el canónico 1-4-4-2 local con una salida de tres hombres en la que Koundé se integraba junto a Araújo y Cubarsí, de tal manera que llevando el balón a la posición de los centrales exteriores el Barça forzara a que a pareja Aspas-Larsen se separara generando, así, un espacio para que el balón regresara al centro. Sin embargo, cuando lo hizo, habitualmente se encontró a Christensen y a De Jong recibiéndolo de espaldas y con dificultades para girarse en ventaja, lo que a menudo desembocó en una nueva devolución para atrás hacía los pies de Araújo. Las soluciones de los culés a este problema también fueron las acostumbradas: o bien un descenso de Pedri que significaba que el equipo se quedara sin más referencia a la espalda de los mediocentros locales que Lewandowski ofreciéndose de espaldas, o bien la aparición de De Jong entre centrales para ver la jugada de cara desde el inicio.

Como consecuencia de esto segundo, el otro de los problemas recurrentes en el cuadrado del mediocampo barcelonista: la excesiva separación entre sus dos alturas. Con los mediocentros sumándose a la primera línea para sacar el balón y los mediapuntas formando al lado del nueve casi como una suerte de segundos delanteros, los de Xavi no sólo aumentaron las distancias de sus conexiones interiores, sino que perdieron una línea. Es decir, si antes, con De Jong ubicado a la espalda de los puntas y Pedri a la de los mediocentros, para unir al neerlandés con el canario el Barça necesitaba superar una barrera (la línea de medios del Celta), con Frenkie formando al lado de Araújo las barreras pasaban a ser dos, pues a la línea de centrocampistas rivales se sumaba ahora la formada por sus dos puntas. Como alternativa, a los culers les quedaron las bandas, menos optimizadas en un inicio para el desequilibrio, pues la falta de juego interior no permitía fijar a los contrarios por dentro para desnudar los costados, pero que en especial desde la posición de Lamine, sirvieron para introducir el esférico en la mediapunta desde las orillas.

El canterano creció en impacto en el segundo tiempo, cuando el Barça abrió el encuentro a cambio de potenciar su amenaza en el carril central. La presencia de Gündogan en la base y de Raphinha en la mediapunta, si bien debilitó la transición defensiva visitante también permitió una mayor activación de los ataques por dentro, encontrando envíos que cortaran líneas de presión, referencias en tres cuartos de campo y conexiones entre los mediapuntas con las que atraer hacia el centro las ayudas celtistas, aislando de este modo los duelos de los extremos culers contra sus pares. Girando el juego, de nuevo, hacia Lamine. Un futbolista de sólo dieciséis años que actualmente es una pieza fundamental en los ataques de su equipo. Un jugador imprescindible e insustituible. Una buena y una mala señal al mismo tiempo.

 

 

– Foto: Juan Manuel Serrano Arce/Getty Images

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