
Dos Busquets en Anoeta
Los últimos años, en el fútbol europeo, se distinguen por ser los de la última explosión de las presiones adelantadas. Por el desarrollo táctico, físico e incluso anímico de aquellas respuestas que pretenden arrebatarle el cuero al contrario lo más cerca posible de su portería o, en su defecto, llevarlo a un error que lastre sus posibilidades de éxito ofensivo. A propósito de este objetivo, en cuanto a los planteamientos, la paleta es diversa, y exprime posibilidades y combinaciones de todo tipo. Dibujos con carrileros que buscan igualar numéricamente en primera línea junto a los dos delanteros, barreras de tres hombres en paralelo o dispuestas en 2+1, formadas por puntas, extremos o centrocampistas según el caso, se alternan sobre el césped dependiendo de quien lo pise. No obstante, si la variedad es la nota dominante en el envite inicial, por detrás suyo, una vez despega el primer pase del rival, hay una constante mucho más regular: pocos son los equipos que corren hacia atrás dejando a más de un futbolista desconectado del retroceso. Ya sea a partir de fórmulas que den lugar a una línea de cinco bien en defensa o bien en el medio del campo, o de alternativas con el 1-4-4-2 en las que los puntas trabajan sobre el último centrocampista rival de forma escalonada o acudiendo ambos a la misma zona, son caminos que de forma directa o indirecta incorporan efectivos con tal de ensanchar el alcance del equipo cuando no tiene el balón, como solución a los tiempos en que el impacto atacante de los laterales poco tiene que envidiar al de muchos delanteros del pasado.
Al respecto, desde hace algunos años, el Barça es una excepción. Recula mediante dos líneas de cuatro y sin que normalmente recaiga sobre sus dos futbolistas más adelantados el encargo de tapar al pivote contrario, una situación que a menudo le obliga a hundirse sin balón ante la imposibilidad de robar el esférico. Si el rival mantiene abiertos a los dos mediocampistas azulgranas que ocupan las bandas en defensa, los dos culés que se sitúan en el centro no pueden soltarse y abandonar la posición para contener hacia delante debido a la cantidad de metros que deben cubrir, mientras que si la estructura opta por protegerse por dentro y sumar esfuerzo en el carril central, el adversario encuentra muchas opciones de profundizar y avanzar por el exterior. Así las cosas, y asumiendo que por lo general la vanguardia barcelonista no sobresale por su amenaza al espacio en velocidad y que, en consecuencia, no le conviene un plan de ataque que nazca demasiado lejos del arco rival, es lógico pensar que el camino que les queda a los de Valverde es el de una presión concentrada en los primeros pases del adversario. El de llevar la pelea a una fase del juego en la que no intervengan las limitaciones expuestas hasta ahora. Ocurre, sin embargo, que dado que ni Luis Suárez ni Leo Messi son dos piezas de desgaste y recorrido en transición defensiva, este trabajo de acoso cerca del área contraria da la impresión de pasar irremediablemente por la gestión previa de la posesión. Por la construcción con el la pelota de escenarios ventajosos para la recuperación.
Sin Arthur Melo ni una activación de las esquinas que permitiera girar a la Real Sociedad hacia el córner, el encuentro del Barça en Anoeta arrancó marcado por la imposibilidad de llevar a la práctica esta idea, y por un guion de partido que, por lo tanto, dio con unas primeras líneas muy poco favorables a los intereses barcelonistas. El gran problema de la presión que al comienzo le planteó el Barça al conjunto donostiarra radicó en la discordancia entre la idea y su eficacia. La primera tuvo que ver con la apuesta por adelantar la línea de presión a partir el 1-4-4-2 habitual en los de Valverde cuando no tienen el balón, de modo que Messi y Suárez se emparejaran con los centrales, Rakitic y De Jong con los interiores y Busquets, liberado, saliera al encuentro de Ander Guevara. Sergio, teóricamente el centrocampista más retrasado de la medular azulgrana, a la hora de presionar muchas veces formaría como el más adelantado. Ocurrió, sin embargo, que puesto que esta primera emboscada no conquistó el objetivo del robo, el equipo Txuri–urdin no sólo conseguía esquivar la presión sobre sus primeros pases, sino que cuando lo hacía encontraba un enorme agujero en el corazón del mediocampo culé. Con Monreal y Zaldúa sujetando a Sergi Roberto y Jordi Alba en banda y los tres delanteros locales alternando la fijación de los centrales, a la espalda del mediocentro del Barça los de Imanol hallaron una enorme plataforma para filtrar el pase, recibir y girar al planteamiento defensivo de su contrincante. Esta circunstancia la aprovecharon tanto Oyarzabal e Isak desde arriba como Merino y Odegaard llegando desde atrás.
Se dio la particularidad, además, de que Odegaard, el futbolista más peligroso de la Real, quedaba encuadrado en el sector del campo donde el interior del Barça tenía un comportamiento posicional más agresivo, ya que mientras en la derecha Rakitic se contuvo más para acudir a la cobertura sobre las salidas de Busquets, De Jong tendió a acompañar al mediocentro en el achique. En esta ocasión Valverde no movió ficha cambiando de lado a los interiores, seguramente con la intención de orientar los recorridos compensatorios de Ivan hacia un carril derecho que Messi pisó muy poco. Así las cosas, a lo largo del primer tiempo el Barça se vio herido en su núcleo, cortado por las recepciones de los locales a la espalda de su presión, agredido en banda derecha a través del dos contra uno de Oyarzabal y Monreal contra Sergi Roberto, y obligado a defenderse demasiado cerca de la portería de Ter Stegen alejando con ello a Griezmann -su atacante más profundo- de la de Álex Remiro. A la hora de proteger a su guardameta contó el Barça con la figura de Gerard Piqué, que si bien no pudo sofocar los problemas del equipo entre líneas por tener que atender a los movimientos de los puntas, sí pudo hacerse grande evitando males mayores en el interior del área. No obstante, el partido cambió tras la reanudación, pues en el descanso Valverde intervino modificando las tareas defensivas de Busquets, Messi y Suárez, así como el planteamiento general del equipo sin balón.
De este modo, el mediocentro dejó de emparejarse con Guevara, guardando la posición por detrás de Rakitic y De Jong y ocupando el espacio que hasta entonces la Real se había encontrado libre, al tiempo que Leo y Luis pasaron a orientar su defensa más hacia el pivote vitoriano que hacia la pareja de centrales. En conjunto, los visitantes formaron un bloque menos adelantado y más compacto en campo propio, una apuesta que si bien llevó al Barça al mismo lugar (a defenderse atrás), le permitió desenvolverse en él con herramientas distintas. En particular, como el mediocentro catalán pasó de tener a los interiores de la Real a la espalda a tenerlos frente a frente, el volumen de recuperaciones en campo propio se movió desde la defensa al mediocampo, permitiendo al Barça una construcción desde abajo en la que Sergio viera la jugada de cara. El siguiente movimiento correspondió a Imanol, que con la entrada de Willian José encaminó a su equipos al centro desde la banda aprovechando que si bien su rival estaba más protegido por dentro, en el repliegue seguía con dificultades para abarcar todo el ancho del campo. Odegaard y Merino pasaron de recibir en tres cuartos y cortar en dirección a los centrales, a recibir con dos líneas culés por delante, llevar su atención hacia el centro y sacar el balón hacia fuera para los hombres exteriores del equipo. Nuevamente los visitantes se vieron empujados hacia atrás y, por momentos, con dificultades para intercalar salidas peligrosas en el discurso del partido, algo que más tarde buscó Valverde con un centro del campo especialmente indicado para la transición, formado por De Jong, Aleñá y Arturo Vidal. Tres futbolistas para recorrer los metros que separaban a los delanteros de uno y otro equipo.
– Foto: Juan Manuel Serrano Arce/Getty Images