
Un obsequio de Pedri para Messi
Leo Messi nació al fútbol como un extremo derecho de balón al pie, mucho regate y que gustaba de pasar tiempo con la pelota en su poder. Como él mismo diría siendo todavía un adolescente: “Agarrar el balón y tenlo un rato largo“. Se trataba de un extremo incómodo esperando a que le llegara la pelota, por lo que a medida que fue ganando importancia en sus equipos e impacto en los partidos el ecosistema que lo rodeaba poco a poco se fue amoldando a sus particularidades. Aunque a veces esto significara romper alguna de las reglas que inicialmente asumían. “Yo hacía mucho un pase que a Guardiola no le gusta mucho. -recuerda Dani Alves-Hablo del pase del lateral al extremo. Ese pase es un pase falso. Para que el balón llegue bien al extremo el pase tiene que ir de la banda al medio y del medio a la banda. Pero yo muchas veces le daba ese pase a Messi. Hablé con Guardiola y le dije: Míster, si Messi pasa dos minutos sin tocar la pelota, se desconecta del juego. Entonces como Leo tiene que estar preparado para definir la jugada, tiene que estar conectado al partido. Así que yo me voy a encargar de conectarlo“. Leo era un delantero, pero era tan amigo del balón como el mediocampista más puro.
Desarrollado como estandarte histórico en el Barça de Guardiola, Messi halló en Xavi, Iniesta, Busquets, Dani Alves o el propio Pep Guardiola los aliados perfectos para tan singular condición. Como falso nueve, permanecería próximo al área, dueño de su frontal, teniendo garantizado que el equipo sería capaz de proporcionarle un gran volumen de juego y de balón pese a su posición adelantada. Ocurre que, poco a poco, aquel equilibrio perfecto empezó a serlo menos, por la respuesta de los rivales, por la progresiva pérdida de buena parte de aquellos socios y por el paso del tiempo que, con los años, hizo que Leo recibiera el cuero con mayor confort unos metros atrás. Con más tiempo, más espacio y habitualmente de cara. A propósito de la posición retrasada del argentino, al análisis encargado de tratar sus consecuencias tradicionalmente se ha centrado en los efectos sobre el juego del propio Messi y en cómo, más lejos del área, su histórica vinculación con los últimos metros y la finalización en ocasiones se ha supeditado a su contribución para hacer avanzar al equipo. Para que Leo ocupara, en parte, el lugar que antaño fue de Xavi, Iniesta, Busquets o Dani Alves. Para que fuera Messi quien situara al resto en la frontal o delante del portero, aunque esto significara que él pudiera hacerlo menos veces.
Esta temporada, sin embargo, el arranque del Barça de Koeman ha puesto sobre la mesa una segunda forma de acercarse a la cuestión, incorporando a las implicaciones que la posición retrasada tiene sobre el juego del argentino las que puede tener, también, sobre el juego del equipo. Seguramente porque antes no las tenía, bien debido a que el juego del 10 no las provocaba o a que el colectivo estaba más preparado para asumirlas, compensarlas y aprovecharlas. Sea como fuere, el nacimiento del Barça de Koeman sí ha aparentado sufrir, en determinados partidos, problemas derivados de una posición de Messi muy alejada del área. Sin socios en los que confiar para una progresión más elaborada, su talante de delantero en ocasiones ha derivado en una suerte de acción final con muchos metros y rivales por delante. La búsqueda de la asistencia más cerca del círculo central que de la media luna, o el inicio de una carrera en conducción con demasiados obstáculos. Por eso el Barça y Messi están agradeciendo tanto la presencia sobre el campo de Pedri.
El canario es una mano tendida. La posibilidad del apoyo próximo con el que explorar fórmulas menos directas e individuales de acercarse al área. Un aliado para Messi en la pared, acudiendo entre líneas desde una de las bandas o situado en una de la tres alturas de un mediocampo como el que anoche presentaron los culés ante la Real Sociedad. Muy activo alrededor de Leo, capaz de seguirle el ritmo a sus intenciones y de acompañarlo sin cerrarle caminos, la química entre ambos resultó una de las claves de la que quizá fuera la mejor versión de los balugranas en lo que va de temporada. Completados por un De Jong más liberado y escalonado con respecto a Busquets, y un Antoine Griezmann nuevamente relevado por Dest en el costado, formaron un cuarteto que permitió al Barça jugar rápido por dentro sin perder precisión, y con ello generar espacios en banda para la amplitud y profundidad de los extremos o los laterales. Juntando en el carril central y estirando por fuera, armonizaron los culés su ataque posicional y, sobre todo, su respuesta ante la presión txuriurdin, permitiendo la constante aparición de Messi a la espalda de la segunda oleada con espacios para superar a su par y girar la dirección del juego.
También con el paso de los minutos encontraron una salida los de Imanol, apostando por una salida directa sobre Willian José, no necesariamente ganadora contra Araújo o Mingueza pero que sí les permitió disputar la segunda jugada a la espalda del mediocampo local. El domino visitante fue más claro en el segundo tiempo, obligando al Barça a un ejercicio de supervivencia en su área que soportaron Ter Stegen y Araújo y que limitó mucho sus opciones de salida. En este sentido, si bien las aventuras de Trincao, más descansado, posibilitaron que en varias ocasiones los culés giraran a su rival, la escasa continuidad que tuvo su fútbol en campo rival les impidió alargar posesiones y asentarse lejos de la portería de Marc-André. Ni Trincao, ni Braithwaite ni Aleñá se mostraron especialmente acertados en la decisión o en el gesto, y por lo general el Barça tendió a verticalizar desde su delantera sin dar tiempo a que el resto de las líneas se incorporaran a la jugada y ganaran altura. Ninguno de sus atacantes se tomó una pausa. Una como la que durante el primer tiempo Pedri le entregó a Messi.
– Foto: LLUIS GENE / AFP) (Photo by LLUIS GENE/AFP via Getty Images