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Peor el remedio que la enfermedad

Peor el remedio que la enfermedad

Cuando en el verano de 1993 el Barça fichó a Romário para sumarlo al Dream Team, Johan Cruyff razonó así la llegada del brasileño: “Tiene la virtud de que si llegan pelotas al área puede marcar gol. Esta tranquilidad la transmite a todo el equipo, que puede tener la certeza de que marcará. Esto es lo que no teníamos la temporada anterior“. La tranquilidad a la que hacía mención el entrenador neerlandés no era la del gol, pues su equipo encadenaba entonces tres títulos de Liga consecutivos siendo el más goleador de la competición, sino la que tenía que ver con la facilidad para conseguirlo. La plantilla azulgrana, con Stoichkov como estilete y la aportación anotadora de hombres como Laudrup, Bakero, Koeman o Txiki Begiristain contaba con un volumen goleador muy notable, pero que en su mayoría dependía de una activación directa a través del juego. Cuando el desempeño del equipo no era el deseado, la suerte de la finalización estaba lejos, y las opciones de que el gol llegara ajeno a la jugada quedaban reducidas a la rebeldía de Hristo Stoichkov y al balón parado de Koeman. Con la llegada de Romário, el Barça ganaba, también, la posibilidad de dejar permanentemente abierta la puerta del gol. De que incluso cuando al equipo se le atragantaran los partidos y el habitual buen juego del Dream Team no pudiera fluir, el talento de su nuevo delantero en los últimos metros pudiera desnivelar la batalla.

A la plantilla actual del FC Barcelona le ocurre algo parecido. Suma en sus filas a jugadores como Messi, Griezmann, Coutinho, Ansu Fati o Dembélé, todos ellos futbolistas con capacidad para alcanzar los dos dígitos en materia goleadora a lo largo de una temporada, pero cuyo impacto sobre la portería contraria, en la mayoría de casos, requiere de situaciones introducidas previamente por el juego. Empezando unos en banda, otros en la mediapunta y sintiendo poco el juego de área los terceros, su presencia en zona de finalización debe ser conducida por el juego. Y, en el equipo de Ronald Koeman, hoy el juego está lejos de ser una certeza. No siempre aparece y, si no aparece, sus delanteros a menudo quedan muy lejos del gol. Así lo entendió este fin de semana el Atlético de Madrid, planteándole a los culés un partido en el Metropolitano en el que prácticamente ninguna situación de ataque apareciera de forma sencilla.

Las dos claves de la estrategia de Simeone fueron la adopción de un sistema de tres centrales en defensa y el rol de Marcos Llorente sin balón. Lo primero tomó cuerpo a partir de la transformación de Yannick Carrasco en carrilero por la izquierda, lo que permitió a Mario Hermoso incorporarse por dentro junto a Savic y José María Giménez (Imagen arriba a la izquierda). De este modo conseguía El Cholo reforzar el núcleo de su zaga, de forma que los centrales pudieran anticipar en la frontal sobre las apariciones de los jugadores del Barça. Si el montenegrino, el uruguayo o el español salían de su zona cerrando el espacio a la espalda del mediocampo rojiblanco, lo hacían dejando a dos compañeros detrás encargados de que su acción no agrietara el muro (Imagen arriba a la derecha). El resultado de la decisión fue la construcción de un bloque defensivo de hormigón en el carril central que expulsó el juego del Barça hacia atrás y hacia las bandas. Con respecto al rol de Marcos Llorente, desde la posición defensiva de interior derecho el madrileño se encargo de que Jordi Alba nunca encontrara el pasillo abierto. Si Pedri arrastraba a Trippier hacia dentro, Llorente cerraba por fuera; y si el canario mantenía al lateral colchonero fijado en banda abriendo la llegada entre su posición y la de Savic, Marcos ponía la venda antes de la herida casi como un sexto defensor.

La táctica de Simeone asumía concesiones, pero ni la libertad otorgada a Sergi Roberto tuvo un impacto elevado en el partido (Imagen arriba a la izquierda), ni la superioridad de Ousmane Dembélé atacando la posición de Carrasco supo traducirla el Barça en una brecha constante. Además, aunque el plan atlético implicara un un bloque defensivo muy bajo, alejado de la portería de Ter Stegen y con pocos efectivos por delante del balón en el momento de la recuperación, la falta de presión y de robo por parte barcelonista le permitió terminar saliendo y adelantar líneas poco a poco para juntarse en campo rival. Logrando superioridad en el inicio incorporando a Hermoso en la gestión del primer pase, con Koke dando ritmo a la circulación, Trippier y Carrasco haciendo ancho el campo, buscando a Joao Félix y a Correa en los apoyos y sorprendiendo con Llorente entrando desde la segunda línea entre un Lenglet sujetado por el punta y un Jordi Alba fijado fuera por Trippier, trataron los locales de agujerear la estructura del Barça y sumar minutos lejos de Oblak. Poco antes del intermedio el Barça encontró un alivio en la figura de Pedri, que tras un primer tiempo de poca intervención por dentro buscó refugio en el extremo izquierdo (Imagen arriba a la derecha). En los minutos previos al gol del Atlético, los azulgranas tuvieron en la posición del canario un punto de descanso, arriba pero en una zona con más espacios que el carril central, y que desde la pausa y el pase atrás permitiera agrupar al equipo en campo contrario. Además y tras movilizar Pedri la atención del lateral derecho rival, la modificación le valió a Jordi Alba para sumar alguna incorporación con tintes de amenaza. Sin embargo, la leve mejoría de los visitantes tocó a su fin, de forma abrupta, con el gol de Yannick Carrasco, que cayó sobre el conjunto de Ronald Koeman como un petardo sobre un hormiguero. Fue la antesala del caos.

Y es que, esta temporada, el azulgrana es un equipo que cuando tiene que remontar un resultado adverso se desdibuja, quizá por verse sin juego y sentir que, sin él, sus opciones de marcar se apagan. El efecto es general, pero sirvan cómo síntesis las consecuencias del golpe en el entrenador y en Leo Messi. En el caso del argentino, este tipo de situaciones se traducen en una búsqueda del balón en posiciones retrasadas, combinada con un sentido de sus acciones orientado a la finalización. Juega en zonas de centrocampista -por momentos llegando a vestir de mediocentro- pero con interpretación de delantero (Imágenes arriba). Buscando la aceleración desde la base, sea a partir del regate o de la asistencia, bajando hasta zonas expuestas determinados gestos de riesgo que, cuando se dan más cerca de la portería contraria, suelen producirse más arropados. El Barça, en estos tramos, arriesga el balón atrás, con muchos efectivos esperando recibir el pase por delante del balón y sin efectivos en situación de combinar o de contener el contraataque cuando se pierde la pelota. Como esperando un balón frontal o un centro a balón parado. En este sentido, las intervenciones de Koeman desde el banquillo suelen ir en la misma dirección, incorporando delanteros que sumen remate en perjuicio de una línea de medios vacía en ataque y transparente en defensa. Buscando el gol antes que el juego, pero con su particular Romário muy lejos del área.

 

 

– Foto: GABRIEL BOUYS/AFP via Getty Images

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