
Volver a ganar
Hacía cuatro temporadas que el FC Barcelona no ganaba la Liga. Sólo otra vez en los últimos veinticinco años los azulgranas habían estado alejados del título tanto tiempo, cuando bajo el mandato de Joan Gaspart la descapitalización económica y deportiva le impidió al club seguir el ritmo que marcaba la élite tanto en Europa como en el campeonato doméstico. Aquella sequía, incluso más larga y dolorosa que la que anoche terminó, en lo deportivo encontró un revulsivo en la llegada de Ronaldinho Gaúcho al Camp Nou. El brasileño no sólo ejerció de estrella, de jugador más importante y de emblema de un equipo que dejó atrás el desierto encadenando dos títulos de Liga y la segunda Champions League de la historia del club, sino que, más importante todavía, representó para el Barça, desde el primer día, la ilusión de volver a ganar.
Se trataba de un futbolista equiparable a los que lucían en sus plantillas los clubs más importantes del momento, y a quien podía encomendarse el equipo para enfrentarse a ellos con garantías. Teniendo a Ronaldinho, el Barça volvía a creer que ganar era posible, aunque al comienzo el brasileño todavía no tuviera a su alrededor los acompañantes para hacerlo. Antes de levantar ningún título, aquel Barça empezó a ganar cuando el fichaje de Ronaldinho mandó el mensaje al equipo, al club y a la afición de que ganar volvía a ser una meta realista. Salvando tanto las diferencias futbolísticas y ambientales, la incorporación de Robert Lewandowski el pasado verano tuvo un propósito similar. Buscó replicar la fórmula: La llegada de un futbolista que le diera credibilidad al equipo como aspirante a pelear de nuevo por los títulos. De puertas para dentro y de puertas para fuera, el fichaje del entonces vigente The Best y Bota de Oro debía transformar el ánimo, el crédito y la exigencia de un conjunto resignado sólo unos meses antes a un desesperanzado “es lo que hay”. Con Lewandowski, el objetivo era pensar que ganar volvía a ser posible. Y que todo el mundo lo creyera así.
Más allá del impacto del mensaje, de la credibilidad y de la confianza ganada por el club con la llegada del polaco, en lo deportivo Robert también significaba un atajo hacia la victoria: el gol. Su facilidad para ver portería, especialmente en el tramo inicial de la temporada, resultó un as en la manga con el que solucionar partidas incluso cuando el juego no acompañaba. Ciertamente, el Barça 2022-23 no ha sido un ganador intratable desde lo futbolístico. El de Xavi no ha sido un campeón con la facilidad para imponer su ley y dominar los contextos del juego que podría insinuar su extraordinaria puntuación. Pero sí ha sido un Barça capaz de sacar adelante los partidos, con pocas opciones de perder y muchas opciones de ganar la inmensa mayoría de sus duelos de Liga. De competir y pelear cada victoria. A veces desde el dominio de las áreas, desde el impacto anotador de Lewandowski, la constancia de un Raphinha especialmente productivo en el día a día, de la seguridad de sus zagueros o del regreso de la mejor versión de un Marc-André ter Stegen candidato a mejor futbolista del campeonato.
Las actuaciones del alemán y de su defensa a menudo han sido el sostén de un equipo al que sus rivales solo han marcado trece goles, a pesar de que normalmente tuvieran la puerta abierta para llegar a las inmediaciones del área. Primero como colchón de seguridad para un Barça con tendencia a partirse más de lo esperado, como consecuencia de un juego volcado en sus extremos que buscaba que hombres como Dembélé agitaran desde lo individual el ataque; y luego como garantía de un equipo que sacrificó pegada a cambio de ganar control con un cuarto centrocampista, buena parte de la Liga conquistada por el Barça descansa sobre las espaldas de Ter Stegen, Araújo, Christensen, Koundé y un Alejandro Balde convertido en la aparición inesperada del curso como nuevo inquilino del lateral izquierdo y figura clave asumiendo la banda izquierda al completo para equilibrar la refundación táctica de los de Xavi.
A nivel de juego, la temporada culer tiene un antes y un después en la apuesta del técnico por juntar a cuatro centrocampistas sobre el campo. A cambio de perder a un delantero y de compensarlo con la extraordinaria fiabilidad de su zaga, Xavi construyó un escenario en el que el equipo encontrara un juego más controlado, y en el que cada uno de sus medios pudiera incrementar su rendimiento. Acercándole a Busquets un escudero sin que eso significara perder dos referencias interiores a la espalda del mediocampo rival, entregando a De Jong la base y el mando de los primeros pases, aproximando la habilidad de Pedri en el giro y el pase a la frontal del área rival, y lanzando la energía de Gavi en la recuperación y la llegada hacía la primera línea. El canterano, un fijo para el campeón a pesar de su juventud, ha representado como pocos la que quizá haya sido la clave fundamental del título azulgrana.
En varios momentos del curso, el equipo de Xavi ha suplido con intensidad, concentración y energía las lagunas que pudiera tener su juego. La plantilla barcelonista no alcanza el nivel ni individual ni colectivo que han tenido otras capaces de lograr una puntuación tan alta, pero sí posee una superioridad física y de ritmo ante la mayoría de rivales de la Liga que Xavi ha sabido leer y explotar. Para que la intensidad, el hambre y la necesidad llegara donde no llegaba la brillantez tanto individual como colectiva. Para que el crecimiento y el aprendizaje de sus jóvenes talentos se labre desde la confianza que dan las victorias y no desde las dudas que llegan con las derrotas. Para conseguir el primer título de Pedri, Araújo, Gavi o Balde. Con la Liga en el bolsillo, los deberes del Barça ahora pasan por poner su calidad al nivel de su deseo. Para que también en Europa, donde los rivales sí le pueden igualar en ritmo, el equipo pueda competir como no lo ha hecho este curso. Para creer que no sólo puede volver a ganar, sino que puede hacerlo ante cualquiera.