
De Valverde a Setién
Hace ya varios años que el FC Barcelona no es un club propenso a cambiar de entrenador con facilidad. Después de que Johan Cruyff llegara a Barcelona en 1988, hasta seis técnicos, contando al holandés, han podido comenzar una tercera temporada sentados en el banquillo culé, y desde Frank Rijkaard, de hecho, únicamente Tito Vilanova con motivo de su enfermedad y Gerardo Martino no lo han hecho. En la época más reciente, además, todavía menos habitual ha resultado ver al Barça tomar la iniciativa a propósito de un relevo en la dirección del equipo, sino que han sido directamente los técnicos quienes han tomado la decisión de poner fin a su andadura azulgrana. Un hecho, éste último, que a la vez que habla de la confianza que, por norma, se deposita sobre los técnicos en el club catalán, en ocasiones le ha dificultado a la entidad acertar con el diagnóstico deportivo acerca primer equipo. Así, tanto la marcha de Guardiola como la de Luis Enrique, ambas de motu proprio y tras sendos ciclos victoriosos que empezaban a desgastarse, no fueron leídas como la invitación a una remodelación que, quizás, sus arquitectos originales no estaban en disposición de acometer, sino desde la necesidad de prolongar ambos ciclos bajo las mismas pautas. En lugar de ir al encuentro de nuevos comienzos, se pretendió ahuyentar el fin.
No existe un indicativo más claro a propósito de la visión estratégica que se tiene sobre una determinada realidad futbolística que el conjunto de decisiones y actuaciones diseñadas en los periodos sin competición. Esos en los que la pausa permite tomar perspectiva y orientar el trabajo para adecuar el equipo a las necesidades del plan. En este sentido, los primeros pasos del proyecto de Ernesto Valverde en el Camp Nou fueron anómalos respecto a los anteriores ciclos más o menos largos que lo precedieron, pues todos ellos visibilizaron su propia personalidad en un verano. Con la llegada de sus antiguos pupilos del Ajax en el caso de Van Gaal, de Ronaldinho -primero-, Deco y Eto’o -después- en el de Rijkaard, con el cambio de poderes que provocaron sus salidas en el comienzo del ciclo de Pep Guardiola, o con el mercado en el que Luis Enrique sentó las bases del fin del XaviSistema incorporando a Ivan Rakitic y a Luis Suárez al tándem que ya formaban Messi y Neymar. Todos ellos veranos marcados por personalidades diferentes que, luego, se reflejarían también en las particularidades del proyecto que inauguraron, y que como tal tuvieron como punto de partida un comienzo definido desde la propia iniciativa. Un verano en el que poner las bases de lo que querían ser. Por el contrario, el aterrizaje del Txingurri en el banquillo del Barça se dio en unos meses señalados por un acontecimiento no deseado. La salida de Neymar, clave en el presente y en el futuro de un equipo que salía muy magullado del curso anterior, daba el pistoletazo de salida a una temporada aparentemente muerta.
Ocurre que si algo había demostrado Ernesto Valverde a lo largo de su trayectoria como entrenador era su capacidad para detectar y solucionar los problemas concretos que pudieran tener sus equipos. Aplicando remedios localizados más que redefiniendo el carácter general del conjunto. Su trabajo al respecto en su primer curso como técnico culé resultó enormemente meritorio, por bien que seguramente la historia no le haga justicia y su temporada 2017-18 deba guardarse con delicadeza en el cajón de los olvidados junto a la 2012-13 de Tito Vilanova. A veces un mal final puede estropear un libro, pero no borra lo que se ha aprendido en los capítulos previos. La intervención del Txingurri aquel primer curso consistió en crear contextos ventajosos para determinados futbolistas de tal manera que, unidos, otorgaran coherencia de conjunto al equipo. Messi de vuelta al centro y a la frontal del área pero flanqueado por dos delanteros, Iniesta en la frontal a lomos de Umtiti y del tándem Busquets-Rakitic, la versión más pasadora del croata y la más protegida de Sergio, la correa larga de Jordi Alba, el abrigo de Sergi Roberto en un lateral orientado a defender hacia arriba y a apoyarse atrás en el retorno del extremo derecho… Un Barça distinto a los que antes habían sido, construido desde la aceptación de sus limitaciones en favor de un soporte táctico que anteriormente había extrañado.
No obstante, aquel era un Barça con fecha de caducidad, pues las propias limitaciones en las que ancló su nacimiento representaba, a su vez, su propio techo. No sólo no era un Barça infinito, sino que era más finito que muchos que lo precedieron. Posiblemente este fuera el motivo de que el comienzo del segundo año de Valverde en el banquillo azulgrana formalmente se pareciera tan poco al anterior. Como si el proyecto se reiniciara a pesar que, de nuevo, el movimiento veraniego llamado a significar lo que vendría después le volviera a girar la espalda al Txingurri. Antoine Griezmann decidía quedarse un año más en Madrid, y el segundo Barça de Valverde echaba a andar sin él. Un segundo año opuesto también en el fondo al primero, pues además de modificarse la disposición y el enfoque de multitud de piezas, el sentido mismo del colectivo sería otro. Más allá de que el encaje táctico de prácticamente todos los futbolistas azulgranas cambiara, también lo haría el leitmotiv culé. Queriendo ser más brillante, sería menos fiable. Renunciara a un porcentaje del soporte en el que siempre fijar un pie con tal de no perder el equilibrio, a cambio de incrementar el porcentaje de libertad concedido a la calidad. El de Arthur fue el Barça más reconocible de cuantos construyó Valverde, uno más irregular pero más convincente que, pese a todo, finalmente no consiguió afianzarse ni individual ni colectivamente. No llegó a tiempo a la meta, quedando varado en medio de nada. Ni logró ser un equipo que esquivara sus limitaciones, ni podía volver a convivir con ellas sin desgastarse por ello.
Paradójicamente, el primero verano con mensaje de nuevo comienzo le llegó al Barça de Valverde cuando ya era demasiado tarde. Después de no poder evitar la salida de Neymar en 2017 y de no poder incorporar a Griezmann en 2018, el mes de agosto de 2019 vería nuevamente al Barça tropezar en su movimiento de mayor impacto con el frustrado regreso del brasileño, pero aun así el tercer curso del cacereño arrancaba con dos operaciones de peso como las llegadas de De Jong y Antoine Griezmann. Dos futbolistas de un valor individual extraordinario que, además, por sus características y por las necesidades del equipo podían provocar en éste último un efecto más profundo. Eran, por fin, la llave a la construcción de un proyecto nuevo. Sin embargo, al Barça 2019-20 le ha faltado energía y, probablemente también, perspectiva de un futuro que quizá ya no sentía suyo para lanzarse a por el objetivo. Para construir pensando en unos años que ya le pertenecerán a otros.
La llegada ahora de Quique Setién sí casa sobre el papel con esta idea de nuevo comienzo. De punto de partida para un ciclo futuro. A pesar de la veteranía del cántabro, su fichaje por el conjunto barcelonista no se adivina tanto como una culminación sino como la oportunidad de empezar a escribir un comienzo deseado. No como la llegada a la cumbre, sino al campamento base desde donde conquistarla. Su propuesta, de máximos, ofensiva y arriesgada, más preocupada por esquivar los arañazos que por curarse las heridas, le sugerirá al equipo mucho de lo que hoy añora. Entrenar es convencer. Seducir. Conseguir que otros lleven a escena lo que tú has diseñado en el papel. Hacer que hablen por ti. En este sentido, aunque la figura de Setién no cuente con la autoridad de cara al vestuario que da el roce con las más absolutas de las élites, es posible que, como su sucesor, encuentre un atajo en la trayectoria reciente del equipo. Si Ernesto Valverde logró llegar al vestuario proporcionándole en su primer año un sustento táctico que en los meses anteriores le había faltado, Quique puede hacerlo entregándoles de nuevo una propuesta de juego que ahuyente la duda. Si el crédito inicial del Txingurri fue hacer que el Barça dejara de sentirse peor, ahora el de Setién dependerá, en buena parte, de que consiga que vuelva a sentirse mejor.
Es lo que necesita el grupo, pero, a su vez, se trata de un camino que no será sencillo recorrer. Todo cambio de ciclo trae consigo víctimas, pues implica modificaciones profundas aunque no necesariamente numerosas. Ronaldinho y Deco fueron las de Guardiola, Xavi la de Luis Enrique, y el nuevo proyecto -tanto si empieza ahora como si lo hace más tarde- también las tendrá. En este caso, además, la separación entre la confección de la plantilla y la idea que caracteriza al nuevo técnico parece subrayar la dificultad. Setién aterriza en el Camp Nou con una propuesta de juego más propia del Barça de 2012 que del actual, frente a la línea seguida durante los últimos siete años y que obligará al técnico a exprimir recursos tanto del primer como del segundo equipo. Si contará con la fuerza y el crédito suficientes fuera del césped para llevarlo a cabo se resolverá sobre todo en verano, cuando sea momento de acomodar de nuevo las voluntades. De puertas para dentro, la baja de larga duración de Luis Suárez, si bien le impide contar con la fiabilidad puntuadora del uruguayo en Liga a modo del tiempo que no ha tenido para hacer suyo al equipo, también le abre una oportunidad. Más allá de la complejidad a la hora de encajar la versión actual del nueve en su idea de juego, la trascendencia de su ausencia deja al equipo ante la obligación de repensarse. De ordenarse de nuevo. De hacer cosas distintas y hacerlas de forma diferente. De hacerlas a la manera de los equipos de Quique Setién.
Foto: Alex Caparros/AFP via Getty Images