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enero 2012

Cuando llegan los malos resultados la crítica no se hace esperar. Si además hablamos de un equipo como el Barça de Guardiola en el que el entorno resta títulos no alcanzados en lugar de sumar los logros, es fácil perder la perspectiva. Aceptemos que para el F.C.Barcelona la Liga se ha puesto muy difícil. Siete puntos, por mucho que la segunda vuelta guarde un Barça-Madrid en el Camp Nou, parece una distancia más que considerable ante la facilidad del Madrid de Mourinho de sumar de tres en tres. Pero más allá de los fríos números, el Barça no parece ofrecer las garantías de que, si el Madrid pierde esos siete puntos, él vaya a ganarlo todo. Ahí no hablamos de resultados, hablamos de fútbol, del juego. Cuando, una vez superada la crítica resultadista que sube y baja a los altares jugadores, propuestas o decisiones en función de la arbitrariedad de un resultado final, uno pretende analizar las causas futbolísticas que expliquen una determinada realidad del equipo, existe un segundo peligro. Se trata del peligro de perder de vista a los verdaderos protagonistas, los jugadores, y de entre éstos, aunque mencionarlo pueda parecer una ridícula obviedad, los mejores. Es cierto y evidente que hay decisiones que pueden ser más problema que solución -como situar a Xavi por delante del balón ante el Villarreal, como hiciera en el pasado Mundial el seleccionador Vicente del Bosque-, o que contar con Iniesta, Di María o Neymar, dará más opciones al equipo que hacerlo con Keita, Adriano o Dani Alves actuando en la posición de extremo. Pero no es menos cierto que en un contexto favorable, esos jugadores han demostrado funcionar. En esos contextos que posibilitan los grandes jugadores.

Llegó Guardiola y nació el Barça de Leo Messi, que heredó el dorsal y el rol de jugador franquicia que dejó Ronaldinho. Lo que no varió de entrada fue su posición en el campo, pues en el 1-4-3-3 por el que siguió apostando Guardiola, el argentino permaneció en la demarcación de extremo derecho que había ocupado con Rijkaard. No obstante, como las posiciones de partida son sólo el armazón del juego, la utilización de Leo que iba a hacer Pep desde esa demarcación, iba a ser muy diferente. Este era el equipo de Messi, por lo que el crack pasó de ser el recurso del desborde y el gol, a un jugador eminentemente colectivo. Hicieron falta algunos meses para que la gente desterrara los prejuicios que limitaban al argentino como un regateador y un jugador de claro carácter individual, pero en el Barça de Guardiola, desde su nacimiento, Messi iba a ser el principio y el fin de todo, la explicación individual a la propuesta colectiva.

Si en el partido de Liga al Madrid le castigó el hecho de salir a jugarle al Barça de tú a tú, sin plantear el partido como respuesta a los azulgranas y sin atender a la inevitable sentencia a jugar sin el balón a que el equipo de Guardiola somete a todos sus rivales, esta vez Mourinho optó por su cara más conservadora. Sobrevivir al rival y tratar de aprovechar alguna de las oportunidades que brindara el choque. Ya quedaría la vuelta para tratar de llevarse la eliminatoria. La idea es simple: al Barça es más probable superarlo a partido único que a dos partidos, por lo que llevar la eliminatoria a eso no hubiese sido una mala noticia. Reforzar la media con un trivote en el que se incrustaba Pepe, Altintop en el lateral para mantener a Lass en la media, Coentrao para desterrar las imprevisibles concesiones defensivas de Marcelo y arriba la entrada de Higuaín para sumar ese gol "de la nada" que pudiese poner en ventaja al Madrid en la eliminatoria. Todo movimientos que supeditaban la transición ofensiva a la defensiva. Decisiones, cada una de ellas, que ponía un nuevo palo en las ruedas del Madrid a la hora de construir juego, pero que a cambio le permitían un planteamiento y unos nombres, a priori, más eficaces para defenderse del Barça. Mourinho no planteó el partido a discutirle el discurso del partido al Barça, sino a sobrevivir a él. También Guardiola jugó con el formato de la competición, sabiendo que con la vuelta en el Camp Nou, saliendo con un marcador ajustado del feudo blanco, su equipo lo tendría todo de cara para plantarse en semifinales. Así pues Pep volvió a la defensa de cuatro -aunque a lo largo de este texto haremos alguna consideración al respecto importante para analizar el partido- y devolvió el timón a Xavi. Horizontalidad por encima de verticalidad, limitar el intercambio de golpes, menos ataques pero más largos. Defenderse mientras se ataca, que no defenderse atacando.

En el partido de Liga en el Bernabéu, tras el gol de Benzema, el Barça basó gran parte de la remontada en el cambio al 1-3-4-3. Salida limpia, superioridad en la media y amplitud con dos hombres abiertos a banda. No obstante, tratándose del partido de ida de la eliminatoria, y teniendo la vuelta con el Camp Nou como escenario donde decidir, es probable que Guardiola opte por la defensa de cuatro, bien con Alves como lateral, bien con el brasileño como teórico extremo y Busquets en el centro de la zaga junto a Piqué. En base a esta idea de salir con un planteamiento más conservador -siempre desde el dominio de la posesión- tal como hiciera en ida de las semifinales de Champions del pasado año, hay algunas consideraciones respecto a la posición y rol de Cesc que podríamos hacer. En el partido de Liga, el plan de Guardiola fue abrir el sistema defensivo del Madrid acostando a Messi e Iniesta a cada una de las bandas. La defensa blanca la pasada temporada se había basado en la defensa del carril central, por lo que con esta decisión, Pep obligaba a los de Mourinho a defender todo el ancho del campo. Arriba, como nueve, un Alexis Sánchez estirando hacia atrás a la zaga blanca. Guardiola dibujó a un Madrid abierto y estirado, o lo que es lo mismo, brindó espacios a sus interiores por el centro. Ese día fueron Xavi y Cesc, y contrariamente a lo que sucediera con anterioridad, fue el de Arenys quien determinó el ritmo del juego azulgrana. Mayor intensidad, enorme profundidad y velocidad en las transiciones. En definitiva, un ritmo mucho más alto y menos pausado que cuando Xavi es quien gobierna. 

Una de las sorpresas del clásico de Liga fue que Mourinho se mantuviera fiel al 1-4-2-3-1 que viene utilizando el Real Madrid, y no optase por reforzar la media con la incursión de un tercer centrocampista en un 1-4-3-3. El técnico portugués seguramente prefiriera reforzar la confianza del grupo al no plantear el choque como respuesta a su rival, pese a que con ello no tomara medidas ante un elemento clave para entender los enfrentamientos Madrid-Barça: el balón será de los azulgranas. De este modo, los merengues, encaran sus partidos contra los culés partiendo de un escenario distinto al que dibujan sus choques contra cualquier otro rival. Ante el Barça, el Madrid se ve forzado a desnaturalizarse. Mourinho buscó imponerse desde su discurso habitual, pero visto el resultado de entonces y el hecho de que ahora quedará un partido de vuelta en el que arriesgar si es preciso, apostaríamos porque esta vez sí, el técnico blanco piensa en introducir a un interior más. 

A finales de la temporada 2004-05 el Barça de Rijkaard se medía en el Camp Nou al Albacete con la Liga en el bolsillo. Era el primer título tras el paso de Joan Gaspar por la presidencia del club. Ya en la segunda vuelta de la temporada 03-04 el equipo dirigido por Rijkaard parecía haber dado con la tecla a nivel táctico con la llegada de Davids y la adopción del 1-4-3-3. Xavi encontró una posición más adelantada de la que había ocupado a lo largo de su carrera y, sobretodo, Ronaldinho encontró en la banda izquierda la plataforma desde donde poner su enorme talento al servicio del equipo. El equipo ya había encontrado su camino, y en verano de 2004, en uno de los mercados de fichajes más eficaces que se recuerdan, la plantilla se reforzó siguiendo esa idea. Fue el verano en que aterrizaron en Barcelona los Belletti, Silvinho, Edmilson, Deco, Giuly, Larsson o Eto'o. Aquella jornada 34 de la temporada 2004-05, ante el Albacete, el público del Camp Nou asistió al primer gol de un insultantemente joven Leo Messi. Con ficha aún del filial y el dorsal 30 a la espalda, el argentino saltó al terreno de juego en el minuto 88 y le dio tiempo a anotar dos goles prácticamente idénticos. El primero, eso sí, anulado por el colegiado. La temporada concluyó con el Barça como claro campeón de una Liga que debía ser el inicio de un ciclo triumfal. Así lo promocionó el club con una campaña publicitaria en la que el joven Messi aparecía al final del spot con la ya famosa sentencia "recuerda mi nombre".