
Tres partidos donde no había ninguno
A pesar de la tendencia a la síntesis en el análisis, no es inusual que el examen de un partido requiera más de un titular. Que la historia de un encuentro determinado se exprese no tanto desde un único hilo conductor que la contenga de un modo completo, sino desde una sucesión de islas, más o menos conectadas, con las que componer el retrato general. Un partido, por norma, son en realidad muchos partidos. Más si cabe si quienes se enfrentan en él comparten, por un lado, una imperfección e inconclusión que no les permita imponer su poder del mismo modo y durante todo el tiempo, y, por el otro, el beneficio de protagonistas capaces de impactar y alterar unos cimientos puestos en discusión. Más extraño resulta ver lo que durante muchos minutos ocurrió anoche en el duelo que enfrentó al FC Barcelona y al Real Madrid en el Camp Nou, ya que en buena parte del mismo dos de esos partidos no se alternaron en el tiempo, sino que coincidieron en él. Se dieron a la vez.
Concretamente, desde el inicio del primer tiempo hasta el inicio del segundo, en el feudo azulgrana se disputó un duelo entre Barça y Madrid, y otro entre Leo Messi y dicho enfrentamiento. Ajeno al relato general. Como un deus ex machina fruto de la rebeldía del 10 argentino, con su propio origen y sus propios motivos, independientes al discurso que, en conjunto, había dibujado el cara a cara entre los dos equipos. Un discurso inicialmente configurado a partir de la superioridad blanca en la presión, a modo de marco general de un cruce de planteamientos claramente favorable a los de Zinedine Zidane.
El técnico francés, que a lo largo de las últimas semanas ha recompuesto el fútbol de su equipo otorgando un papel principal a la defensa adelantada para encontrar en ella una suerte de alternativa a la baja de Eden Hazard tanto a lo que respecta a la estructuración del equipo como a su propuesta en campo rival, se decantó en esta ocasión por acompañar a Benzema con la presencia de Isco y Bale. Gareth, desde la derecha, sobre el papel podía proporcionarle agresividad y cuota de gol, mientras que el malagueño, partiendo desde la izquierda, como cuarto centrocampista le daría mayor control y agilidad con la pelota. En realidad, la posición del de Arroyo de la Miel fue mucho más libre, pues actuó con las licencias de un mediapunta que, situado por delante de Fede Valverde, Casemiro y Kroos, se movía hacia cualquier zona del campo. En este sentido, su actividad alrededor del balón resultó clave en el escenario de superioridad que construyó el Real Madrid, aprovechando las limitaciones que tiene el repliegue del Barça. Con sólo cuatro futbolistas cubriendo todo el ancho del terreno de juego por delante de la línea defensiva, sin balón el mediocampo azulgrana no tiene la capacidad, ni física ni táctica, para contener sobre todo el eje vertical del campo. Si, por ejemplo, acude a la internada por banda del lateral, acostumbra a desnudar el centro, mientras que si se junta dentro no llega a cerrar las alas.
Para la ocasión, ante Benzema, Isco, Valverde o Toni Kroos, los locales eligieron la segunda opción, debido a la influencia interior del mediapunta malagueño y al hecho de que el emparejamiento de Sergi Roberto desde el interior derecho no fuera Mendy sino Kroos. En pos de no abrir puertas por dentro, el Barça le permitió a su rival el avance por fuera, especialmente por una banda izquierda en la que la incursión del lateral no encontraba su primer obstáculo hasta llegar a la altura de Nélson Semedo. Es cierto que, en ocasiones, tanto Isco como Benzema aprovecharon esta circunstancia y la marca de Sergi Roberto sobre Kroos para decantarse y generar el dos contra uno junto a Mendy contra el lateral portugués, pero por lo general el camino que eligieron los blancos para desarrollar su ataque fue otro. En concreto uno de doble sentido en el que, por un lado, la amplitud y el pase atrás de Ferland concediera espacios al mediocampo madridista para que su director impusiera el ritmo, y que por el otro lanzara en ventaja al lateral después de que las sociedades entre Benzema, Isco y Kroos estrecharan y retrasaran las líneas del Barça. Si bien es verdad que la ventaja exterior que disfrutó el cuadro merengue no fue constante a la hora de generar ocasiones de peligro, ya que el desenlace más frecuente consistió en un centro lateral hacia el área resuelto con un despeje de Gerard Piqué, el guion sí les permitió a los de Zidane un dominio tanto territorial como de la situación de juego que prácticamente anuló colectivamente a su adversario.
Metido muy atrás, sin robo y perdedor en la disputa de la segunda jugada, el Barça tuvo muchos problemas para salir. La ausencia de Sergio Busquets, que llevó a Semedo al lateral derecho y a Rakitic al mediocentro, condicionaba de inicio las posibilidades culés a la hora de construir en corto, mientras que una alternativa más directa y vertical como la que en un principio buscó a través de los envíos de Ter Stegen hacia Luis Suárez, dejó de funcionar cuando los zagueros del Madrid -especialmente Varane- alargaron las persecuciones. Llevando el balón o a los jugadores hacia atrás pretendían los de Ernesto Valverde separar las líneas rivales y generar un espacio a la espalda de la presión en el que introducir el cuero, pero como ya hiciera la Real Sociedad, ante la poca intimidación de la delantera barcelonista al espacio por las condiciones físicas de sus puntas y por arrancar Griezmann la transición defensa-ataque desde muy abajo, la defensa del Madrid avanzó metros para compactar el bloque sin pagar peaje. Los locales, que presentaban un mediocampo especialmente indicado para correr, en este tramo no pudieron abrir el partido al ida y vuelta a causa de un dominio territorial del Madrid traducido en una autoritaria victoria blanca sobre las segundas jugadas. En cada centro desde la banda, los medios del Barça terminaban o bien dentro del área para despejar el balón o bien girados hacia Ter Stegen y de espaldas a la portería rival.
La única solución azulgrana para interrumpir estas fases de sometimiento fue el comodín de Messi, sorteando y juntando rivales para luego activar a alguno de sus compañeros, sobre todo a Jordi Alba. Leo fue como la pausa para la publicidad. Para el argentino el decorado resultó ambivalente. Por un lado le daba la opción de conducir teniendo por delante más espacios que rivales, pero por el otro le proponía un planteamiento defensivo madridista muy volcado sobre su figura. Zidane abrió a su equipo a la posibilidad de que Messi apareciera, pero tomó medidas a la hora de afrontar semejante riesgo. Primero orientando de un modo general el trabajo sin balón de los suyos hacia un ejercicio de más contención que robo, agresivo territorialmente pero pasivo a la hora de poner el pie con tal de no abrir ante el argentino más puertas de las necesarias. En segundo lugar, Zizou aprovechó la alineación de Semedo en el lateral derecho del Barça para movilizar a un futbolista más en la defensa de la zona Messi. En campo propio dejó sin vigilancia al portugués, de modo que si por la derecha Bale tendría el encargo de seguir a Jordi Alba, en la izquierda Isco escapaba de la banda también sin balón emparejándose por dentro con Rakitic. De este modo, enfrentados Fede Valverde y Kroos a De Jong y Sergi Roberto, el Madrid contaba con Casemiro como hombre libre para reajustar una y otra vez la zona central. Si Leo atacaba la posición de Mendy, Kroos acudía a la ayuda y el mediocentro brasileño asumía su marca, mientras que si el 10 interiorizaba su juego en este caso Mendy se cerraba en defensa de modo que tanto Ramos como Casemiro pudieran salir a tapar la frontal.
Atendiendo a las dificultades del Barça, era lógico esperar que el primer movimiento desde los banquillos corriera a cuenta de Ernesto Valverde, quien ya antes de dar entrada a Arturo Vidal en sustitución de Semedo intervino sobre el posicionamiento y las funciones de sus jugadores. A propósito de esto, la primera decisión que tomó El Txingurri de cara a la segunda mitad fue la presencia de Ivan Rakitic entre centrales a la hora de iniciar el juego desde atrás. En este caso, el efecto del cambio no fue directo, ya que el Madrid respondió al movimiento del mediocentro alargando la persecución de Isco para volver a igualar numéricamente junto a Benzema y Fede Valverde, sino indirecto. Y es que, por delante del croata, su nueva ubicación desencadenó el desplazamiento de otras piezas como De Jong y Antoine Griezmann. El primero, desocupado el mediocentro, pasó a influir más abajo en la salida, lo que le permitió a su equipo contar con su conducción para desactivar y cortar la presión madridista saliendo en carrera. Por delante, del mismo modo que el descenso de Rakitic supuso que el holandés acudiera a la zona que anteriormente ocupaba el mediocentro, el paso de Frenkie a la base de la jugada sacó a Griezmann de la banda y lo acercó al centro. Moviéndose por dentro, activando líneas de pase en tres cuartos y dando más continuidad a las combinaciones del Barça a través de sus toques y sus recorridos, el galo contribuyó a que el Barça profundizara por banda con Jordi Alba, arrastrando a Carvajal hacia dentro y obligando a Bale a terminar prácticamente como el lateral derecho de su equipo.
La otra intervención del Txingurri fue el cambio de Vidal por Semedo, una sustitución que tuvo un triple efecto. El primero y más directo fue el paso de Sergi Roberto al lateral derecho, una modificación que incrementó las capacidades ofensivas de la demarcación tanto en lo que respecta a la profundidad por banda como a la conexión con Leo Messi y que, por lo tanto, obligó al Madrid a cambiar su estructura sin balón. Isco, que hasta entonces había defendido por dentro aportando un efectivo extra a su equipo en el carril central, pasó a contener la banda. De esta forma el Barça ganó espacio para sus jugadores interiores y para un juego más abierto que le permitiera llegar a las inmediaciones del área de Courtois. El segundo efecto que tuvo la sustitución fue que con el paso de Sergi al lateral no fue Vidal sino Rakitic el azulgrana que se emparejó con Kroos, con lo que los locales ganaron un futbolista para igualar por fuera las caídas de Isco o Benzema, al tiempo que mejoraron la defensa del pase atrás madridista hacia la frontal. Finalmente, y como consecuencia de ambas cuestiones, el efecto más global del cambio fue que dibujó un ida y vuelta que llevó el partido de una área a la otra. Porque en ellas tiene a Messi, Ter Stegen, Piqué, Luis Suárez y Griezmann, seguramente es lo que quiso el Barça desde el principio. Sólo pudo tenerlo en uno de los tres partidos que encerró El Clásico.
– Foto: Eric Alonso/Getty Images