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Entrenadores

Los dos equipos llegan después de sendas derrotas en la ida de las semifinales de Champions League. Pese a ello, sus opciones de superar la eliminatoria, siguen intactas. En medio de la batalla por alcanzar la gran final de Münich, un gran clásico que puede resultar decisivo para la resolución de la Liga. Lo será si el Barça no consigue la victoria, pues tanto el empate como la victoria madridista, a priori, sentenciarían el campeonato. Mourinho, pues, a la hora de plantear el partido, contará con el colchón del empate. No obstante, su principal baza serán los últimos partidos del Barça ante Levante y Chelsea. En ambos, el rival ha entregado a los azulgranas el discurso y Xavi no ha logrado imponerse desde él. Hasta ahora, darle al Barça “su partido” implicaba ser aplastado, pero las dos últimas veces que se ha visto en ese escenario, no ha sido así. El gran problema de Mourinho cuando se ha enfrentado al Barça de Guardiola ha sido que debía escoger entre discutirle el discurso al Barça o en defender a Messi. El portugués lo ha probado todo, y en la gran mayoría de casos ha perdido. No hay elección buena. O te enfrentas al mejor equipo de la historia o te expones al mejor jugador de la historia. No obstante, Levante y Chelsea sobrevivieron al Barça. Sin duda es una decisión difícil de tomar, por el mensaje que se lanza a la plantilla después de las bunas sensaciones que ofreció el Madrid en el Camp Nou en la Copa del Rey, pero Mourinho puede optar por ese camino. No mandar la presión arriba para evitar generar espacios para Messi, y cerrar atrás confiando que Xavi siga sin encontrar su punto. No defender la salida, sino la recepción en zona de mediocentros. No discutir el discurso sino defenderlo. Dejar que el Barça sea el Barça porque desde ahí no se ha impuesto últimamente, pero evitar a Messi.

Ayer analizábamos el posible planteamiento de Guardiola para medirse al Chelsea, y las opciones de respuesta de Roberto Di Matteo. La defensa a Messi, el papel de Ramires, la posibilidad del trivote, la elección entre Obi Mikel o Essien, la posición de Mata... Sin embargo, no nos ocupamos de una demarcación en el planteamiento blue, la de nueve, sobre la que hablaremos hoy. Fernando Torres o Drogba. Una decisión que definirá la transición ofensiva del conjunto londinense y la respuesta del sistema defensivo azulgrana. Didier y Fernando son diferentes, aunque con ambos el Chelsea utilizará el contraataque como vía para llevar el peligro a la portería de Víctor Valdés. Con el marfileño el camino será el juego directo buscando que el punta baje el esférico y dominar la segunda jugada. Para conseguirlo, Di Matteo buscará situar a muchos hombres cerca del posible rechace. Lampard, Meireles, Ramires y Mata para ganar el balón dividido y pisar área llegando desde atrás. Si el elegido es Fernando, el objetivo será también activar a la segunda línea, pero el camino será distinto. Los desmarques dentro-fuera del español a la espalda de los laterales azulgranas que obliguen a abrirse a los centrales, en un planteamiento similar al de Mourinho en la final de Copa de la pasada temporada con Cristiano Ronaldo ejerciendo de nueve. Abrir el espacio interior para que los jugadores de segunda línea, lanzados, castiguen a un Busquets en inferioridad.

Cinco semifinales consecutivas, seis de las últimas siete, y como si de rendir un homenaje se tratara, el Barça retoma la Champions con el enfrentamiento por excelencia de la última década en Europa. Barça y Chelsea renacieron casi a la vez, uno de la mano de Joan Laporta y Txiki Beguiristain y el otro de Roman Abramovich. Los primeros duelos en ese renacimiento de dos clubs centenarios fueron con Rijkaard y Mourninho en los banquillos. Fueron los enfrentamientos de la Gallina Maxi, del duelo Messi-Del Horno, de la pareja Terry-Carvalho, de los goles de Eto'o y Ronaldinho, de las contras de Duff y Robben, de Deco, de Lampard, de Gallas, de Motta... Duelos que ya son historia de la Champions. Pero sin duda, el partido más recordado se vivió ya con Guardiola en el banquillo azulgrana, y con Hiddink en el blue, en ese partido de vuelta de las semifinales, la temporada del triplete, que decidió el histórico gol de Iniesta en el último suspiro. Tres temporadas más tarde, la Champions vuelve a auto-homenajearse con la reedición de ese duelo. El Barça, que por aquel entonces asentaba las bases de un ciclo triunfal, llega al encuentro tras coleccionar títulos, elogios y la admiración del mundo del fútbol en los últimos años. El Chelsea, por su parte, parece haber vuelto al mismo punto que entonces, a la búsqueda de un nuevo proyecto que pueda dejar atrás el recuerdo de los triunfos de Mourinho. La apuesta parecía fuerte por Villas Boas, pero la propuesta del ex del Oporto, que caminaba contraria a la tradición más inmediata de los éxitos del conjunto inglés, no cuajó y el inexperto Di Matteo tomó las riendas del equipo.

En la recta final, cualquier resbalón equivale a decir adiós a la Liga, y tanto a Barça como a Madrid les está castigando jugar después que su rival. El equipo de Guardiola saltó al terreno de juego conociendo la victoria del conjunto blanco. Sólo les valía ganar. De lo contrario, el clásico de la semana que viene perdería casi toda trascendencia. Esa presión, ese vértigo ante el abismo, se notó tras el gol del Levante. Antes del gol el Barça había estado bien. Llegando con relativa facilidad y creando alguna que otra ocasión de gol. El planteamiento del Levante entregaba las bandas en defensa. Los laterales, Juanfran y Pedro López, defendían estrechos encerrando a la zaga del Levante en el ancho del área grande. Guardiola, no obstante, había salido con el 3-4-3 y dos extremos claramente abiertos en banda. El Levante regalaba las bandas pero el Barça no. Sin embargo, los ataques del Levante sí eran anchos, a tres carriles. Valdo por la derecha, Botelho por la izquierda y Koné por el carril central, castigaban la transición defensiva culé en defensa de tres.

Empezamos el análisis sobre el posible fichaje de Neymar, diciendo que el brasileño no es una necesidad. Entendemos -y así lo dijimos- que su caso compensa el no poder cubrir mejor las verdaderas necesidades del equipo. Una de ellas la abordamos en el último post: la demarcación de lateral izquierdo. Sobre el resto, trataremos de arrojar luz en este artículo. Abordaremos dos posiciones como son las de central y mediocentro, pero lo haremos desde la base que un único fichaje debería cubrirlas ambas de manera directa o indirecta. No hay espacio en la plantilla para más, y el presupuesto tampoco lo permitiría. Ya hablamos en el pasado post, apropósito de Verthongen, de la necesidad de doblar el rol de central líbero que actualmente sólo cumple Piqué. Está Bartra -veremos si también Fontás- pero su lugar no está en el grupo de los titulares. El Barça debe tener un recambio en ese rol para los duelos de mayor exigencia. Alguien capaz de reemplazar a Gerard Piqué y a la vez de jugar con él como en su día hiciera Rafa Márquez. La falta de un recambio para Sergio Busquets en el mediocentro, además, permite que se puedan encontrar minutos útiles más allá de una defensa que ya cuenta con nombres como Puyol o Mascherano.

La eliminatoria ante el Milan, se ha parecido mucho a los dos partidos que enfrentaron al Barça con los italianos en la fase de grupo. Un primer partido -entonces en el Camp Nou, ahora en San Siro- de dominio azulgrana no reflejado en el marcador, y un segundo partido marcado por la elección de Guardiola: enloquecer el choque. Pese a que en la ida el Barça fue dueño del partido, el Milan sobrevivió. Los italianos se parapetaron delante de su área, renunciaron prácticamente a la transición ofensiva y construyeron el muro en el que una y otra vez golpeaba el ataque azulgrana. El Barça fue mejor, pero el resultado igualó a ambos conjuntos. Y no fue un caso aislado en los enfrentamientos Barça-Milan. El peligro estaba ahí: con el cero a cero de la ida no era descabellado imaginar otro partido igual, con el Barça golpeando y el Milan aguantando en pié milagrosamente. Un detalle, y por el valor doble de los goles fuera de casa, el Barça fuera de las semifinales. Guardiola, pues, buscó el cambio. Enrareció el partido. Lo rompió.

Recordábamos en la previa como en los dos partidos de la liguilla, pese a la clara superioridad del Barça, el Milan sobrevivió y logró dos resultados ajustados. El miércoles volvió a hacerlo, esta vez, incluso, con bajas tan importantes como las de Van Bommel o Thiago Silva. Podríamos hablar de sus substitutos, Nesta y Ambrosini, de Antonini, Mexés o Nocerino para tratar de explicar el 0-0 al término de los primeros 45 minutos. Pero la realidad es que, que Abiatti mantuviera su portería imbatida, no tiene explicación lógica. En la primera mitad, y tras unos primeros minutos de empuje milanista, el Barça sometió al conjunto italiano. Minimizó prácticamente a la nada su transición ofensiva, superó con facilidad la línea de medios y dominó el choque. Generó ocasiones, algunas muy claras, para ponerse por delante en el marcador, con un Leo Messi haciendo estragos. Pese a todo, al descanso, cero a cero.

Barça y Milan se encontraron en la fase de grupos, y aunque las expectativas y el juego hacían pensar lo contrario, a nivel de resultados, el conjunto italiano sobrevivió. Un 2-2 en el Camp Nou y un 2-3 en San Siro que si bien dieron al Barça la primera plaza del grupo y le darían la clasificación si se repitieran en esta eliminatoria, dejaron la sensación de que el Milan pude competir con el equipo de Guardiola. Pasados los meses, los italianos son mejores que entonces y el rearme de confianza tras aplastar al Arsenal en la ida de octavos les hace sentirse como una alternativa seria a los dos grandes españoles. Sin embargo, Allegri afrontará su enfrentamiento ante los azulgranas con bajas, alguna tan importante como la del central Thiago Silva. Dramática. Si el Milan sobrevivió a sus dos partidos ante el Barça fue, en gran medida, por su capacidad para sufrir en su propia área. El Barça mandó, llegó a las inmediaciones del área de Abbiati con relativa facilidad, pero una y otra vez se estrelló contra la defensa italiana. En el primer partido en el Camp Nou, el Milan no pudo mucho más que achicar agua, pero eso, con un gol justo cuando el partido empezaba y otro cuando terminaba, le valieron para empatar en el feudo del Barça. Tanto es así que en el segundo partido, en Milán, Guardiola optó por enloquecer el partido, darle un ritmo mayor al juego y más verticalidad a sus ataques. Perder control para ganar espacios en el tramo final.

Cuando un equipo sufre una expulsión, toca replantear el partido. Hay entrenadores que dedican parte del trabajo de la semana a planificar estas variables. A automatizar decisiones para no ser víctima de las revoluciones del partido. Priorizan la elección racional prefijada, guardándose, evidentemente, margen de maniobra. Hay otro grupo de entrenadores que prefieren echar mano de la intuición, decidir en décimas de segundo según lo que les dice el partido. Intuyo que Pep Guardiola pertenece a este segundo grupo. 

Con sus últimos dos tropiezos, el Real Madrid ha reactivado una Liga que parecía sentenciada. En menos de una semana la diferencia ha pasado de unos, aparentemente, inalcanzables diez puntos, a seis, con el Barça-Madrid pendiente. Ya nada parece imposible, pero eso sí, el Barça ya apenas puede permitirse errores. Llegan las jornadas decisivas, aderezadas por la dificultad de compaginar el campeonato doméstico con la Champions, para una plantilla peor tratada por las lesiones que en otras temporadas. De cara al partido en Mallorca que puede dejar al equipo momentáneamente a tres puntos del líder, a la baja por lesión de Adriano se unirá la ausencia del sancionado Dani Alves. Sin Abidal, pues, Guardiola deberá improvisar una solución para los laterales.